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lunes, 25 de abril de 2011

BOLUDECES V: OFERTA SUJETADORES

La foto no es muy buena, pero expone un problema teológico de hondo calado sobre el que hay que meditar ahora que nos abandonamos a la vida corriente. Imagínense a los penitentes o procesionarios (que alguien me ayude al respecto), teniendo que desfilar sin sujetador horas y horas, o soportando los escozores y urticarias de todo tipo de puntillas y rellenos poco adecuados para su pía tarea...

lunes, 18 de abril de 2011

EL FINAL DE ‘RUMBLE FISH’

Por aquí se llamó La ley de la calle, muy mala ¿traducción? de Rumble fish. No es de extrañar que algunos cines se llenaran de moteros ruidosos y macarras, que montaron algún que otro pollo al verse ante peli tan sesuda.

Pocos finales son tan demoledores como el de esta película. Pocas veces sus actores han estado tan brillantes: desde Matt Dillon hasta Mickey Rourke, pasando por un jovencito Nicolas Cage.

Coppola nos cuenta una historia aparentemente banal: Rusty James carece de madre, su padre es un alcohólico y sólo puede mirarse en su mitificado hermano, El chico de la moto, nunca sabemos su verdadero nombre. Ha sido un líder pandillero y Rusty intenta ser como él. El hermano vuelve, escéptico y derrotado, y quiere que Rusty piense por él mismo y llegue a sus propias conclusiones. Pero hay en el más joven demasiado afán, demasiada ceguera, demasiada voluntad de poder (en el sentido más nietzscheano).

Rusty James, en la escena final que culmina un plano secuencia maravilloso en el que se recrea coralmente la película entera, sube a la moto de su hermano y llega por fin al mar, ese paraíso tan deseado, ese télos que culminaría sus anhelos, ese símbolo que quiere poseer. Ya es su hermano, ya está delante del mar.


El plano que ofrece Coppola es terrible: el mar es una pared inasumible que ocupa toda la pantalla, una barrera. No hay libertad y sí el final de un sueño que se ha ido rompiendo a medida que la película se desarrollaba. Rusty se ha golpeado contra la realidad, sus ilusiones no pueden ni siquiera escalarse: ese mar es un límite.

La película se termina y entendemos la conducta, las palabras y también los silencios del chico de la moto.

http://www.youtube.com/watch?v=NIYT3Z13Clk&feature=related

domingo, 10 de abril de 2011

ARROCES

Mira, niña, arroces hay de muchos tipos.

Está el humilde arroz redondo, ese que todos tenemos en casa, proletario, plebeyo, todoterreno. Ideal para paellas, barato, omnipresente. Puede pasarse, hay que tener cuidado.

También tenemos el arroz vaporizado, que es estupendo para los que tienen la cabeza en cualquier sitio y siempre olvidan calcular las proporciones. Con él, las ensaladas nunca fallan. Ni lo que sobra debe tirarse, pues al día siguiente está como recién hecho. Al igual que algunas mujeres, es más delgado, pero aguanta bien: es elegante y tiene un toque de altivez. Como ellas, no se pasa.

Me gusta el arroz bomba, con su punto de belicismo naïf. Un lujo. Con bogavante es exquisito. Más caro, sí, pero como todo exceso. Lo vale. Es delicado pese a su nombre: ha de consumirse con rapidez; es el placer improrrogable.

Tiene su punto exótico el arroz basmati. Oriental , aromático, tan sutil que no parece arroz, sino depósito de especias de Bizancio y Samarkanda. En la proximidad, con los ojos entornados, también tiene un aire de femme fatale.

De modo que, cuando alguien te dice que se te va a pasar el arroz, ¿a cuál se refiere? No eres una proletaria, aunque te dedicas a una tarea difícil e ingrata. Sí parecería que eres como el arroz vaporizado, no es necesario que te explique por qué. También tienes tu punto bomba, ñam ñam, venga el bogavante. Y ese arroz en lengua extraña, esos aromas de tan lejos o tan próximos a la nariz… Mmmmm.

Si vuelve a las andadas, me lo mandas y le hago leer el manual del hombre elegante (quince tomos). Y que lo copie mil veces. Manca finezza.

Recuerda que, como en los arroces, en los hombres hay calidades.

miércoles, 6 de abril de 2011

SALÓ

Saló es una elegante ciudad ribereña del Lago di Garda. Es decadente, hermosa, atesora un pasado que muchos quieren olvidar, ya se sabe: negando, callando. Está llena de hoteles que transpiran historias, bailes con muchas joyas y gente de postín; pero en ellos duermen ahora plácidos turistas alemanes.

Caminando por sus orillas me encuentro con este primer cartel. De inmediato me viene a la cabeza el primer ministro italiano: le va que ni pintado. Los que me acompañan aseguran que no sólo es él: el tejido de Italia está fabricado con hilo que sólo aparentemente es de calidad. Hermanos, pienso, somos hermanos.

Un poco más adelante, el recuerdo a los jueces Falcone y Borsellino me reconcilia con el país. Tratamos como héroes a los que cumplieron con su obligación. Nada más, nada menos. En otros contextos los enterraríamos con el debido llanto de la familia. Pero las sociedades necesitan recordar que, en determinadas situaciones, cumplir con tu deber es cosa de héroes. Y no hay que olvidar. Falcone y Borsellino no miraron para otro lado; qué menos que una calle, un paseo, una explicación a nuestros hijos.