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jueves, 24 de noviembre de 2011

ESTÉTICA

Tiene el deporte un punto de épica del que conviene gozar sin aplastar al adversario. Porque, junto a ella, está la estética. Los modos. Hay que ser generoso en la victoria y elegante en la derrota. Quiero decir que no hay que humillar al contrincante haciéndole saber que tú estás muy por encima de él. Entiendo que forma parte de la competición, y del respeto al que juega con (y contra) nosotros, intentar ganar, pero no a toda costa ni de cualquier manera.

Me gustan esos partidos de baloncesto en los que quedan 40 segundos (una eternidad) y el marcador está apretado. Los jugadores tienen la obligación de dejarse la piel, de ser competitivos inteligentemente. Sin embargo, me molestan los llamados minutos de la basura, en los que, a falta del último cuarto, un equipo gana a otro de 30 puntos. La cosa es aburrida o abusiva. A esto último me refiero cuando hablo de elegancia.


Recuerdo que Induráin, cuando paseaba su inmensa figura por el Tour, era el mejor, de largo, y lo sabía. Y a menudo dejaba ganar a su compañero de escapada en un gesto de elegancia y agradecimiento. No es que no quisiera vencer: es que lo suyo era una guerra, una exhibición a largo plazo, no esa batalla de gloria inmediata pero fugaz. Del mismo modo, creo que fue él quien empezó a usar el nosotros en lugar del yo. Y eso que su equipo era básicamente él. Pero jamás tuvo un mal gesto ni una palabra airada. Un tipo elegante.

Por eso aborrezco esas figuras engreídas, endiosadas, pringosas de una gloria que al final se reduce a tiempos, goles o puntos.

Más allá de títulos y copas, está por hacer un estudio estético de cómo han celebrado los jugadores sus victorias y cómo han sido derrotados los que no ganaron. Creo que fue Buda el que dijo que para aprender a ganar había que entrenarse en la derrota. Cabeza alta, empeño, respeto, equilibrio, pasión, inteligencia: qué cualidades.

domingo, 13 de noviembre de 2011

ELECCIONES

Confieso que aún no sé a quién voy a votar en las elecciones del próximo domingo. Sí sé, por el contrario, a quién no.

No voy a votar al PP. No voy a votar al PSOE. Todo lo demás aún he de pensarlo (aclaro innecesariamente que entre mis alternativas no figuran los partidos que apoyan más o menos veladamente a dictaduras ni a grupos terroristas).

No votaré a ninguno de esos dos partidos por higiene democrática. Ambos han gobernado España y muchas comunidades autónomas. Ninguno de ellos puede decir “yo haría”: ellos han hecho. Los conocemos, sabemos de qué van y cómo reaccionan ante situaciones diversas, de bonanza y de crisis. ¿A qué viene ahora sorprenderse o esperanzarse con ellos?

Lo que veo en ellos es una gigantesca operación de marketing y ninguna voluntad de tratar a los ciudadanos como tales, sino como a menores de edad o como a clientes (encima el producto que venden va sin garantía, vaya por Dios).

En el ámbito educativo, el que mejor conozco, el único, el PSOE lleva varias décadas de buenismo estéril, de huir hacia adelante, de inventar flexibilidades, puentes y atajos para conseguir la titulación universal, nada que ver con aquello que se llamó en otro tiempo instrucción pública. Se han hecho especialistas en maquillaje pedagógico y han convertido a los profesores en un híbrido de psicólogos, padres putativos, administrativos y vigilantes. De profesores, ni rastro. Es el reino del parecer, no del ser.

El PP, recién llegado a muchas administraciones, lo tenía fácil, dado el reguero de errores de sus antecesores. Pero no, en lugar de ser valientes y demostrar a sus detractores que se equivocan cuando dicen que pretenden desmantelar los servicios públicos en general y la enseñanza pública en particular, se han lanzado sin recato ni decoro a su adelgazamiento sistemático. Primero con la culpabilización social del profesorado; después, consecuentemente, con las medidas que van a poner a los profesores en su sitio, panda de vagos, insolidarios, etc. De modo que un buen recorte de profes y un exceso de trabajo están convirtiendo a este tipo de enseñanza en la gatera de la educación. Y mira que con el PSOE ya había mucho de esto (no vaya a ser que crean que damos por buena su nefasta gestión). Es decir, casi lo mismo, pero con menos gente y dinero. Las matemáticas más elementales dicen que tal pretensión no pertenece a las posibilidades de este mundo.

El PP ha tomado la actitud de dueño de la finca. Ha confundido lo que es ganar con lo que es gobernar bien, pretendiendo que lo segundo se sigue necesariamente de lo primero. Obviamente, el mundo docente (público) está crispado, por no decir encabronado. El privado, por lo que conozco, también, aunque por otros motivos.

De modo que el argumento que dice que hay que votar a unos porque los otros lo harían (o lo han hecho peor) me parece tan falaz como elegir guillotina en vez de horca porque duele menos. Esto es impropio de un estado de ciudadanos pensantes, aunque cada vez estoy más convencido de que caminamos a pasos agigantados en pos del estatus de cabestros pienseantes. O clientes, no sé qué es peor.

Los que piden el voto útil harían bien en pensar que, por un lado, lo que han demostrado ellos es que votarles es absolutamente inútil; por otro, que los votos no pertenecen a los partidos (por eso no pueden “perderlos”), sino a los ciudadanos, que deberían decidir con más racionalidad (porque son solidariamente responsables) a quién se los dan.

Debo añadir aquí una modesta petición al bloguerío: no votéis al senado (con minúscula), cámara (¿alta?) irrelevante, insustancial, retiro dorado de errática función, cara, ralentizadora y ¡para colmo! de representación territorial. Es que yo soy un pureta de los que creen que los que deben tener representación son los individuos y no los kilómetros cuadrados.

No suelo meterme mucho en asuntos políticos. Pero, pensándolo bien, casi todo lo que nos concierne lo es. ¿O es que no vivimos en polis?

lunes, 7 de noviembre de 2011

HABITACIÓN DE HOTEL

"Conviene retirarse tenuemente
del espectáculo al que nunca se ha accedido”

José Ángel Valente: Al dios del lugar


En 1931 Edward Hopper pintó este cuadro desasosegador. Decir esto de su pintura no es atreverse demasiado: hay un clima en todas sus obras en el que habita la tristeza, la desolación, la soledad y una inquietante sensación de espera. Siempre que lo miro recuerdo un artículo de Antonio Muñoz Molina en el que decía que nunca se había sentido tan solo como en una ocasión en la que tuvo que guardar cama en un hotel durante un par de días a causa de una enfermedad común. Puede que la fiebre no fuera gran cosa, pero la soledad de una habitación de un hotel es a menudo comparable con la de un paisaje tan abierto e infinito que produce dolor al abrir los ojos.

No deja de ser curioso que estos sean dos temas tan recurrentes en la pintura de Hopper: los espacios abiertos y los espacios cerrados, la civilización frente a la naturaleza, opuestas, pero algo más: los edificios, las calles, las ciudades parecen ocupar un lugar que no es el suyo, ubicadas sin un propósito racional en medio de paisajes en los que se refleja la desolación de las personas que habitan allí. Y el hombre (o mejor, más frecuentemente, la mujer) perdido, desorientado, estupefacto ante el sinsentido y el absurdo.

Porque, me vais a perdonar, a mí Hopper me parece un pintor existencialista. Desde el atrevimiento que solo da la ignorancia, diría que hay más de ese sentimiento que comúnmente se llama nihilismo en un cuadro de Hopper que en toda la obra de Sartre, o de Camus. Como en ellos, los personajes de Hopper pugnan por salir de ese vacío. Pero no siempre lo consiguen, es más, parecen incapaces de dar la batalla. Creemos que están en la vida, pero no siempre es así; los encontramos en una marginalidad central (si es que esto es posible), es decir, ocupan el centro de unas pinturas pero los sabemos absolutamente solos, al margen de cualquier pasión vital, desvalidos.

En este cuadro hay algunos detalles a los que vale la pena prestar atención. Como ya he dicho, se trata de una mujer (mucho más común que la figura masculina). A diferencia de los cuadros abiertos, aquí la mujer vierte la mirada hacia un libro y no hacia el infinito de un paisaje. Pero el libro está vacío. Puede tratarse de un recurso pictórico, es posible, pero el libro tiene muchas páginas y ninguna letra, qué mejor metáfora de ese tiempo interminable. La mujer mira y no es relevante si lee o si solo lee sus pensamientos, si deja pasar el tiempo porque nada de lo que la ha llevado hasta allí es importante o si es un acontecimiento esperado e inmediato lo que la retiene en esta habitación. ¿Espera a un hombre? No es la actitud de una amante. Tal vez un asunto familiar, un problema por resolver. En todo caso, está. No sabemos qué es, pero sí que está allí, varada en la mitad izquierda del lienzo mientras que en el resto le esperan sus pertenencias de las que se ha desprendido.

Qué poco hay, un cuarto tan angosto que parece como si las paredes fueran a aplastar al escaso atrezzo que lo habita; una cama que se encaja entre dos paredes, junto a un sillón que no permite movimientos. Y esas paredes, sucias, frías, sin una simple imagen barata comprada en cualquier mercado… No le queda más que abrir la maleta, quitarse la ropa y los zapatos y comenzar a leer su libro. O sus pensamientos.

Seguramente no es bella ni demasiado joven. Seguramente sus vestidos (que no vemos) serán oscuros y de escaso valor. No se sentirá elegante con ese sombrero que reposa sobre el mueble. Ni siquiera parece destilar deseo o erotismo, pese a la escasa prenda que la cubre. Hopper nos oculta la expresión de su rostro con una sombra que podría ser innecesaria, pero que no es irrelevante. De este modo no interpretamos su mirada ni su discreto peinado, ni su convencional y nada estimulante postura sobre la cama. Todo en ella es soledad, abatimiento.

Lo miro una y otra vez. Puedo palpar la espera; quisiera que hubiese un ápice de esperanza.

martes, 1 de noviembre de 2011

LEONARD COHEN

Decía Carlos Boyero en El País del día 23 de octubre que Leonard Cohen “es simplemente Cohen, un género, un estado de ánimo”, alguien que sólo es parecido a sí mismo. Del mismo modo que ciertas marcas sustituyen al producto al hacerse con la propiedad de la cosa, algunos cantantes no son parte del folk, del pop o del rock, sino un sello inconfundible, autorreferenciales. Da igual que tengan 20 años que 70, que su voz haya adelgazado o que siga tronando.

No es casualidad que empezase este verano la serie “Canciones del no-verano” con este autor. Por alguna razón que desconozco, me llega al alma. Me entristece su música, me atrapan sus letras íntimas y cosmopolitas, desnudas y generosas.

Hace un par de años escribí un pequeño relato a partir de una canción suya, “Suzanne”, que me parece -junto a “Ne me quitte pas”, de Jacques Brel- el tema de amor más devastador y más bello que he oído. Me sigue apeteciendo ponerla en el coche mientras conduzco solo.

Le han dado un Príncipe de Asturias de las Letras que no sé si merece (¿cómo se merece ese galardón?), me da lo mismo. En una conversación me decía CrisC que le gustan esos premios porque tienen un aire de autenticidad que no ve en otros. Este año, además, los bomberos japoneses, Gebresselasie, Riccardo Mutti. ¿Qué más se puede pedir? Y qué discurso, nada de palabras huecas: el agradecimiento al español suicida que le enseñó los primeros acordes con la guitarra.

Me ha quedado un post errático, a trompicones. En realidad sólo quería decir que me gusta Leonard Cohen y que me alegro de verlo tan feliz, porque es alguien que lleva surcos de dolor sobre la piel y acordes de memoria en esa voz que va pareciéndose cada año más a sí misma.

http://www.youtube.com/watch?v=L1fpjmQo_Nk

http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Cohen/elpepirtv/20111023elpepirtv_1/Tes