Vi hace unos
días una exposición de Gervasio Sánchez. Terrible y magnífica. África, América
Latina, los Balcanes. Todo lo recuerdo. Había poca gente, al personal no le
gusta que le recuerden de lo que es capaz el ser humano.
Me
impresionó especialmente la que copio arriba (espero no vulnerar derechos de
autor, en Internet se encuentra con facilidad).
Cuatro niñas
miran a través del cristal resquebrajado de una furgoneta, que adivinamos destrozada
por la guerra, en Sarajevo. Su mirada es limpia, el odio aún no ha anidado en sus ojos y la sonrisa que ofrecen es natural. Una
de ellas rodea a otras dos, amistad, inocencia. No necesitan juguetes caros y
sí las unas a las otras. Miran al objetivo, se les adivina toda la vida por
delante, si los devastadores de la civilización no indican lo contrario. Gervasio
Sánchez no sólo fotografía el horror, sino también la esperanza. Está en ellas.
La vuelvo a mirar y pienso que la fotografía tiene algo de espíritu navideño, no de esta fiesta deshilachada y narcótica, sino de aquella en la que los seres humanos decidían quererse.
Han pasado muchos años, más de dos décadas. ¿Qué habrá sido de ellas?
La vuelvo a mirar y pienso que la fotografía tiene algo de espíritu navideño, no de esta fiesta deshilachada y narcótica, sino de aquella en la que los seres humanos decidían quererse.
Han pasado muchos años, más de dos décadas. ¿Qué habrá sido de ellas?