Una soledad demasiado ruidosa
Uno de los
placeres más maravillosos es comenzar una novela de cuyo autor no sabes
absolutamente nada, con un nombre casi impronunciable en castellano (Bohumil Hrabal),
y descubrir que te gusta y que no se parece a nada de lo que has leído antes.
Muy recomendable pero nada convencional.
Su estilo no es
fácil: el checo Hrabal
escribe de manera densa, páginas y páginas sin puntos y aparte. Como
detalle/reposo para el lector, hay una especie de capítulos, supongo que para
respirar, porque el libro se debe leer como un monólogo interior, estilo
aparentemente libre pero muy difícil.
El protagonista es un embalador de papel
para reciclar. Le llega de
todo, especialmente libros de filosofía y láminas de grandes obras de arte. Con
ellas va construyendo sus paquetes, también su vida y su cultura. El
protagonista y narrador habla de Kant y de Jesucristo, de los ratones que hay
en el sótano y de su cochambrosa casa, en la que ha ido haciendo una gran
biblioteca de libros ‘distraídos’.
El texto tiene un humor que a veces es sutil y otras francamente ‘desmesurado’,
de sal gorda, como la
historia de ¿amor? con Maruja, o la vida de su tío el ferroviario.
Capítulo aparte merecen esas alusiones al régimen comunista y
a los limpísimos y sanísimos voluntarios,
trabajadores jóvenes que van a mejorarlo todo. En
Occidente ya nadie lo recuerda, pero eso ocurrió y no hace tanto.
El jardín del samurai
Literatura japonesa, vaya, ya estamos con la cosa culta que recomiendan
esos suplementos aún más cultos de periódicos cultísimos. Que si Murakami es el
eterno candidato al Nobel, que si Kenzaburo Oé, que si Mishima… Éstos son el
escaparate, claro que sí, y muchos más. Pero luego hay verdaderas joyas como
ésta, más escondidas, cuya autora es Gail
Tsukiyama.
No voy a decir casi nada del argumento. Éste es un libro que no se puede
contar. En primer lugar, hay que verlo y tocarlo: está editado con esmero: buen
papel, tapas duras, evocadora portada… Y en el interior hay una historia que
debe ser saboreada, página tras página, despacio, entrando en una sensibilidad
que no es la de por aquí, con unos modos de amar, de vivir, que nos envolverán
hasta que lo extraño sea lo nuestra corriente y vulgar vida diaria.
El jardín del samurai es una verdadera
delicia. Podría ser una historia épica o trágica por el contexto en que se
desarrolla, pero es un texto intimista de prosa lenta cuya historia se saborea.
Pocas veces me ha ocurrido lo que con este libro: todas las noches dos páginas,
sólo dos, para dilatar la belleza, la delicadeza, para prolongar la amistad con
esos personajes tan próximos.
Tea-Bag
Esta novela es una rareza maravillosa dentro del grupo de
novelas de Henning Mankell que no protagonizó el inspector Wallander. En la
historia se entrelazan varios relatos de mujeres inmigrantes. Una de ellas
entra en contracto con un escritor, poeta, cuya vida errabunda se endereza al
encontrar problemas de verdad, frente a los banales inconvenientes de una vida
que sin sentido, rodeado de una histérica novia pro-maternidad y su madre, que
regenta un negocio porno. Mankell hace hablar a una mujer silenciosa, que no
sabe el idioma, que no quiere decir nada para no estropear aún más su delicada
situación: es Tea-Bag, éste es su nombre, que leyó en un sobrecito que tomaba el
hombre que la interrogaba.
La obra africana de Mankell transmite verdad y desgarro. El
autor escandinavo conocía bien África, vivía seis meses al año en Mozambique.
Estas últimas semanas, viendo al gobierno sueco echando balones y refugiados
fuera, me pregunto que escribiría el ya difunto maestro Henning Mankell.
La buena letra
No resisto contar
una historia. En la última Feria del Libro de Madrid, fui a que Rafael Chirbes
me firmase un ejemplar. Había leído ya dos de él: Crematorio y el último premio nacional de narrativa, En la orilla. Conversamos unos minutos,
era chispeante y cordial. Nos reímos de las colas que tenían los pseudoautores
y me prometió que en el futuro incluiría en sus libros jaculatorias y
medallitas para que el gran público pudiera acceder a ellos. En Agosto se murió
de repente y yo acababa de leer La buena
letra, uno de esos libros que nadie nombra pero que te arrancan lágrimas y
te agrandan el corazón. No hay gran novedad argumental: una familia española,
tras la guerra, se enfrenta a sus grandezas y miseria. Pero la prosa de Chirbes
es (no quiero decir ‘era’) tan poderosa que bastan poco más de cien páginas
para hacer un gran libro. Que no va de la guerra, sino del alma humana: nos
encontramos en sus páginas a todos esos seres que quisiéramos ver muy lejos,
junto a otros que dan contendido a la palabra ‘bondad’.
Lo presto a quien
me lo pida. Pero, por si acaso, tengo la dirección de unos geos dispuestos a tomar por asalto la casa del que olvidare quién
es el destinatario de esas palabras escritas por Rafael Chirbes un 30 de mayo
de 2015, dos meses antes de morir.
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