sábado, 30 de junio de 2018

LOS BORROSOS LÍMITES DE LA ADOLESCENCIA Y EL SÍNDROME DE PETER PAN


No sé qué es un adolescente. En un bicho raro. Ni es niño ni adulto. Responde a reglas propias, que es un modo de decir que carece de ellas o que resultan incomprensibles. El adolescente acaba de salir de la factoría Disney y se embarca en proyectos que le vienen grandes. Quiere ser adulto antes de tiempo. Y le quedan muchos años de esa pantanosa cronología que alguien ha inventado.

Porque antes eso no existía. Un niño dejaba de serlo al abandonar la escuela para ponerse a trabajar, hacer la mili inmediatamente y, como allí ‘te hacían un hombre’, a la vuelta ya estaba preparado para formar familia y replicar los esquemas de sus antepasados. A las niñas les cambiaba la vida la transformación sexual que las transmutaba en ‘mozas’ a las que había que casar pronto para que no se permaneciesen solteras a la elevadísima edad de veintipocos añitos y se quedasen para vestir santos, como se decía entonces.

Ahora la adolescencia empieza pronto. Diez años, a veces antes. La biología impone un pequeño desfase entre sexos que la industria del consumo se encarga de minimizar. Si vamos adelantando la cosa, los años de potencial mercado se amplían. Y si logramos extender eso que llamamos ‘juventud’ (‘adolescencia’ queda un poco viejuno, como ‘pubertad’), mejor que mejor.

Todo el mundo habrá oído hablar del síndrome de Peter Pan. Que nadie lo busque en la clasificación de enfermedades. Un síndrome es un conjunto de síntomas de difícil catalogación, que parecen responder a algo sin que sepamos a qué exactamente. Más que una enfermedad parece una excusa o un fenómeno sociológico. En España hay mucho Peter Pan, parece que somos uno de los países de Europa con más apego al hogar paterno: los jóvenes de por aquí se van de casa a los 29 años, tres más que la media europea.

No es fácil analizar este dato con rigor. Sin duda, el precio de la vivienda era tan elevadísimo hasta hace poco que la convertía en un lujo. Cuando ha caído, ha arrastrado a las condiciones de trabajo, al trabajo mismo. De modo, que por unas cosas o por otras, nuestros jóvenes prologan estadísticamente este periodo durante casi veinte o veinticinco años. No todos, huelga decirlo.

Sin embargo, hay un grupo especial que todos reconocemos: esos ‘peterpanistas’ que sí poseen ocupación remunerada con cierta dignidad, que podrían independizarse y hacerse adultos de deberes, pero prefieren serlo sólo de derechos, anclarse en esa juventud infinita y gomosa. Son huéspedes en casa de los padres, van y vienen, comen, duermen, tienen ropa pulcra y planchada… Si las cosas se tuercen, el plato de comida nunca falta y la cama siempre tiene sábanas limpias. Algunos, con más suerte aún, poseen casa propia pagada en cómodas mensualidades, aunque siguen haciendo parada y fonda en el domicilio paterno y usando su lavadora. El propio se utiliza básicamente como picadero y escenario de fiestas.

No se ve el final de tanta juventud y el chicle hace tiempo que clausuró su vida útil. Milagrosamente, sigue estirándose. Sospecho que muchas de las características de esta vida muelle (sólo aparentemente: es una trampa) son las que padecemos cada día en el aula los profesores de secundaria. Y no hablo sólo de los alumnos.



Procedencia de las imágenes
https://aminoapps.com/c/disney-amino-espanol-2/page/blog/este-es-un-adios/X0RK_MdtguRxgwglp0X6orPmplpKggZv76
http://gestaltcadiz.blogspot.com/2015/12/crecer-para-que-sindrome-de-peter-pan.html



8 comentarios:

  1. Las culturas pujantes, y quizás axfisiantes, no tienen problema con los adolescentes. Hay protocolos y tradiciones que encauzan el despliegue vital de los jóvenes.

    En Occidente y a partir de los años 50 en USA, 60 en Europa y sus corolarios, se vinieron abajo, para y bien y mal con todos sus efectos secundarios, esos protocolos.

    Hoy la adolescencia empieza, como dices, muy pronto; y acaba tarde. Es sonrojante ver en el Club de la Comedia a humoristas que arañan los 40 tacos hacer bromas refiriéndose a la madre.

    Mi generación no era peterpaniana, queríamos salir de casa a toda velocidad.

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    1. La idealización de la juventud tiene algo raro, algo que no me gusta: ser joven no es un mérito; tampoco un demérito, desde luego. Pero suele utilizarse como una disculpa para evitar dar la cara y que otro lo haga por ti ("es joven"). Sin embargo, no se sabe qué es eso de ser joven. Un político con 50 años es un joven político, una promesa. En deporte es al revés: ya no es tan joven, dicen de alguien que roza los 30. Raro.


      Lo que dices de salir de casa tiene algo que ver, creo, con las ansias de libertad. La familia de ahora no es como la de hace 25-30 años. Esperábamos algo más, algo que no pasaba en casa. Creo que esto empezó a cambiar precisamente con mi generación. Ahora alucinan.

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  2. ¡Hola Atticus! Pues sí..., Síndrome de Peter Pan y lo que viene siendo la generación Nini (ni estudia, ni trabaja, ni na de na), de eso por desgracia hoy en día hay mucho. En mi generación era todo tan distinto... Como dice CrisC, yo estaba deseando irme de casa, hacer mi vida, ser independiente y en cuanto pude, lo hice
    A mi, quienes me dan pena son los padres, pero ellos sabrán...
    Besos

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    1. Lo hicimos casi todos. Hace unos meses me dijo una compañera de trabajo que estaba pensando alquilar un piso, pero que, claro, en el chalet de sus padres tiene toda una planta para ella sola y el piso sería incluso más pequeño. Tiene 34-35 (no estoy seguro). Me preguntó si a su edad yo ya me había ido de casa. Le dije que sí, hacía más de 10 años, y no fui especialmente precoz. No me creyó.


      Muchos padres ya son eso, eso que...

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  3. Yo tuve la oportunidad de irme a estudiar fuera. Siempre lo recomiendo. Es irte de casa, sin irte de casa. Pero cuando toca volver ya hay mucho camino hecho para no hacerlo, o para no hacerlo por mucho tiempo. Ahora tienes una facultad a la vuelta de cada esquina, la calidad da igual, pero el título lo puedes tener y es lo que cuenta. Y estamos puntuando ¡asistencia! ¡buena actitud!... Es necesario, pero que puntúe igual o más que los conocimientos y la capacidad de aplicarlos... Besos.

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    1. Tuviste suerte. Yo no. Vivía en la ciudad en la que estudié. Pero lo recomiendo, desde luego. Ni siquiera tuve la oportunidad del Erasmus, no existían aún (soy muy mayor, ya lo ves).

      Cuando me enteré de que en la Universidad pasaban lista y puntuaban la asistencia aluciné en colores. De modo que es más fácil faltar al instituto, no pasa nada nunca. Y ay de ti como digas que no repites el examen: los papis justificalotodo caen sobre ti con un inspector en una mano y un abogado en la otra. Veo en esta sobreprotección un problema de educación. No se les permite equivocarse ni ocuparse de sus asuntos hasta edades muy tardías. Claro, luego decimos que la sociedad está infantilizada.

      Soy de la escuela del conocimiento.

      Besos.

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  4. Los jóvenes de ahora creo que no tienen la misma ambición que teníamos antes. Cuando acabé la carrera quería trabajar, daba clases particulares para ganarme algo y cuando a los 24 años me llamaron de Cataluña para trabajar no me lo pensé dos veces, necesitaba salir de casa de mis padres, no depender de ellos, buscarme la vida. Al principio fue duro, pero esa vivencia me sirvió para coger experiencia y hacerme más fuerte en todos los aspectos.
    Las generaciones de ahora viven muy bien, no les falta de nada y no saben apreciar todo lo que tienen, pero la culpa muchas veces la tenemos los padres.

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    1. Yo también tengo esa impresión, pero tal vez sea eso: una impresión. Hice cosas muy parecidas a las tuyas: durante tres o cuatro años cuando me preguntaban la dirección pensaba siempre en la matrícula de mi coche. No me arrepiento, claro.

      Pero a los padres nos toca a veces educar en que es bueno no tener, desear, apreciar.

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