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sábado, 29 de marzo de 2014

JAZZÍA

I

Holan no quiso regresar del encantamiento; se encaramó al poema y lo proclamó.


II

Poesía es la gran salud de Nietzsche y de Leopoldo María Panero, que se adentraron en la selva sin machete en busca de belleza y razón.

Poesía es el jazz de Oscar Peterson que magnifica la noche.

Poesía es Aleixandre encontrando luz en el paraíso. Es Borges buscando al minotauro en el laberinto para poderlo escribir.


III

Algunas personas son capaces de fotografiar belleza: restos de un cigarrillo que curó a alguien de sus ansias y temores, un peine roto con el que se preparó aquella vez para su cita más importante.


IV

Ella se despierta y su boca tiene las rimas del deseo y del miedo. La amo en ese instante y no sé decírselo, siempre es insuficiente: preparo café y quiero aprenderla.

Como el poema, es niebla y espejismo, una enfermedad ingrávida, un suicidio de papel con música de Bach.

Holan dijo que no se podía.


sábado, 22 de marzo de 2014

VIGENCIA QUIJOTESCA


Afirma Cervantes que Don Quijote era un tipo enjuto (como de crisis crónica) que tomaba los molinos por gigantes y peleaba contra ellos. Pero yo prefiero creer que solo fingía. En cualquier caso, Alonso Quijano se arrojó contra ellos furioso, desde su racional irracionalidad. Y en ese instante fue Gandhi, Martín Luther King, Mandela, Sísifo empujando la roca y el joven chino que desafió a los tanques en Tiananmen. Don Quijote fue un perroflauta letraherido que combatió el mal con denuedo. Un iluso nunca se conforma.

Sancho fue más sensato, un realista. Sabía que las cosas son como son, que no hay más cera que la que arde y que cada palo aguanta su vela. Quiso una tripa llena y un cerebro acomodado. Sancho miraba desde la barrera y advertía a Don Quijote: sea sensato, señor, sálvese si puede y déjese de batallas, que no son molinos sino gigantes (¿o era al revés?). Pero, al final, Sancho lloró al idealista que quiso cambiar el mundo, a ese loco ingenuo que creyó en palabras y en utopías.

Don Quijote soñó. Sancho ni siquiera se atrevió a soñar que soñaba.

Dicen que ese libro fue escrito hace 400 años. No es posible. 

domingo, 16 de marzo de 2014

LITERATURA CONCENTRACIONISTA (Y ALREDEDORES)


"Heimweh se llama en alemán este dolor, es una bella palabra y quiere decir 'dolor de hogar'".

Primo Levi: Si esto es un hombre


Se han cumplido 75 años desde la Noche de los Cristales Rotos.

El 27 de enero hizo 69 años desde que las tropas soviéticas liberaron Auschwitz.

De aquellos tiempos hay muchos testimonios y no pocas recreaciones, muy fieles la mayoría. El mundo judío optó desde el principio por no olvidar, es más, se autoimpuso la tarea de mantener viva la memoria. Y escribieron y filmaron sin cesar para que el olvido fuera imposible; otros colectivos tuvieron menos suerte y casi nadie ha contado su historia: gitanos, homosexuales, incluso españoles. De las películas me ocuparé otro día; hoy toca literatura, y entre los muchos textos escritos, creo que vale la pena leer los siguientes:

El Diario de Ana Frank fue escribiéndose entre 1942 y 1944, hasta que la policía encontró su refugio en Amsterdam y deportó a toda la familia a Auschwitz. Sólo regresó su padre. No es gran literatura, no fue escrita para serlo, y se ha discutido su autenticidad, pero eso no empaña la historia: pudo ser verdad, hubo muchas historias similares que sí lo fueron.

El niño con el pijama de rayas, de John Boyne, cuenta la imposible amistad entre un niño judío (el del “pijama”) y el hijo del jefe del campo de concentración en el que está encerrado el primero. La mirada infantil muestra el absurdo y la crueldad como un adulto no podría hacer. Estupendo para que niños y jóvenes comiencen a interesarse por el tema, aunque bastante menor en su estilo e intensidad para los adultos.

En La llave de Sarah, Tatiana de Rosnay narra un episodio real: la policía y gendarmería francesas colaboraron con los invasores nazis y una noche fueron arrestados centenares de judíos y encerrados de inmediato en el Velódromo de Invierno, en París,  a la espera de su traslado a campos de concentración. Que nadie busque ese velódromo: fue demolido, un eficaz modo de que las generaciones venideras no puedan recordar esa vergüenza colaboracionista.

También puede leerse Sin Destino, del húngaro Imre Kertész: un adolescente va voluntariamente a trabajar para los alemanes. Poco a poco se da cuenta de que está en un campo de concentración y de que se ha adentrado en una imparable máquina de matar; pero es tarde. Se trata de un raro libro que puede ser leído por adolescentes y adultos, sin edulcorar pero a su alcance, un buen trampolín literario de gran calidad.

Más complicado puede ser el monumental libro de Irène Némirovsky Suite francesa. Es un complejo retrato de muchos personajes ante la ocupación alemana de Francia. Un libro conmovedor y realista, casi un estudio de la condición humana. (La historia de la autora es tan interesante como la novela y el resto de sus libros, aunque más breves, también merecen ser conocidos).

Una princesa en Berlín, de Arthur  R. G. Solmssen, se desarrolla en los años previos a la guerra y expone, bajo excusa narrativa, un análisis de causas y consecuencias. De los imprescindibles. Creo que no he leído nada que explique tan bien el contexto socioeconómico que antecedió al ascenso del nacionalsocialismo. Especialmente interesante para aquéllos que no se conformen con una maniquea historia de buenos y malos y quieran explorar las causas profundas. Es un libro de comprensión, nunca de justificación.

Conozco muy pocas novelas gráficas. La primera fue Maus, de Art Spiegelman. Soberbia. Muy adecuada para los que no tienen costumbre de leer o para los que sólo tienen cultura del cómic: se meterán entre pecho y espalda toda una lección de historia sin sentirlo, con unos trazos que resultan goyescos en su etapa más negra. Maravilloso. Explorar la historia del autor y su familia (como en muchos de los citados aquí) también merece la pena.

El pianista del gueto de Varsovia es una historia autobiográfica de Wladyslaw Szpilman. Cuenta, como es sabido, la vida de un célebre pianista que pasa de dar conciertos de Chopin a ansiar un trozo de pan. Desoladora. Y también un grito por la necesidad de la belleza. Polanski, niño en el gueto de Varsovia, ha hecho una excelente película que no desmerece el libro. Después de verla, sólo imagino a Adrien Brody como el pianista Szpilman.

Mi favorito, de todos modos, es Si esto es un hombre, de Primo Levi, judío italiano entregado a los nazis por Mussolini. No es una crónica de los horrores sino un testimonio de cómo es la vida en un campo de concentración y cómo reaccionamos los seres humanos en situaciones tan extremas. Hay otros dos libros (no segunda ni tercera parte) que forman una unidad con ese libro. Tras escribir el último, Los hundidos y los salvados, se suicidó de modo incomprensible (hay quien lo niega). De este texto prefiero decir poco y que cada cual lo lea y genere sus propias emociones.

En algunos lugares se llama a todo esto literatura concentracionista. A mí me interesa, pero especialmente aquellos textos que van más allá de la glorificación de los míos frente a los otros, y de la caricaturización del mal. Primo Levi, por eso, debe leerse. Habla de Auschwitz, pero también es antropología filosófica, psicología social, darwinismo... Adjunto una entrevista con él a mediados de los ochenta, que gustará, creo, al bloguerío. 


viernes, 7 de marzo de 2014

ELOGIO DE LA EDAD MEDIA

Pongo este título al post para que salga en los buscadores y se me llene de nuevos lectores y comentaristas sesudos. Porque no va de ese largo y oscuro periodo que aparece en los libros de Historia.

No, va de esa franja de edad que pone delante el 4 o el 5. La edad mediana o edad media… Porque para los menores de esos años suele ser lo mismo edad media y Edad Media: criaturas, yogurines ingenuos, cuerpos de veloz recuperación tras los excesos, comedores de mundo… Ya os llegará el turno.

Los mayores de los dígitos 4 y 5 son la voz de la experiencia, el haber vivido, la guerra, el hambre, el desarrollismo, el almacén de fechas, nombres y conocimientos. A veces nos miran por encima del hombro con una mezcla de superioridad y conmiseración.

Pero los que estamos ahí, en esa tierra de nadie, ya no somos ni somos todavía. Demasiado jóvenes para según qué cosas; demasiado mayores para el resto, las que más.

Somos muchos, los hijos del despegue económico, del baby boom, de la EGB y del BUP. Pese a la cantidad, ocupamos poca atención de comerciantes, empresas y gobiernos.

Porque, para qué voy a disimular, el objetivo de este post es mostrar mi cabreo de decenios. Cuando era un adolescente cobraban entrada (y cara) en las discotecas; sólo a los varones, por cierto. Unas zapatillas de marca costaban un año de ahorro. Los billetes de avión estaban por las nubes, más altos aún que los aviones. No existía la Tarjeta Joven ni los descuentos en casi nada por ser menor de 25 años, estudiante o algo así. En la Universidad las becas eran escasas y semiclandestinas, a menudo con nombre y apellidos. No había Erasmus (llegó después) y muchos menos orgasmus de lo que nos han dicho después (o yo no me enteré, que todo es posible). Hicimos la mili, nos cortaron la melena y perdimos un año de nuestra vida aprendiendo cosas que después nos han resultado absolutamente inútiles. Nos incorporamos a un mercado laboral en crisis, como siempre, no accedimos a las oposiciones restringidas (se terminaron por ley). Empezamos a pagar impuestos. Alquiler o compra de vivienda eran algo estratosférico; no se habían inventado las ayudas o subvenciones.

Y cuando dejamos de ser jóvenes aparecieron la Tarjeta Joven, las líneas low coast, las becas para estudiar en el extranjero, la Tarjeta Dorada, los viajes del IMSERSO, los billetes gratuitos o baratísimos en museos y otros espectáculos para jóvenes y mayores. Y las páginas de descargas gratuitas, el CD y el DVD, e-bay, las bibliotecas virtuales…

Es lo malo de ser los más, que tocamos a menos. Nos avisan de que conviene que nos hagamos un plan de pensiones porque en cuanto nos llegue la edad, que será pronto pese a los esfuerzos gubernamentales por retrasarla y rejuvenecernos, las clases activas no van a poder soportar la presión de tanta pensión a tanto improductivo abuelo Cebolleta, que ya no contará sus historias de la guerra, sino los tiempos aquéllos de la movida, las carreras delante de los grises, los promiscuos 80… Qué pena que algunos ni siquiera nos enterásemos de las cosas mientras ocurrían. Qué débil, traicionera y vengativa es la memoria.

(Y que no se me ofenda nadie, por favor, que éste no es un escrito contra nadie, sino a favor de algunos. Un ejercicio de autoestima casi crepuscular. Soy poco aficionado a echar la vista atrás, pero hoy tocaba).