Hace tiempo que no toco temas políticos. Es raro, con lo que
tenemos sobre nuestras cabezas desde hace…
Pero hace poco más de un mes fue 12 de octubre, Día de la Hispanidad,
de España, de la Raza, como se decía antes, ignorando que la raza que menos
merece ese nombre (por impura, por mestiza) es la española.
Leí alguna cosa sobre el patriotismo. Y me parece que es
palabra confusa, de límites demasiado borrosos, pese a que algunos deseen
hacerla precisa, mayúscula y obligatoria (no hablo sólo del nacionalismo
español, sino de esos otros periféricos, no por ello menos nacionalistas, pese
a su empeño en decir que lo son defensivamente)
Una cosa es la Historia, que debería estar fuera de las
discusiones pasionales y otra los sentimientos. Tampoco es lo mismo que uno sea
el último eslabón de una cierta secuencia histórica que poseer derechos
históricos, porque tal cosa es una convención variable, por mucho que nos obstinemos
en lo contrario. La Historia no da derechos, el derecho lo da (y lo quita) la
sociedad, las leyes, las costumbres.
Además, la pertenencia es siempre porosa. No poseemos una
identidad, sino muchas, alguna de ellas de corta duración y otras más
permanentes (el lugar de nacimiento, el color de la piel…). Nuestra identidad
se configura con las lenguas que hablamos, las personas que hemos conocido,
nuestros deseos y aspiraciones, los libros que hemos leído, las películas
vistas, los paisajes, las ciudades, las comidas, los dioses en los que creemos
y en los que hemos dejado de creer. Los símbolos.
No entiendo a los que se envuelven en una bandera y odian a
las demás. Tampoco a los que se ponen la mano en el corazón mientras suena su
himno y, al terminar, insultan a cualquiera que haga lo mismo al ritmo de otra
música.
Sin embargo, entiendo bien a los deportistas que ganan una
medalla y se emocionan cuando izan la bandera y suena el himno. Es su esfuerzo
y tras ellos hay un país que a menudo ha sufragado sus entrenamientos y pagado
a sus entrenadores. Entiendo menos a esos otros aficionados que salen en manada
banderil. Me parece bien la alegría,
pero algunas conductas me evocan lo peor de la tribu: su pertenencia ciega y el
odio al enemigo. Nada que reprochar a los que lo pasan en grande sin
resentimiento, sin venganzas.
Me acuerdo de aquel seleccionador, Javier Clemente, que decía
sentirse nacionalista vasco, pero que se levantaba cuando sonaba el himno español
y decía que lo que sentía entonces era respeto. No se pide más.
Yo soy poco de banderas; me emociono fácilmente, pero no con
ellas, menos aún con la de mi autonomía actual, de reciente invención. Tampoco
con la de mi autonomía de hace años, que no me daba ni frío ni caloret. Igual soy muy raro. Lo que no
he hecho nunca ha sido insultar a un rival
ni golpear al de los otros colores.
Debemos repensar qué es el patriotismo. Pudiera haber un
patriotismo económico, esto parece que a nadie le interesa. Pero si nos
quedamos sin tejido empresarial (más aún) nuestros hijos van a tener que viajar
mucho… Nos conviene a todos que haya empresas: importantes, pequeñas y no
tanto. Parece, sin embargo, que el libre tránsito de mercancías y capitales no
es lo mismo que el libre tránsito de personas, no vaya a ser que vengan estos
extranjeros a ocupar mi puesto de
trabajo: hay pocos curros disponibles, ya se han encargado de que haya pocos,
con muchas horas y mal pagados, luego dicen que la culpa es del inmigrante…
Darwinismo social se llama. A muchos patriotas de la bandera no les importa
dónde se fabrica ni dónde termina depositándose el capital. Patriotismo
asimétrico y olvidadizo…
Hay otro patriotismo que me interesa y del que se también se
habla poco: somos un país muy generoso en algunos aspectos: donación de sangre
y especialmente de órganos, los primeros del mundo. Y eso a cambio de nada, y
sin saber a quién. Qué pena que ninguna OCDE ni ningún informe PISA recoja esta
grandeza moral, más frecuente aquí que en otros lugares supuestamente más desarrollados.
Hace poco veía ese cuadro de Goya que tan bien nos retrata:
“Duelo a garrotazos”. No comparto el fatalismo hispánico. O me gustaría que no
fuera así, y que mirásemos el cuadro como un reducto del pasado. Temo que por
ahora todavía nos reconocemos en él. Pero los pueblos no están destinados a
nada, lo siento por los partidarios de la tesis del pueblo elegido (y por los
que sostienen esa ficción neblinosa: el
pueblo). Entre otras cosas porque los mestizos e híbridos no sabemos cuál
es nuestro pueblo, nuestra pertenencia. A lo mejor es por eso por lo que no
entiendo bien lo del patriotismo. Pero no me burlo de banderas, himnos y
sentimientos ajenos. Simplemente, permítanme vivir al margen, en las afueras o
en algún que otro solar de tan solemne territorio. O ser nómada, que es una
opción.
Coda machadiana (del Juan de Mairena): “Que usted haya nacido en Rute, y que se
sienta usted relativamente satisfecho de haber nacido en Rute, y hasta que nos
hable usted con una cierta jactancia de hombre de Rute, no me parece mal. De
algún modo ha de expresar usted el amor a su pueblo natal, donde tantas raíces
sentimentales tiene usted. Pero que pretenda convencernos de que, puesto a
elegir, hubiera usted elegido a Rute, o que, adelantándose a su propio índice,
hubiera usted señalado a Rute en el mapa del mundo como lugar preciso para
nacer en él, eso ya no me parece tan bien”.