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miércoles, 24 de julio de 2013

QUIERO SER UN TIPO DE ORDEN



Qué suerte tendría yo si fuera un tipo de orden. No cómo ahora, que me asaltan las dudas, que no sé si mi presidente hace lo que debe o lo que le dicen, si me mintió o si le duele sinceramente lo que no tiene más remedio que hacer (aunque está deseando hacer otra cosa). Estoy hecho un mar de dudas, y si fuera un tipo de orden no las tendría.

Sabría si fuera un tipo de orden que la señora Cospedal no tiene ese rictus avinagrado y soberbio per se, sino que lo que le sucede es que está seria y hondamente preocupada por lo mal que van las cosas (culpa de otros) pese a lo buenos gestores que son ellos. Está sinceramente contrita, ella. Si fuera un tipo de orden estaría seguro de su voluntad de servicio, del kantiano sentimiento de deber tatuado en su corazón.

Y aplaudiría a la Conferencia Episcopal, que ha logrado de un tacazo cargarse una asignatura civil y fortalecer la suya volviendo a los tiempos de Religión para creyentes y (más o menos) Ética para los no creyentes. Estaría muy tranquilo con la selección de personal y temario que hacen sus monseñores, en permanente gracia de Dios y vocación de servicio.

Y estaría seguro de que esos “Informes de Expertos”, que dicen que el número de alumnos por aula no es determinante, mientras que sí lo es la preparación de profesor, son ciertos, que esos expertos existen y que piensan desinteresadamente, por puro respeto a la verdad, y que lo que parece el milagro de los panes y los peces (más con menos) es posible, frente a la herencia recibida, hecha de derroche, holgazanería e ineficacia. Y arrugaría el semblante ante el empecinamiento incoherente de los profesores apesebrados por la camiseta verde urdida en las factorías textiles de Belcebú.

Vería la zona oscura de la TDT sin rubor, con militancia, con la seguridad del que sabe que tiene razón, mientras que los otros sólo tienen opiniones. Leería sus razonables y mundanos periódicos, el abecé de la comunicación, no como esos manipulados libelos que siempre van con prisa. Y ningunearía a Gabilondo, a Wyoming, a La Sexta, a Ana Pastor, a la Ser (que más bien es el no-ser) y a todo lo que huela a tergiversación torticera. Estando la Verdad, ¿quién quiere escuchar a los rancios apologetas de tiempos pretéritos que han conducido a España a esto?

Iría indignado a ver al profe de lengua de mi hijo, que se ha tirado un mes con permiso de paternidad. A quién se le ocurre, hombre de Dios, tal como están las cosas. Porque si mi hijo no tiene profesor durante cuatro semanas, la culpa no es de la Consejería, sino del docente. Vaya pandavagos, cambiando pañales en lugar de explicar sintagmas nominales e incluso verbales. Y si en clase hay muchos alumnos, véase el informe de expertos ad hoc.

Me tranquilizaría, si fuera un tipo de orden, que se fortalezca la fiesta nacional, que se subvencione a la Iglesia, que los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado sean reforzados y utilizados para proteger a los gobernantes del pueblo ingrato. Me alegraría de las identificaciones amedrentadoras a los manifestantes, de las sanciones por alterar el orden público, de los que dejan la universidad por fin, tras años de malgastar dinero público en matrículas tan baratas. También estaría muy contento de ir a médico de pago, que esos sí saben, y a los colegios segregados, mucho mejores, y a tomarme unos cubatas fuera del congreso, para que a sus señorías no se les acabe el licor a precio subvencionado. Y diría que no hay que tolerar que esos niñatos maleducados (la educación pública es lo que tiene) nieguen el saludo al excelentísimo Wert, después de todo lo que está haciendo por la enseñanza y la investigación en este país de marca.

Y qué decir de esas señoritas lesbianas, que pretenden que se financien sus tratamientos de fertilidad en hospitales públicos, que se les permita ser madres sin conocimiento de varón. Ay, si fuera un tipo de orden estaría completamente seguro de que no tienen derecho, de que con ello protejo la única familia posible y decente y la integridad moral de sus futuribles vástagos, que de este modo no serán nunca sometidos a la burla y escarnio en las clases por tener dos madres (de lo de dos padres varones ni hablamos).

Y el caso es que me miro al espejo y lo único que veo es un tipo de orden. Ya no tengo pelo ni edad para ser perroflauta, me ducho  y afeito a diario, soy funcionario, pago mi hipoteca y todos mis impuestos (y los de algún otro), plancho la ropa, saludo a los vecinos, cedo el paso en los ascensores, pido las cosas por favor y doy las gracias... Casi todo lo que hago es propio de un tipo de orden. Creo que debo ir a ver al psiquiatra; un psiquiatra de orden, naturalmente.

viernes, 19 de julio de 2013

PISCINAS

1.

Tiene entre 16 y 17 años y una novia carnal tumbada a su lado. El bikini es inversamente proporcional a las turgencias de su anatomía. Y ella se acerca, le besa alternando roces labiales con besos profundos, entre la adivinanza y la invasión. Él trata de mantener la compostura en un césped en el que hay familias, niños, grupos… sin conseguirlo. Se da la vuelta, se levanta, olvida que hay mundo a su alrededor.


2.

Dos jóvenes tumbadas. Preadolescentes. Una de ellas está leyendo, me sorprende: un libro de papel. Mientras, su amiga, con los auriculares incrustados, está ausente. La lectora se mueve y busca posición cómoda; no puedo ver el título ni conozco la portada.

Y me viene a la cabeza lo frágil que es el mundo y la vida, que a ellas dos todo les puede suceder todavía. Y lo que se parecen a jóvenes como ellas que vi en un documental sobre la guerra en los Balcanes. Hace más de veinte años también había piscinas en Croacia, en Serbia y en Bosnia. Y allí algunas jóvenes leían libros en serbocroata y todo era aún posible.


3.

Intento concentrarme en la lectura de mi tocho veraniego sin conseguirlo. Delante de mí hay tres parejas demasiado bulliciosas; en torno a los 30. Y un niño que aún no ha cumplido los cuatro; se aburre y se dedica a arrancar el césped que arroja sobre la espalda del que supongo su padre, mientras los demás le ríen la gracia y la socorrista mira para otro lado, desparramada en su silla. La madre hace fotos y después saca un paquete de tabaco y un yogur de su gran bolsa amarilla. Fuman los seis mientras ella va introduciendo en la boca la merienda al niño. Al terminar llega el premio: al agua. Uno de los varones abre entonces una lata de cerveza, que deja al lado del envase del yogur. Hablan a voces, pero con poco sentido, se interrumpen. Vuelve la madre con su hijo y el cigarrillo prendido en los labios. Apagan las colillas en el césped y las dejan allí, junto al yogur y el bote de cerveza. Uno de los hombres saca tabaco picado y empieza a liar cigarrillos para todos.


4.

Viene sola todas las tardes. Intenta esquinarse y extender su toalla azul cerca de los árboles que sombrean los límites. Viene sola y estudia. Un lápiz pasa sin prisa entre las líneas del manual de Bioquímica, que es el primero de la tarde. Se ducha, hace unos largos. No habla con nadie. A las siete y media toma un líquido que saca de un termo. Después, turno del manual de Embriología. Levanta la vista sin ver: si no hubiese nadie haría lo mismo todas las tardes.

Avisan por los altavoces que hay que marcharse. Pasa delante de mí, tiene la piel muy clara. En pocos años deberá curar a los inciviles que han dejado tantas huellas de su paso por la piscina municipal. De ella solo queda la seguridad de volver mañana.

lunes, 15 de julio de 2013

MIS ESCENAS FAVORITAS: EL FINAL DE 'ESPARTACO'

Espartaco ha perdido. No la batalla: la guerra. Espartaco se ha hecho fuerte en la idea de justicia, en la derrota, a la que ha aupado a la categoría de semilla de verdad. Ha perdido sin saber que ha ganado tanto tiempo más tarde.

En Espartaco hay una conclusión sin tapujos: la crueldad refuerza la posibilidad de que el desafío no se repita. Espartaco es condenado a morir crucificado junto a los demás rebeldes. Expirarán dolorosa y lentamente, como correspondía a los peores criminales. La principal vía de comunicación ha sido el lugar para exponer a los moribundos, todo el mundo debe saberlo.

Su mujer ha de huir por allí, con el hijo que él aún no conoce. Teme hallarlo, pero lo encuentra. Es mejor que yo deje de escribir y ver la escena.




jueves, 11 de julio de 2013

CANCIONES DEL NO-VERANO 20: MEDITERRÁNEO

Hoy toca música clásica. Tal vez por rendirme al verano. Pero también como particular homenaje a esa catalana criada en Ibiza que murió en Valencia y que llenó de luz la actualidad. Estaba escribiendo algo sobre ella cuando encontré una nueva entrada de CrisC.




viernes, 5 de julio de 2013

PLÁSTICOS Y BOLSAS

Fui al Eroski a comprar unas pocas cosas; me traje otras y casi ninguna coincidía con la lista que llevaba. Pero tenían fiambre al corte, lo que es cada vez menos frecuente. Bien: pido 150 gramos de pavo trufado (“Muy fino, por favor”: ni caso, luego dicen de los funcionarios) y otro tanto de salchichón. Veo que la empleada coloca las lonchas del pavo en una bandejita de plástico; antes de que prepare la otra le digo que puede ponerlo todo junto. Me responde que no, que cada cosa en su bandeja individual porque tiene que envolverlas (más plástico) para pegar una etiqueta en cada bandejita. La pieza de la que corta está protegida por un plástico que renuevan cada vez que alguien pide unas rodajas. Quiero también queso: dos vueltas de plástico en el semicurado y otras tantas en el brie, que ya lleva una especie de tapa de papel plastificado. Todo ello lo guarda en otra bolsa de plástico y me lo entrega con una estupenda sonrisa que vale más que el contenido plastificado. Sigo llenando de plásticos y comestibles mi cesta, me escandalizo con las falsas ofertas -si levantas el papel puedes comprobar que el precio original es el mismo- y a pagar. “¿Necesita bolsas?”, me pregunta la cajera. “Pueees… dos”. Me las entrega, paso un rato de incomodidad intentando abrirlas mientras siento tras de mí el aliento de una familia al completo, cuyo carro explica su corporeidad. Miro la nota: correcta. Las bolsas, 5 céntimos cada una. Todos los plásticos del interior son gratis: el plástico para salir asciende a 10 céntimos.

De ahí me marcho a El Corte Inglés. Voy a cambiar una camisa y de paso adquiero unos calcetines. Me dan la nueva y una bolsa reluciente. Le digo al trajeado dependiente que ya tengo, pero me insiste en una sin usar; “La vieja ya la tiramos nosotros”. Yo sigo empeñado y finalmente la coge como si estuviera pringosa y mete la camisa y el ticket dentro. Bajo al Hipercor. Intento dejar la bolsa con la ropa en atención al cliente: me remiten a unos cajoncitos que funcionan con un euro. Hay pocos y están todos llenos, así que me dirijo a la entrada, donde me indican amablemente que puedo optar por sellar la bolsa (con lo que la inutilizo) o introducirla en otra bolsa, de tal modo que la camisa se envuelve en su tercer plástico, si añadimos a las dos bolsas, el envoltorio con el que me la han dado. Lo hago.

Compro unas cervezas, un zumo, algo de pescado (que ponen en un buen trozo de papel -que pesan junto con los bichos y por lo tanto cobran a precio de pescado-, que a su vez envuelven en otro plástico). Voy a la caja. “Necesito una bolsa”: 5 céntimos. Le pregunto a la cajera por qué cuesta cinco céntimos y a tres metros te dan una gratis que además no sirve para nada; es más, no te dejan entrar si no plastificas gratuitamente lo que llevas, pero luego te cobran por el plástico con argumentos pseudoecológicos; además, las bolsas tienen agujeros y no valen para la basura. Me escucha, creo que está pensando que para la mierda de contrato y sueldo que tiene y va y el toca el imbécil del día: “Pues no sé, son normas de la empresa”.

Antes de irme paso por la parafarmacia y compro condones. Pienso que al final son plásticos que van envueltos en su correspondiente funda plástica individual, con sus instrucciones en un papel que supongo que todo el mundo lee antes-de; todo ello en su caja de cartón, que está precintada con algo que parece celofán. (Espero, queridos y queridas, que ya los tengáis preparaditos sin todas esas precauciones porque, de lo contrario, se os van a pasar las ganas cuando lleguéis por fin al cacharro profiláctico).