Un compañero de trabajo me habló de La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa, cuyo tema es
éste: un profesor de matemáticas ha perdido la memoria reciente y la familia
contrata los servicios de una asistenta para cuidarlo y hacer las tareas de la
casa; es madre soltera y acaba llevando a su hijo a la casa del profesor, que
le ayuda con los deberes y lo introduce en la afición al béisbol. Una historia
rara, cuyo mérito está en el modo, no en el contenido. Es curioso cómo algunas
historias las lees hipnóticamente, como si las frases te envolviesen y se
convirtiesen en el centro de tu atención.
Algo parecido me pasó con El
jardín del samurai, que cuenta la historia de un joven japonés que convalece
de su enfermedad en China, donde se hace amigo de un sirviente y conoce al amor
secreto de éste. Parece que no hay tema para una novela, pero se trata de la
historia más hermosa y delicada que he leído en años. Me reservaba para la
noche seis o siete páginas, porque no quería que se terminase. Muy bello. Desde
mi ignorancia, y con mucha prudencia, diría que es lo más zen que he leído.
El último descubrimiento ha sido Hiromi Kawakami, una mujer
de la que leí en primer lugar El cielo es
azul, la tierra blanca. Se trata de una historia de encuentro entre una
mujer de 38 años y su antiguo profesor del instituto. Hablan en bares, beben
sake hasta la embriaguez… Realmente suceden pocas cosas, pero, como en las
anteriores, el tono es lo que importa. Pasan las páginas y no nos importa más
que ese modo de llevarnos por la historia, tan leve como la seda, tan delicada.
Algo que brilla como el mar, de la
misma autora, me proporcionó la misma sensación: un estado de ánimo más que una
historia. Me siento algo ridículo contándolos, no importa qué sucede, es el tono
moroso y deliberadamente lentísimo, fenomenológico, esa extraña mezcla de mundo
espiritual y vivencias de piel.
Advierto que no
gustarán a todos. Esos amantes de la velocidad vertiginosa, de las historias
extraordinarias, quedan fuera, no resistirán las diez primeras páginas. Pero la
experiencia de la literatura japonesa, hasta donde yo llego, es algo que merece
la pena. Soy consciente de que es apenas la pequeñísima punta del iceberg de
una cultura que ni conocemos, ni entendemos, aunque a veces la contemplamos
desde la distancia con romanticismo cultural, algo peligroso, por lo que
también me atrevo a recomendar la novela de Amélie Nothomb Estupor y temblores, que es una narración sobre el Japón actual -concretamente
el mundo de la empresa- contada por una occidental que no encaja en sus códigos
(¿no sabe?, ¿no se lo permiten?). No está mal incluirla en el lote.