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martes, 25 de febrero de 2014

ANTONIO MACHADO

Estoy oyendo la SER mientras trabajo en casa. Están hablando de Antonio Machado, de cuya muerte se han cumplido 75 años hace tres días.

Voy a mi estantería. Campos de Castilla y Juan de Mairena. No son muchos y no he leído más. Están deterioradísimos, señal de su uso frecuente. El segundo, en lamentable encuadernación, que no sujeta las páginas. Releo algunos trozos al azar. Resisten bien el paso del tiempo (el contenido, no el continente). El primero lo leí a finales de los 70 y el segundo a mediados de los 80, decenio en que leía con ansia y sin criterio.

Hace pocos años llevé a mi hijo a Soria. Omnipresente Machado: disfruté más que él, que no tenía edad. Espero que germine su nombre y que alguna vez abra estos libros que a su padre aún conmueven.

En el verano de 2012 Machado volvió a cruzarse en mi camino. Viajaba a Francia en compañía de una machadiana y, cuando íbamos a pasar la frontera, un incendio aconsejó el desvío del tráfico y cruzamos por la costa. Varias horas de atasco nos permitieron divisar el pueblecito de Colliure, en cuyo cementerio descansa el poeta. En otras circunstancias nos hubiésemos detenido. Soy de los que cree que Machado debe quedarse allí (aunque entiendo que la única opinión de peso es la de la familia), para que no olvidemos su historia, que es una metáfora la historia de España.

Hoy lo revisito. Me encuentro poemas en los que hay hasta un fino sentido del humor, como en éste (XXXIX de “Proverbios y Cantares”):

“Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina,
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras:
toda su filosofía
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón,
y volar
otra vez hacia Platón.
¡Hurra! ¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea!”.

Pero me detengo en Juan de Mairena y encuentro verdaderas maravillas de la filosofía o de la poesía, o de ambas. Valgan estas cinco:

“Cuando el hombre deja de creer en lo absoluto, ya no cree en nada. Porque toda creencia es creencia en lo absoluto. Todo lo demás se llama pensar” (p. 122).

“Es cosa triste que hayamos de reconocer a nuestros mejores discípulos en nuestros contradictores, a veces en nuestros enemigos, que todo magisterio sea, a última hora, cría de cuervos que vengan un día a sacarnos los ojos” (144).

“Uno de los medios más eficaces para que las cosas no cambien nunca por dentro es renovarlas -o removerlas- constantemente por fuera. Por eso -decía mi maestro- los originales ahorcarían si pudieran a los novedosos, y los novedosos apedrean cuando pueden sañudamente a los originales”. (200)

“Que usted haya nacido en Rute, y que se sienta usted relativamente satisfecho de haber nacido en Rute, y hasta que nos hable usted con una cierta jactancia de hombre de Rute, no me parece mal. De algún modo ha de expresar usted el amor a su pueblo natal, donde tantas raíces sentimentales tiene usted. Pero que pretenda convencernos de que, puesto a elegir, hubiera usted elegido a Rute, o que, adelantándose a su propio índice, hubiera usted señalado a Rute en el mapa del mundo como lugar preciso para nacer en él, eso ya no me parece tan bien” (229).

“…el hombre no hubiera inventado el reloj si no creyera en la muerte” (258).


http://www.rtve.es/.../cronicas-antonio-machado.../2396207/
http://www.youtube.com/watch?v=AXg1MCkuky0


jueves, 20 de febrero de 2014

COMENTARIOS Y OPINIONES (ANÓNIMOS)

Si se leen los comentarios (anónimos) que se hacen en las ediciones digitales de los periódicos, se le ponen a uno los pelos de punta.

Viene esto a cuenta de lo ocurrido por la detención de un profesor de Filosofía y Música en un colegio de Madrid. Lo de la presunción de inocencia es algo que debió pasar a la historia hace tiempo. Por mucho que la mayor parte de los medios de comunicación utilicen la palabra “presunto”, el modo de presentar la noticia es claramente sesgado. En éste y en muchos otros casos: el espectáculo audiovisual está servido, cómo desaprovecharlo.

Los comentarios a las noticias que ofrecen las ediciones digitales de los periódicos son indicativos del grado de intolerancia e ignorancia de buena parte de la sociedad. Un individuo decía que instruía a sus hijos en que se alejasen de los profesores, profesión de proximidad con niños y jóvenes, especialmente de los “enrollados”, los más peligrosos. Otro sostenía que ese profesor seguro que era maricón porque todos los maricones son pederastas. Otro aprovechaba la “salida del armario” de una actriz hollywoodense para asegurar que ésa es la razón de que trabaje. Los hay que la emprenden a topetazos con la iglesia, los curas, la enseñanza privada, la pública o el enemigo único al que yo sabría qué hacer si me dejaran… Muy preocupante.

No se puede ser tolerante con los delitos graves, vengan de donde vengan, sin que el hecho de que los hagan “los nuestros” sea atenuante. Tampoco se puede ser solidario con la turba que embiste con las vísceras ni con la sinrazón emocional, por muy dolida que ésta se encuentre. Pero tampoco se puede tolerar que ese caudal de aguas fecales e irreflexivas tenga su hueco y su minuto de gloria bajo la excusa de la libertad de expresión.

Muchos están convencidos de que todas las opiniones son respetables, lo que no les impide arremeter violentamente contra las personas; pero es justamente al contrario: son las personas las que son respetables y sus opiniones discutibles. Racionalmente.

Me preocupa esta abyección moral. Me preocupa la falta de templanza. ¿De dónde sale tanta bilis, tanto resentimiento, tanto miedo?

viernes, 14 de febrero de 2014

AMOR




                                                           "Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
                                                                         acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma"

                                                                                  Luis García Montero: Completamente viernes


El 14 de Febrero es el día de San Valentín. Ignoro las hazañas de semejante santo. Ese día, allá por 1929, Al Capone ordenó liquidar en Chicago a los miembros de una banda rival. No fue muy amoroso el encuentro, me temo, así que supongo que se trata de otra cosa.

Pero amores hay de muchos tipos, y no todos bien orientados ni bien comprendidos. Es más, suele llamarse “amor” a cualquier  cosa y conviene ser algo más preciso. Así por ejemplo, los que agreden a su pareja “porque la quieren” están confundiendo amor con propiedad. Y el amor no es que pueda ser libre, es que sólo puede ser libre. Por eso hay sentimientos próximos que no deben confundirse, como el cariño, el apego y otros más sospechosos, como los celos, que se suele juzgar como prueba de amor cuando sólo indica un sentimiento de pertenencia exclusiva y el consiguiente temor por su posible pérdida.

Dedicar un día al amor es folclórico e insuficiente, pero sí podemos utilizar la efemérides para reflexionar al respecto. Porque el ingenuo habla del amor, como si fuera un virus, algo “que te ocurre”, sin más; pero quien tiene cierta edad y conocimientos sabe que la cuestión es más compleja. Decimos que hay química entre la pareja, suele haber física; y, desde luego, mucha biología y trasiego de neurotransmisores y zonas cerebrales que se activan con el asunto amatorio, sea en actividad, sea en expectativa. De modo que somos un sustrato bioquímico, eso es indudable, y poseemos un instinto que se manifiesta con la ayuda de las hormonas y otras microsustancias. Estupendo. Si no fuera porque somos mucho más.

Platón habló del “eros” (que se suele traducir con cierta imprecisión por “amor”); luego, Aristóteles desarrolló el concepto de “philía”; finalmente, el cristianismo aportó el “agape”, con lo que lo trascendente teñía aquello que en los animales es sólo instinto estereotipado.

Por si no fuera suficiente, después llegaron los trovadores del sur de Francia, allá por el siglo XI, para acabar de liarla con ese romanticismo lírico que llamamos amor cortés. Obviamente, el matrimonio y el amor no eran lo mismo entonces, pero gradualmente se fue imponiendo la idea contraria. Así que hoy tenemos un batiburrillo en el que se mezcla todo, por lo que estamos muy lejos de saber lo que es, lo que queremos y lo que hay que hacer.

José Antonio Marina tituló muy acertadamente uno de sus libros El laberinto sentimental, porque ese símil es lo más parecido; conviene leerlo. Del mismo modo, recomiendo uno de los textos más luminosos que he leído: El amor y Occidente, de Denis de Rougemont, en el que establece la relación entre los grandes mitos de la literatura y las concepciones actuales del amor. Muy divertido es el ensayo sociológico Usos amorosos de la posguerra en España, de Carmen Martín Gaite, para comprender a nuestras abuelas. Más conocido, El arte de amar, de Erich Fromm, al que cualquiera puede acercarse sin dificultad y con provecho. También tiene mucho interés un texto del filósofo Manuel Cruz, Amo, luego existo, en el que explica qué entendieron por amor los grandes filósofos e ilustra algo de eso en sus propias vidas (Sartre/Beauvoir, Heidegger/Arendt…). El sociólogo italiano Francesco Alberoni también ha escrito mucho al respecto; muy destacable es Enamoramiento y amor, para los que crean que son lo mismo.

Y cómo dejar de lado los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda, La destrucción o el amor, de Aleixandre o Habitaciones separadas, de García Montero. Y, en narrativa, Bella del Señor, de Albert Cohen, o El jardín del Samurai, de Gail Tsukiyama. Infinitos. La literatura se nutre de los sentimientos y el amor es su combustible más apreciado.

Lo mismo ocurre en el cine. Lo malo es que, como antes, como en la música, hay tanto pastelito mantequilloso, que estamos saturados y embrutecidos por tanta bobada. No obstante, entre la estulticia habitual, el abajo firmante se ha emocionado hasta la lágrima con títulos como Amor (M. Haneke), Casablanca (M. Curtiz), Cyrano de Bergerac (J.-P. Rappeneau), La rosa púrpura de El Cairo (W. Allen), Encadenados (A. Hitchcok)….

Día del amor… Mañana también. Más y mejor.

viernes, 7 de febrero de 2014

POESÍA



En un mes se han marchado Juan Gelman, José Emilio Pachecho y Félix Grande.

No soy un entendido en poesía; más bien un ignorante aficionado que, de vez en cuando, pasea sus ojos por los poemas que me gustan. Me da un poco de vergüenza haber leído tan pocos libros de este género, y más aún ignorarlo casi todo de esos autores. De modo que sólo me queda guardar respetuoso silencio respecto a lo que han escrito y hacer propósito de enmienda. No creo que haber asistido a un recital de Félix Grande hace pocos años dé derecho a hablar sobre su obra.

Pero sí creo, modestamente, que la poesía es la literatura por excelencia. Recomiendo frecuentarla a todos aquellos que deseen escribir. O sea, escribir bien, porque poner una palabra tras otra está al alcance de cualquiera como demuestra una mirada rápida por las novedades editoriales, el bloguerío o cualquier informe o carta que recibimos a diario.

En la poesía el lenguaje explora los límites, se sobrepasa a sí mismo, tiene que hablar hasta de lo que no se puede hablar. En la poesía el autor habla de sí y también del universo. Habla de sus temores y esos temores son los del mundo entero. El amor del poeta es todo el amor, es el de todos; y, sin embargo, sigue siendo el suyo.

La poesía tiene el poder de catapultar los diccionarios y las gramáticas a territorios inexplorados, áridos y deseados. Y allí ser otros. Se conjugan en ella la navaja de Ockham, las matemáticas y el infinito, la armonía universal y la geometría más precisa. Y también algunos ingredientes que nadie ha descrito todavía; deben pertenecen al misterio cósmico.

Pero el poeta deja de serlo cuando no consigue traspasar el umbral de lo irrelevante, cuando sus versos son prescindibles. Porque si en literatura hay que practicar continuamente el acto de la renuncia, en poesía es imprescindible. Cada verso debe ser necesario y cada poema autosuficiente. Sin embargo, ha de reclamarnos. Si el poeta no ha escrito para nosotros da lo mismo que figure en los libros como una de las más altas cumbres. No es poesía: sólo palabras.

Hay quien no viaja a ese reino. Pero el que ha vivido en él ya no regresa.

sábado, 1 de febrero de 2014

(SANTO) TOMÁS DE AQUINO




Me tienta, me tienta… El Aquinate tiene su puntillo. Es, como tantos, víctima de su prestigio, de ese “Santo” que le antecede y le aleja del vulgo. Insisto, tiene su aquél. Un individuo que introduce la razón en el seno mismo de la fe merece un puesto en la Historia de la Filosofía. Pero tranquilos, que no me explayo.

Viene esto a cuento porque el día 28 de enero, según el calendario cristiano, es Santo Tomás, lo que lleva también asociado que ha sido el día del maestro, cuyo patrón es “El Buey Mudo”, según le llamaban algunos despectivamente en su  época.

Hace muchos años, casi un cuarto de siglo, llegué al último examen de la oposición para ser profesor de Filosofía. La prueba consistía en elegir un tema entre una terna y prepararlo durante tres horas para exponerlo después oralmente ante un tribunal durante 45 minutos. Metí la mano en el saco donde estaban las 98 bolas. Tema 29: “El yo psíquico. Niveles de conciencia”. Vaya, ése no me lo había estudiado. Segunda bola: tampoco. De modo que, con el disimulo que pude, eché un ojo buscando los que empezaban por 6 (los de Ética)y por 8 o 9 (Historia de la Filosofía). Extraje un 8: ¡el 85! Palidecí: el único de todo el bloque de Historia de la Filosofía (eran 20) que no había preparado: “Ser y participación en Santo Tomás”. La vocal del tribunal me preguntó cuál iba a desarrollar. Tras pocos segundos, respondí con falso aplomo: el 85. Y que Dios me coja confesado. Era elegir entre casi nada o nada.

Me condujeron al aula en la que un alma buena (amigos que tiene uno) me había dejado un termo con zumo de naranja fresquito y unos donuts. Además, tenía un cuaderno del mismo amigo con indicaciones de todos los temas: bibliografía, esquemas… Lo busqué y pasé las páginas hasta llegar al que debía. En el folio sólo había escrito el número y el título. Absolutamente nada más: la nada existencial.

Pero Dios existe. Tres horas después salí con un esquema y algún conocimiento. Y la esperanza de que en el tribunal no hubiera curas ni teólogos. No diré que lo bordé, pero no se dio mal; incluso me ofrecí al final para contestar a las preguntas que quisieran hacerme (qué arrogancia, qué imprudencia). No hubo ninguna: efectivamente, Dios existe.

Unos años después, paseando erráticamente por el Convento de los Jacobinos, en Toulouse, me encontré con la tumba de “Doctor Angelicus” (otro alias). Voy a empezar a creer en Dios, porque sólo entré a Toulouse a comer y al convento porque estábamos en agosto y el calor era insoportable.

O sea, Tomás, “Divus Thomas”, lo que sea, que gracias desde aquí. Y, ya que me pongo, ilumina un poco a ésos que son más creyentes que yo, dales claridad racional y capacidad de escuchar (y dámela a mí, no te olvides) cuando hacen leyes educativas en las que la Religión sigue presente, pero a ti te suprimen del currículo de la Filosofía por la práctica liquidación de la materia. Lo llaman ajustes, racionalización; qué sabrán ellos.

No es que yo crea mucho, la verdad, pero lo que escribiste fue un tsunami en la teología farragosa de la época, un alud de argumentos donde no siempre se argumenta, sino que se cree blandamente. A mí me interesa eso de ti, y mucho. Por eso te apeo lo de “Santo”; perdona, pero a la Filosofía ese título le tiene sin cuidado.

Y me voy a tomar un vino laico a tu salud eterna, aprovechando estos días del patrono en general y de mi padrino en particular. Porque lo tuyo conmigo fue enchufe, no lo niegues. Al límite mismo del tráfico de influencias.