El viernes pasado la vi caminar. Eran poco más de las 8.
Estatura normal, delgada, ropa oscura. Pelo cortado a ras de nuca, abundante,
negro. Negro como casi toda su ropa excepción hecha del abrigo gris. Gafas
también negras, grandes. Caminaba deprisa, escuchando música o tal vez ya no a través
de sus auriculares.
El semáforo en rojo me permitió seguirla con la mirada. 200
metros más allá la esperaba él. Le vi entonces el rostro: muy joven, 18, tal vez
20, como ella. Los veo a diario, pero ella está siempre hacia mí -él me da la
espalda-; he contemplado sus ojos iluminados y su sonrisa que se pliega a la
boca de él.
Cuando paso a la altura del hospital están ya sentados en el
banco donde ahora espera él. Se besan, siempre se besan, y lo hacen con pasión.
Es muy pronto y se besan envueltos en sus abrigos porque es invierno y eso
importa pero no lo bastante como para no besarse como si el universo cupiese en
ese banco.
Llevo muchos años haciendo el mismo recorrido hacia el trabajo.
He reparado en ellos hace dos semanas, seguramente las que llevan buscándose
los labios y la vida. Siempre en el mismo lugar, a la misma hora. Se quieren y
eso basta. Yo voy a trabajar pero ellos tienen un combustible nuevo en sus
vidas. Se quieren y eso es todo, suficiente para que yo quiera escribir sobre
ellos sin saber nada, como un mirón que pasa todas las mañanas y durante un
minuto contempla la alegría de vivir.
Procedencia de la imagen:
https://www.neostuff.net/hablemos-de-besos-tipos-de-besos/