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domingo, 30 de septiembre de 2018

SPAM


Miro mi correo electrónico casi todos los días. Tengo una cuenta de Gmail. La abrí hace años porque me dijeron que filtraba muy bien el spam. Así es.

No obstante, al principio, y durante varios años, todos los viernes, sin excepción, tenía unos correos en la bandeja de spam que me ofrecían Viagra y Cialis. Cada vez un remitente distinto (siempre una identidad femenina) de nombre absurdo: Vannessa Girolamo, Dominique Smith, Sandra París… Sin embargo, el sábado aparecían otros, también con nombres curiosos que me ofrecían Rolex y otros adminículos que no se corresponden a mi sueldo y condición social.

Desaparecieron de pronto. Ahora, desde hace un par de años, tengo un spam cada semana de Kerala, que me ofrece cosas  fantásticas: curso de cartas Oh, un retiro espiritual no sé dónde (pero suena bien), Chi Kung, Senderismo Cascada del Purgatorio, Bosque de Finlandia, etc. Pese a sus nombres, están cerquita de Madrid y (hoy he abierto el correo) piden una aportación de 15 €. Vaya con la cosa espiritual…

También aparecen en la carpeta de spam algunos residuos de contactos comerciales que tuve y que, pese a los años transcurridos, siguen inasequibles al desaliento, con el raca-raca. Uno muy curioso es de Iberia: hace años hicimos un viaje en grupo con esa compañía. El primer billete que reservé fue a nombre de Alejando. Pues nada, ya va para diez años que Iberia se dirige a mí como Alejandro. Les he escrito, pero da igual: para ellos seguiré siendo Alejandro.

Aprovecho para preguntar al bloguerío: ¿alguien sabe cómo bloquear esos correos basura?


Procedencia de la imagen: 
https://www.kaspersky.es/blog/kaspersky-anti-spam-protection/6281/


sábado, 22 de septiembre de 2018

CAJERAS



Soy promiscuo e infiel en la cosa de comprar. Cerca de mí hay un Mercadona. Casi a la misma distancia un Lidl. Andando llego también, algo más lejos, a Híper Usera. Ya con coche visito a veces Eroski y al menos una vez al mes me paso por el Hipercor. Cada cual tiene lo suyo y no voy a discutir aquí la cosa de la calidad y los precios, que me parecen aceptables ambos, aunque confieso que la fruta y la carne las suelo comprar fuera.

Porque mi carnicero es un tipo que tiene su establecimiento como una patena. No os lo podéis imaginar. Es entrar y te dan ganas de llevártelo todo, palabra de alguien que come carne con mucha moderación. Sólo tengo una lucha con él: el sobreuso de los plásticos. Trabajan padre e hijo; a éste le pedí un día una pechuga de pollo fileteada, todo lo fina que pudiese. Sacó incontables lonchas (porque eso eran). Le dije que me encantaba verlo trabajar tan bien. “Es que soy un profesional”, me respondió riéndose. Pero ésa es la clave: son profesionales, incluso de los que te aconsejan una pieza, aunque sea más barata que la que tú solicitabas. Vuelvo por eso: no son vendedores a corto plazo, sino profesionales. Ojalá les vaya bien siempre, tan bien como ahora.

Mercadona está al otro lado de la calle. Lo conozco y voy a piñón fijo con mi lista. Cuando salgo procuro pagar en la caja de Estefanía. No siempre está ella, claro. Como ya llevo unos cuantos años en esta ciudad, conozco a alguno de los empleados: el tipo más seco que la mojama, la que se pasa de simpática, la que repite las frases de cortesía como un mantra… Estefanía lleva pocos meses, que yo sepa. Debe tener en torno a veinte o veintipocos años y es alegre pero nada chabacana. Repite las frases de rigor pero sin impostación: “Buenas tardes, ¿Parking?”. “Su cambio, que tenga una buena tarde”, etc. De vez en cuando hace un comentario a lo que paso por la caja: “Qué ricas las avellanas”, “Gambas, ay cómo las hace mi madre de bien”. Pero no es familiar en el peor de los sentidos. Estefanía dice las cosas porque es así. Y sonríe de verdad, sin un curso de portada del ¡Hola! Estefanía parece disfrutar del trato con la gente y yo procuro ponerme en la cola de su caja. Desconozco si les pagan algún plus por la gente que pasa por allí pero si puedo prefiero pagarle a ella. El señor Roig debería cuidar a empleados así, a ser posible con buenas condiciones de trabajo y sueldos altos.

En el Hipercor me pasa algo parecido. Busco a Marisol, que suele estar en las cajas de la derecha, más bien al fondo. Y huyo especialmente de una tipa amargada de cuyo nombre no quiero acordarme que te tira las cosas sin miramientos, no te mira y no te da los buenos días. Marisol es algo mayor que Estefanía, pero una profesional amable y competente. Junto a ella, otra cajera, mayor aún, trabaja bien, es rápida, intenta solucionar los problemas que tienes, pero detecto en ella mirada cansada y rostro melancólico, como si estuviera en otro lugar.

A veces he tenido que recurrir a las de atención al cliente. Conmigo han sido siempre amables y eficaces, cuando he tenido razón y cuando no. Y yo intento serlo con ellas. Pero en algún caso he visto atender a verdaderos cabestros sin perder la compostura. Son de gran mérito.

Trabajar cara al público es muy difícil. La educación elemental es un bien cada vez más escaso. No lo tienen fácil. En algunos lugares, los empresarios ni siquiera les dotan de un miserable taburete, esos emprendedores que siempre han pisado moqueta y apoyado su repugnante culo en magníficos sillones y que creen que hacen una labor social dando un penoso trabajo en condiciones penosas. Desconozco las condiciones de trabajo de esas cajeras de las que hablaba antes, pero me gusta cómo trabajan, del mismo modo que yo intento en mi trabajo que aquellos a los que presto servicio no paguen mis frustraciones.

Espero que el de lo alto tome nota. Y, mientras tanto, espero que sus empleadores también lo hagan: la calidad humana de quien te cobra forma parte igualmente de lo que te llevas a casa. Y no una pequeña parte. A veces son mejores que la marca que representan.


Procedencia de las imágenes:
https://mx.depositphotos.com/108398016/stock-photo-illustration-of-supermarket-cashier.html
https://perladelmar.wordpress.com/2011/03/18/trato-fingido-de-calidad-o-amabilidad-natural-en-el-trato-he-ahi-el-dilema/

viernes, 14 de septiembre de 2018

CAFÉ DEL TIEMPO


No deja de ser un café solo. Con hielo, una rodaja de limón y (esto ya es de luxe) un par de granos de café.

Se sirve en la zona levantina. Su nombre es absurdo porque se toma en verano y hace mucho calor, por lo que debería servirse caliente.

Me gusta recrearme en él. El hielo se derrite y el café se hace aguachirri. Da igual. Yo raramente tomo café cuando estoy solo. Y, cuando lo hago, el mejunje permanece junto a mí durante horas, como un animal de compañía.

“Café del tiempo” es el título de un poema de esos de la experiencia que no escribiré.

Es también el título de un microrrelato posible. Regalo el título.

Es también el encabezado que Aristóteles no puso al epílogo de su Ética a Nicómaco. Pero me dicen que Rousseau se tomaba uno cuando redactaba el Contrato social y murmuraba expresiones malsonantes acerca de Voltaire.

Estamos en septiembre. Dentro de poco dejaré de tomar café del tiempo. Winter is coming. El café del tiempo es el tiempo libre, las horas elásticas, poca ropa y una partida de lo que sea con personas queridas.

Es una quedada con la tarde por delante o con el mar susurrando muy cerca mientras la luna, ésa de sangre, hace las veces de luz.

Mientras termino de escribir este post está nublado, hace poco que ha amanecido, refresca por la noche. Pienso que el tiempo del café del tiempo se ha terminado y comienzan los días del café laboral apresurado, del on en lugar del off, del negotium: se acabó el otium, el café del tiempo, el tiempo lento y la pereza que, con razón, se declaró pecado por falta de productividad.

Pero aún quedará tiempo, amigo CrisC, de un café del tiempo a final de mes, antes de bajar la persiana hasta el próximo verano.




Procedencia de la imagen:
http://www.restaurantebruselasvalencia.com/este-verano-cafe-del-tiempo-1-e/


miércoles, 5 de septiembre de 2018

ARAMBURU 6: ‘AUTORRETRATO SIN MÍ’

Este es el sexto libro que leo de Fernando Aramburu. Llevo sospechando en los anteriores varias cosas. No diré que es un magnífico narrador porque es obvio, sólo hay que leerlo. No, me refiero a que es un escritor poético, no un simple contador de historias. En las obras anteriores hay un lirismo humanista que en esta explota sin contención. Además, llevo pensando a lo largo de las obras anteriores que Aramburu es un hombre bueno. Un hombre machadianamente bueno, bueno en el buen sentido de la palabra bueno.

En Autorretrato sin mí Aramburu habla de lo que quiere. Es un texto a medio camino entre la autobiografía, la reflexión sosegada y la poesía. Aramburu habla de su padre, de su madre, de la sidra, del piano de su hija, de las olas, del anciano que camina con dificultad... Se acerca a estos temas desde la empatía, desde el ser. El escritor no sólo muestra: se nos muestra, es él en esto que nos cuenta, se desdobla para ser-ahí y adquirir una distancia que no necesitamos pero tal vez él sí.

Autorretrato sin mí es un texto muy bello, para leer despacio, uno o dos ¿capítulos? cada vez, para disfrutar morosamente de literatura, de palabras que quieren expresar el mundo que es su mundo, el mundo filtrado y querido por Aramburu.

El modo de abordar la escritura y la estructura del libro me ha recordado otro volumen maravilloso que leí hace unos años: La vida humana, de André Comte-Sponville. Tienen mucho en común, en tono, en tratamiento.

Concluyo: recomendable, hermoso, lírico. Una joya.