Debe ser porque se aproximan las vacaciones y mi cabeza está de mudanza: se van las obligaciones, el papeleo, los horarios… Quedan tres semanas.
El sábado suelo despertarme a la misma indecente hora de ir a
trabajar. Me siento en la cama, me pongo a leer y dejo que el frescor de la
mañana entre dulcemente. Tras un buen rato de lectura perezosa, hago un zumo natural
y me sigue sorprendiendo su intenso sabor, tan ajeno a esos envasados que suelo
tomar rápidamente a diario. Noto que en el silencio me produce un extraño
placer el sonido del cuchillo atravesando el pan que voy a tostar con la
intermediación de la mantequilla y la mermelada.
Tengo ganas de dedicar todo el día a disfrutar de esos
placeres básicos, sensitivos.
He comprado unos auriculares inalámbricos para ver películas
por la noche desde la terraza sin molestar a los vecinos. Me encanta disfrutar
de las sutilezas de una magnífica serie o película, me relamo pensando en las
noches que me esperan.
Hace poco me acerqué a Mercadona. La zona de frutas y
verduras me expulsó: no olía a nada, absolutamente a nada. Pero cuando huía de
allí me asaltó a la pituitaria el inequívoco aroma a jamón recién cortado. Algo
que huele así de bien no puede estar malo. Pedí unas lonchas y hablé con el empleado
sobre los olores de la comida y le dije que me había cruzado con algunas
personas cuya compañía no hubiera soportado mucho tiempo: a suciedad antigua, a
ropa que no se lava apenas. Creo que el de lo alto me ha dado cierta
sensibilidad olfativa, aunque que me va privando año tras año de audición y
agudeza visual. Pero ser fino de nariz no es siempre agradable.
Por la noche suelo dar un agradable paseo por la zona más
fresca de la ciudad en la que vivo. Después, en la cama, sábanas limpias y
pijamas menos sustanciosos. Recuerdo algo que me ocurrió hace… ejem, muchos
años. Estaba haciendo la mili, una semana durmiendo al raso, bajo el intenso
frío en invierno y otra con un asfixiante calor en verano, con muy poca agua y
nada de higiene persona. El saco de dormir debía tener mugre de la primera
guerra carlista. Una noche en el monte pensé que no apreciamos el tacto
maravilloso del algodón de las sábanas. Lo que eché de menos aquellas noches no
fue la temperatura adecuada, sino el tacto de la tela y los sonidos arrancados
cuando mi cuerpo aprovecha su contacto. Me propuse dar importancia a algo tan básico
como su textura, su olor a limpio. Me sigue pareciendo algo maravilloso.
Estos días pienso mucho en esos placeres básicos: en el
silencio de la mañana cuando me asomo y ni siquiera el viento mece las copas de
los árboles. En el silencio nocturno que solo interrumpe el croar de unas ranas
que habitan en un canal próximo a mi casa.
Echo de menos la compañía y la conversación con algunas
personas. Palabras y sorbos reposados, lentitud, sonrisas, palabras
inteligentes. Antes de la pandemia comía con unos compañeros una vez al mes. Comidas
alegres. Echamos de menos a R, un tipo bueno, grandón, alegre como pocos, que
se pasaba de la raya en lo que se refiere a comida y a su contundencia en
grasas y colesteroles varios. Nos regaló su amistad, su buen hacer profesional,
su bondad y su ímpetu vital antes de dejarnos para siempre. Todos recordamos
que, en el tanatorio, la familia puso un ataúd sin símbolos religiosos y encima
una foto suya con su inmensa sonrisa algo sarcástica. Parecía que nos estaba
diciendo: venga, vamos a tomar un vino, qué hacemos aquí. Lo recordamos como
creo que hay que recordar a las personas que hemos querido: presidiendo mesa,
brindando por él y riéndonos. Pero mucho.
Llevamos más de un año de pandemia. Más que nunca, echamos de
menos esos placeres básicos. Los más importantes.
Procedencia de la imagen:
https://www.latercera.com/paula/la-biologia-del-placer/
También recuerdo a R. Hoy, sin ir más lejos y aprovechando que tenía muy pocos alumnos, he soltado las riendas de ese caballo desbocado que llevamos dentro y les he contado a un par de alumnas de las que merecen dicho nombre, que no hace mucho tiempo teníamos un compañero grande, muy grande, que ocupaba mucho espacio, tanto como su sonrisa y que siempre se quedaba con los alumnos más conflictivos y difíciles. Y lo mejor de todo es que no había nadie como él para hacer que se reencontraran a sí mismos.
ResponderEliminarSe lo he contado emocionado, sabiendo el riesgo que corría de ser mal interpretado o simplemente ignorado. Afortunadamente han cogido el guante y han respondido con esa apertura maravillosa que solo aparece en los niños o medio niños. También ellas me han contado cosas que no tenían nada que ver, aparentemente, con lo que se supone que deberíamos estar haciendo. Así transcurrió parte de la "clase".
A lomos de la inercia, estuvimos escuchando a Debussy, Chopin, Joep Beving y Nilhs Frahm. Estábamos los tres solos, sin la algarabía diaria ni el trajín de la rutina cegadora. La atmósfera de la clase era diferente, llena de un aura cálida y acogedora.
¿Será que Raimundo ha venido a hacernos una vista hoy?
R siempre está. Yo aún lo imagino, con su gran humanidad, compartiendo instituto. Aún está circulando el "sillón de R", que hicieron para él... Y, como dices, siempre dispuesto a hacerse cargo de lo más difícil, con su buen hacer y su bonhomía. No se puede decir esto de muchas personas.
EliminarA veces algunas clases son el cielo. Qué pena que los burócratas no lo entiendan...
¡Hola!
ResponderEliminarsí que se echan de menos tantas cosas de antes de la pandemia..., pero parece que la cosa va mejorando y tengo la esperanza de que poco a poco podamos ir recuperándolo todo (aunque este año nadie nos lo va a devolver como tampoco a vuestro querido R, que bonitas tus palabras recordándole). No soy especialmente fina de olfato, nunca lo he sido y tanto serlo como no serlo tiene sus pros y sus contras, claro. Aún así, cuantas veces me resulta insoportable esos olores de gente en transporte público, ufff, se pasa mal. El olor a limpio de las sábanas recién cambiadas es uno de los mayores placeres de la vida, sí...
En fin, que a ver si todo vuelve pronto a la normalidad
Besos
Espero, ojalá. Pero también el año pasado a estas alturas éramos optimistas... Sí, lo sé, hay una gran diferencia y se llama vacuna. Por supuesto, pronto la segunda dosis.
ResponderEliminarR. Fue un maestro, en los dos sentidos, una persona buena, de esas que la vida te pone delante para que aprendas de él.
Y lo de los olores, desde luego: gozoso y doloroso. Besos.