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domingo, 31 de mayo de 2015

PRESTAR LIBROS

Todos hemos pasado por la fase de no prestar libros. Yo también, aunque hoy me da lo mismo. Es más, creo que prestar tiene más elementos positivos que negativos.

No obstante, vamos a hacer distinciones. Hay libros y libros.

Los del primer tipo son consumibles, periféricos, bisutería de las baldas. Incluyo en este grupo casi toda la narrativa.

El segundo bloque lo constituyen los libros sustanciales y los necesarios. Con estas categorías me refiero a todos aquéllos que precisamos para trabajar, que son muy personales a fuerza de subrayados, anotaciones y páginas dobladas. Los sustanciales son unos pocos, ésos que significaron algo importante, libros dedicados, regalados por alguien especial en algún momento esencial.

Éstos no se tocan. Sin embargo, prestar uno de ellos a alguien es otorgar a esa persona una categoría también especial, pese a lo cual hay que advertirle (yo lo hago) de que le mandaré a los geos si no me lo devuelve en un plazo razonable.

El resto, ésos que no son joyas sino gangas de hipermercado, pero que nos han dado algún que otro momento de placer, sí me parecen prestables. Tanto como prescindibles. Yo me hago siempre la siguiente pregunta: ¿qué pasa si no me lo devuelve? La respuesta es casi siempre que no me importa, de manera que lo hago. Dicen que sólo se debe prestar dinero si estás dispuesto a que no te lo devuelvan; con los libros sucede algo parecido.

No tengo síndrome de Diógenes. De hecho, leo mucho en formato digital por una cuestión de espacio en la casa. Y quiero ampliarlo, de modo que en alguna ocasión presto con la condición de que no se me devuelva, o sea, regalo. Hay algunos libros que no me han gustado demasiado: seguro que en otras manos estarán mejor. Hay otros que algún antiguo amigo o novia me regaló y ya no quiero saber nada de ellos: adiós.

Creo que algo hay de avaricia intelectual en algunas personas. En otras, puro narcisismo. Y puede que manías, gustos y modos de ser que no censuro: que cada cual haga lo que le parezca. Lo que no entiendo es el dogmatismo exclusivista del que tiene que tener sus libros y no puede prestarlos bajo ningún concepto. Tan absurdo -creo yo- como el del que tiene que terminarlos. Forma parte de las neuras de cada uno; neuras que, por cierto, he padecido en distintos grados en algún momento de mi vida. Pero unas cuantas mudanzas (físicas y mentales) y el paso del tiempo me están ablandando los principios.

Hubo un tiempo en el que apuntaba los préstamos y a los prestatarios. Pero he perdido la libreta en alguna mudanza. Prefiero la activa capacidad de olvido.


domingo, 24 de mayo de 2015

DÍA DE ELECCIONES

Qué raro es un día de elecciones. Salgo a la calle y el viento ha destrozado algunos posters y carteles que colgaban lustrosos hace apenas dos días. Y parecen meses, años. Los candidatos tienen la mirada perdida (en las alturas, por los suelos). La candidata a mi comunidad cuelga medio inclinada, con quince años menos -photoshop mediante- y sonrisa congelada.

Parece que el tiempo se ha detenido, que fue hace tanto... Y sólo ha pasado un día (de reflexión, dicen), ese día maravilloso que algunos quieren suprimir pero que yo aumentaría, a costa de la campaña, al menos una semana. Porque se trata de reflexionar, no de precipitarse, y eso es una actividad lenta.

Antes de salir, pongo la radio. Esperanza Aguirre dice que, ya que estamos en domingo de Pentecostés, espera que el Espíritu Santo nos ilumine. No sé si eso es propaganda electoral encubierta, beatería neoliberal o una de las suyas. Llego a mi colegio electoral y no encuentro la papeleta del Espíritu Santo. Voto con poca convicción. Mejor dicho: voto con toda la convicción pero nada convencido de la papeleta que he metido, soy un tibio sin remedio.

No es la del Espíritu Santo, desde luego.

lunes, 18 de mayo de 2015

UNO DE LOS NUESTROS

Hace muy poco tiempo, menos de un mes, murió un profesor, Abel Martínez Oliva, a manos de un estudiante en un instituto de Barcelona. Escuché televisiones y radios y presté atención a los especialistas; todos parecían tener claro que hay causas precisas y lo que debería hacerse y cuáles son los responsables. Hasta hubo un fulano que sostuvo que todos los profesores deberían saber hacer frente a situaciones así: transmutar en geos a los enseñantes cuando la ocasión lo requiera. O poner detectores de armas en las puertas.

Yo no sé por qué ha ocurrido. No sé si es un brote psicótico de ésos (pocos) que tienen un desarrollo violento. Tampoco sé si es la sociedad la responsable, porque tal cosa es tan errática como borrosa, y en la sociedad están los apologetas de la violencia y los de amor y flores, los bombarderos y los de abrazos gratis.

No digo ‘uno de los nuestros’ porque al asesinado y a mí nos una la profesión. Es uno de los nuestros por ser persona, por estar allí, por intentar detener al muchacho, por tener un valor que le costó caro. También el chico que lo mató es uno de los nuestros porque lo humano es también lo violento y nos pertenece. No sé si la causa es la maldad, la asquerosa banalidad de casi toda la violencia o una educación deficiente. El bien es cosa nuestra, también el mal. La construcción y la destrucción, el amor y el resentimiento. Obviamente, no todo vale lo mismo.


Circula por las redes sociales una carta muy sensata y dolida, que pide que el nombre de ese profesor se dé urgentemente a un instituto. Me parece una gran idea; es más, aún me parece mejor que el centro de enseñanza donde la muerte le encontró deje de llamarse Joan Fuster y tome su nombre. Estoy seguro de que muchos otros centros se llamarán como el escritor valenciano, pero sólo en ése perdió la vida un profesor. Conviene recordar, honrar.


PS: Acabo de leer que, al menos, una cátedra universitaria llevará su nombre.

sábado, 9 de mayo de 2015

MIS ESCENAS FAVORITAS: LA PARTE CONTRATANTE DE LA PRIMERA PARTE

Siempre he sido un marxista.

No tanto de Harpo como de Groucho, aunque he de reconocer su punto de salvajismo irrespetuoso al mudo que no era mudo. Me atrae su amoral lascivia.

Tampoco he sido de Chico, jugador, negociante, emprendedor

Soy grouchomarxsista por su verborreico desvalimiento, por su contrapunto antiharpista a la hora de seducir con la palabra; porque es un embaucador sin principios a lomos del disparate. Groucho es Kafka y Valle-Inclán, es dirty reality, incorrección política avant la lettre; es Nietzsche con bigote semipostizo y risotadas en estéreo.


Si Carlos levantase la cabeza…


viernes, 1 de mayo de 2015

DEJAR LIBROS A MEDIAS

Distingo entre aquellos libros que se han de leer y estudiar profesionalmente de los que se leen por placer y curiosidad. Los primeros son obligatorios, qué pena si no nos proporcionan gozos intensos, es lo que tiene el trabajo…

Hay muchas personas que, si hablamos ya del segundo grupo, tienen una visión kantiana y misionera del asunto de la lectura. Más vulgarmente: libro que empiezo, libro que termino.

Como yo no tengo tal concepción de los placeres, no dudo lo más mínimo a la hora de abandonar un libro. Cada vez vacilo menos y cada vez renuncio antes. Siendo como es el tiempo un bien escaso, no entiendo por qué he de fustigarme con frases ininteligibles o con tramas irrelevantes que me importan una higa. Lo dejo y a otra cosa: partida de mus, ronda de cañas o ruta del aspirador por los rincones de la casa.

No nos parece razonable soportar a personas a las que no aguantamos; sin embargo, creemos lógico seguir día tras día con un libro que nos aburre. ¿Masoquismo?, ¿promesa?, ¿pura cabezonería? Los libros, al contrario que las personas, no sufren, por lo que olvidar el tomo en cuestión nos sale a ambos bastante barato: sin culpa, sin orfidales, sin remordimientos, sin reproches… Además, si hay muchas personas por conocer, con los libros ocurre lo mismo. No se pueden leer todos: ¿por qué empeñarse en permitir que los pestiños ocupen el tiempo de los magníficos?

Soy de los que hacen catas. Y de cada tres libros que comienzo, tan solo termino uno. Hay quien me dice que lo bueno puede estar en la página 100, incluso más adelante. Se lo concedo, pero si un autor quiere tenerme resoplando de indignación o bostezando, no merece que llegue allí. El argumento es débil. Es como pensar que una persona a la que no soportamos puede cambiar a los diez o veinte años de ser tan insufrible. Vale, puede ser, pero mejor que fuera maravillosa desde ya mismo, que uno tiene la capacidad de sacrificio muy mermada.

Así que, concluyo, nada atractiva me parece la postura del que exhibe con orgullo eso de “yo me acabo todos los libros que empiezo”. Pues yo no. Me pierdo algo, puede ser, pero creo que gano mucho más.

Con la de gente que hay en el mundo.