Anoche estuve en Guadalajara, en el ‘Viernes de los cuentos’.
Resulta que en esa ciudad tienen una estupenda relación con el género. Un
viernes al mes un cuentacuentos va y obsequia a la ciudadanía (porque es
gratis) con un rato de historias, a veces breves, otras -como anoche- largas.
Universales, locales, de otro tiempo, inventadas, de la tradición… Incluso en
otros idiomas, con traducción simultánea (lo recomiendo: delirante). Por lo
general, una maravilla. Algún que otro pinchazo.
Anoche inauguraba temporada con Pep Bruno, un cuentacuentos
local sensacional, con gran sentido de la escena, divertidísimo incluso cuando tuvo
que improvisar porque las luces empezaron a hacer de las suyas.
Llegué justo de tiempo y me puse en la última fila. Delante
de mí ocho adolescentes. Mala cosa, pensé prejuiciosamente. Todos con sus
móviles encendidos, claro. Uno de ellos preguntó cuánto duraba. Una hora, dijo
otro. Pues vaya, oímos uno y nos piramos, y el lunes le hacemos a la de lengua
un resumen de ése.
Pensé en mis estudiantes, impermeables casi todos a este tipo
de actos. Siguieron hablando en voz alta y chateando con el móvil. Empezó Pep
Bruno y ellos siguieron hablando y chateando. Una de las chicas se puso la
capucha, se apoyó en otra y se pusieron a dormir. La otra continuaba chateando.
Uno de los chicos hacía fotos y las tuneaba. Sólo el de la esquina, sudadera
fucsia y gorra invertida, mantenía atención. Pasaron quince minutos, se
levantaron sin respetar el trabajo de Pep Bruno y se marcharon. ¿Para qué vinieron?
Menos mal que por fin se largan. El de la sudadera fucsia se quedó una hora.
Y los demás gozamos de más de hora y media (menos mal que se
fueron: ¡hora y media!) de un estupendo espectáculo en el que Pep nos habló de
los inicios de esta actividad allá por 1994. Por cierto, todo esto culmina en
el Maratón de Cuentos, a finales de junio, en el que merece la pena ir a la
ciudad, escuchar a todo tipo de narradores en el Palacio del Infantado. Mejor
por la noche, cuando baja la temperatura, están los narradores profesionales y
a veces corren entre las filas de asientos vasos de queimada.