Hoy se cumplen veinte años del asesinato de Gregorio Ordóñez.
A la hora de comer, en el Restaurante La Cepa, en el casco
viejo de San Sebastián, un comando de ETA lo mató.
Estoy recordando ese día. Estoy recordando que por la noche
había un programa de entrevistas conducido por Mercedes Milá. Algunos invitados
dijeron las frases habituales. Pero Javier Gurruchaga, que fue allí a cantar y
no cantó, se despachó a gusto contra ETA; dijo lo que le pedía el corazón y no
la prudencia cobarde y ovejuna. Se la jugó.
Hace un par de años pasé por allí. Sólo vi gente dispuesta a
divertirse, comer, beber, charlar, gente corriente, como siempre fueron
seguramente. Eché de menos algún recuerdo, alguna placa. El restaurante estaba
lleno y preferí entrar en otro lugar. Había comprado un libro en la librería Lagun
(otro lugar de riesgo durante mucho tiempo): una especie de guión
cinematográfico sobre Nietzsche, escrito por Michel Onfray. Me pareció lo justo
y creo que fue un libro acertado.
Con Gregorio Ordóñez se puede disentir, los políticos del PP nos
pueden ofender (a mí me ofenden con su chulería, sus mentiras, su prepotencia
de señorito de cortijo, su soberbia, su clientelismo…; seguro que hay hombres y mujeres a los que ofendo, en directo y a través de este blog). Sin embargo, las personas no
deben matar a otras personas.
Escuché decir entonces a compañeros de trabajo, la progresía de la época, que el PP lo
estaba buscando, que sacaba rédito electoral de sus muertos. ¿Vale el mismo
argumento para los siete millones de ejemplares de Charlie Hebdo? Qué asco.
Y ahora que han pasado veinte años vemos con toda nitidez que
nada de aquello tuvo sentido. Salvo la ausencia de todos los asesinados en
nombre de qué.
Hoy mismo he sabido que José María Ryan Estrada, asesinado por eta en 1981, era padre de cinco hijos entre 1 y 9 años.
ResponderEliminarMe he acordado de los huérfanos de Alberto Jiménez- Becerril y Ascensión García Ortiz, que tenían 4, 7 y 8 años cuando eta los asesinó por la espalda.
Hiciste lo justo y lo acertado al ir al restaurante y a aquella librería.
Ni olvido ni perdón.
La primera vez que visité el País Vasco fue en el verano de 1982. Eran lo que después se llamó años de plomo. Por todas partes había pintadas alusivas, carteles... En muchos lugares: "Lemoiz apurtu" (Lemóniz demolición, si no estoy mal informado). Hacía un año del asesinato de José María Ryan. Vuelvo a lo de antes: luchar contra la energía nuclear en general y contra la de Lemóniz en particular es legítimo y puede que incluso necesario; matar al ingeniero es un método tan asqueroso como efectivo, pero no por ello legitima una lucha. Por cierto, no fue el único: también hay que contabilizar al ingeniero Ángel Pascual Múgica y a la activista antinuclear Gladis del Estal.
EliminarY yo en el perdón distinguiría el de las víctimas, que es personal, voluntario e instransferible, y el del Estado, que no puede existir a no ser que renunciemos a la justicia. El olvido es imposible.
Nada de aquello tuvo sentido, nada. Estoy de acuerdo, Atticus. Leyéndote se me ha puesto la carne de gallina. He revivido una extraña sensación que no recordaba desde la infancia, cuando veía todo aquello a través de la televisión, en el periódico, o lo escuchaba en las conversaciones de los más adultos. Como bien dices, "el olvido es imposible".
ResponderEliminarNada. Pero han tenido que pasar muchos años y centenares de muertos. Y estos tipos mancharon de muerte, oprobio, insultos y trincheras un tiempo que ya de por sí era lo suficientemente difícil. Nunca entendí por qué la policía se cubría el rostro y los asesinos se mostraban orgullosos; algo funcionaba al revés.
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