Hace unos días estuvo en el instituto en el que doy clase
Ignacio Martínez. Para los que no lo ubiquen, uno de los responsables de
Atapuerca. Dio una charla a más de 150 estudiantes. Me interesó mucho una frase
que dijo (cito de memoria): “Lo que más me gusta de hacer ciencia es que puedo
estar equivocado. Al contrario que en las creencias de cualquier tipo, de las
que no te apartas fácilmente, en ciencia siempre puede ocurrir algo que te
obligue a cambiar, reformular o simplemente eliminar tus hipótesis”.
Se me abrieron los ojos como platos. Los que seguís con
regularidad este blog y su correlato en Facebook y Twitter sabéis que pongo
mucho material en este sentido, es decir, contra la pseudociencia y la
charlatanería. Es decir, creencias que se presentan como ciencia: ciencias
ocultas a veces, oxímoron donde los haya.
Por supuesto, cualquier persona es libre de creer en lo que
desee, pero eso no convierte a las creencias en respetables ni en equivalentes.
Entiendo que uno puede creer en Dios, en Alá o en Shiva, ningún problema.
También me parece estupendo que la gente crea en el Atlético de Madrid, en el
cocido madrileño o en Harry Potter.
Otra cosa es eso que dice mucha gente: yo es que no creo en
la medicina occidental, yo no creo en los medicamentos, yo no creo en las
vacunas, etc. Miren, no es una cuestión de creencia. Si la ciencia es el gran
logro de Occidente, el producto final de la razón, es precisamente porque ha
deslindado las creencias personales, religiosas y metafísicas de lo puramente
científico.
Lo explicaré muy brevemente. En primer lugar tenemos un
problema, algo que queremos explicar y resolver. Para ello elaboramos una
hipótesis, mejor si es verosímil. Esa hipótesis, de momento, explica el
problema, pero sólo provisionalmente. Lo que diferencia a la ciencia de lo que
no lo es viene ahora: si es posible, se verifica experimentalmente; si no es
posible, hay que intentar falsarla una y otra vez y sólo se aceptará si, tras
una serie de intentos de falsación, sale triunfante. Aun así, los futuros conocimientos
o descubrimientos podrían modificarla o falsarla.
Esto es lo que decía Ignacio Martínez: hay que cambiar la
teoría de la evolución si los fósiles que van apareciendo obligan a ello. Por el
contrario, un sistema de creencias se mantiene inmune a la crítica, no genera
mecanismos de falsación e interpreta todo como verificaciones, evidencias a
favor. Cuando no es así, acude a la teoría de la conspiración o a intereses
espurios. Es decir, genera explicaciones ad
hoc para no reconocer nunca que se equivoca, ni siquiera que se equivoca en algo.
Un científico estudia muchos años. Es modesto. Un charlatán
apenas tiene estudios o directamente es un ignorante. Según él, posee un don,
lo cual es una suerte, ya que otros sólo poseemos estudios… Obviamente, cuando
se le piden pruebas, evidencias, ensayos clínicos, experimentos, estadísticas,
etc., se pone muy nervioso y a veces agresivo.
Por eso no se puede discutir con él. Se mueve en otro
terreno. Si se aviniese a contrastar lo que dice, tal vez algo de todo ese
batiburrillo podría ser aceptado. Pero se niega. De modo que lo mejor es no
perder el tiempo.
Lo peor es que muchos de esos charlatanes predican supuestos
remedios contra graves enfermedades, y pacientes que lo están pasando muy mal
recurren a ellos y dejan ese tratamiento convencional que tal vez les cursase. No en todos los casos, ya lo sé, la medicina
no lo cura todo ni lo sabe todo.
Soy de los que cree que son un peligro para la salud pública.
Soy de los que no entiende cómo no se les entrulla justamente por eso.
Si leyeran a Popper a lo mejor aprendían algo. Lo del
falsacionismo, como todo el mundo sabe.