Qué raro eso de que hagamos balance a final de año. ¿Por qué
no en febrero o septiembre?
Tengo un fichero en el que apunto lo
que leo y hago una breve reseña reflexiva. Este año ha sido productivo. Si
todo va bien durante estos días, serán 48, 16 más que en 2013, lo que significa
que no he tenido una vida social intensísima, sino más bien mediocre.
Como siempre me ocurre, repaso títulos y de al menos la mitad
no me acuerdo, lo que significa que no dejaron huella. Pero algunos sí.
Leí bastante a Camilleri, media docena de novelas del
detective Montalbano. Aproveché todos los tiempos muertos en trenes y
aeropuertos en un par de escapadas a Italia (procuro leer locales cuando voy al extranjero). Siempre me gusta, tanto que
luego me cuesta ver la serie de televisión porque no reconozco ritmos ni
personajes, aunque no está mal.
También he leído cuatro novelas del islandés Arnaldur
Indridason, el descubrimiento del año; de ellas destacaría El hombre del lago. Está en la línea de
los escandinavos, con peculiaridades que merece la pena descubrir.
Entre las rarezas debo incluir La excepción, de la también islandesa Audur Ava Ólafsdóttir. No
gustará a todos, pero tiene un comienzo sensacional y un desarrollo que nos
cuesta seguir, no por su mala calidad o lenguaje complejo, sino porque no
conecta con ningún modo hasta ahora conocido de narrar. Pero a mí sí me gustó.
Estoy un poco cansado de versiones sobre lo mismo y me gusta sentir la novedad
al leer.
De los españoles, lo mejor ha sido Crematorio, de Rafael Chirbes, del que estoy ahora leyendo En la orilla. Sensacionales ambos. Del
primero hay una estupenda serie de televisión que hizo (creo) Canal Plus e
interpretó maravillosamente Pepe Sancho.
También he releído. Con placer (aunque menos que la primera
vez) El alquimista impaciente, de
Lorenzo Silva. La tía Julia y el
escribidor, de Vargas Llosa, me
gustó tanto como en el estreno. Y Si esto
es un hombre más aún; he añadido a la lista de libros de Levi El sistema periódico, singular y
valiosísimo conjunto de cuentos a
partir de un elemento del sistema periódico (era químico, supongo que todo el
mundo conoce ese dato).
Me puse por fin con El
hombre en busca de sentido, de Viktor E. Frankl, que es de los que deben ser
leídos. Impresiona, aunque no deprime. Es curioso que muchos de estos libros
concentracionistas estimulen las ganas de vivir en lugar de enfangarnos en el pesimismo
sobre la condición humana.
Entre los que también apunto con sonrisa o estímulo del
intelecto figura Algún día nos lo
contaremos todo, de Daniela Krien. Es una historia familiar, de amores y
afectos en la Alemania que va a desaparecer engullida por la RFA en eso que se
llamó unificación. Estupendo.
Descubrí dos poetas: Clara S. Scribá y Elvira Sastre. De la
primera, Plurales. De la segunda 43 maneras de soltarse el pelo y Baluarte. Jovencísimas, intensas, un prodigio ese dominio del lenguaje al servicio de una vida y unas pasiones que,
en el fondo, son las mismas de todo el mundo. Recomiendo encarecidamente Baluarte, incluso a aquellos a los que
no les gusta la poesía, lo que no deja de sorprenderme entre quienes dicen amar
la literatura.
He terminado el año con Los
escritores suicidas, de Pere Rojo. Una maravilla. No obstante, y como el
autor es amigo, le dedicaré pronto un post. Desde aquí y ahora lo recomiendo.
Dejo para el final Amistad
de Juventud, de Alice Munro. Había leído unos cuantos relatos de esta autora
cuando le dieron el Nobel en un ejemplar prestado. Pero justamente éste fue el
premio por el Concurso que convocaba Coeliquore y que me entregó una noche de
finales de Julio. No me atrevo a leer los que me faltan, seguramente por una
mezcla que no sé explicar de respeto, miedo y angustia.
Porque para este blog, 2014 será el año en el que se fue Coe,
cuyos comentarios tanto echo de menos.