lunes, 28 de febrero de 2022

ME PUEDEN

Que me gusta leer no es ningún secreto. Hace un par de días hablaba sobre aquello de poseer o no los libros. Parece que a casi todo el mundo le gusta. Yo soy un poco raro en esto. No es que no me guste, es que ocupan mucho espacio. Y no es que yo tenga miles (como mucho mil cuatrocientos), al contrario. De hecho, leo mucho de la biblioteca y en ebook. Me gusta subrayar los libros, anotar, incluso doblar las páginas. Sí, ya sé, pecado mortal, pero es que son míos y son objetos, no palabra de Dios, no reliquias. Estoy hablando de ensayos, con las novelas son menos anotador; desde luego, si son prestadas, tengo exquisito cuidado.

A mí lo que me gusta es leer. Tuve ese tiempo acumulador, incluso me compraba el libro si alguien me prestaba el suyo y me gustaba. Pero de esa droga también se sale.

Tengo delante de mí tres docenas de libros que he ido leyendo, que tengo a medias, que me han devuelto, que he comprado e incluso heredado. Me agobia su presencia, me pueden. Me agobia más aún el poco tiempo que puedo dedicarles. Son muchos. Es posible que cuando llegue la jubilación me pase lo mismo. Tengo que ordenarlos. Para algunos no hay sitio. Estoy pensando en regalar unos cuantos. O en dejarlos abandonados a la espera de su lector, que seguramente será mejor amo que yo.

Es que no tengo vocación de amo. De lector, algo más, de eso sí. ¿Quién inventó el tiempo?



Procedencia de la imagen:

https://homominimus.com/2010/08/13/saco-un-libro-de-una-biblioteca-publica/


domingo, 20 de febrero de 2022

PELÍCULAS EN CASA (MÁS)

Ya comenté hace poco tiempo que no voy al cine desde que empezó la pandemia, solo he acudido en una ocasión. Sin embargo, sí veo muchas películas en casa. Nada más comenzar el confinamiento me aboné a una plataforma (no la que estáis pensando) y muy recientemente a otra. En la primera especialmente hay películas para varias vidas, mucho cine clásico, mucho cine independiente. De hecho, le hice la prueba del algodón: Érase una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan, Turquía, 2011), película casi inencontrable, ni siquiera mis piratas de referencia la conseguían. Pues estaba. Por cierto, recomendabilísima.

Naturalmente, es como de cineclub, lo que soy. No reniego del mal llamado cine comercial (soy un rendido admirador de autores de éxito en taquilla, Steven Spielberg por encima de todos ellos), pero también me gusta buscar y a veces encontrar esas joyas que pasan desapercibidas o incluso que no transitan por las salas españolas.

Últimamente he visto tres. Vamos a ellas.Le bleu des villes (Stéphane Brizé, Francia, 1999), que yo traduciría como La zona azul, es una película sobre los sueños, los sueños rotos, el postureo vital, las mentiras que nos contamos a nosotros mismos para aparentar que la vida es o será como imaginamos alguna vez. Pero después viene la realidad, la frustración y todos los golpes que no imaginábamos. Y ahí seguiremos, intentando acomodar nuestra vida a lo que es y no a lo que pudo ser o hubiéramos deseado que fuera. Amarga y desazonadora. Transmite verdad. No gustará a los wonderfulistas.

Me gustó mucho también No odiarás (Mauro Mancini, Italia, 2020), ópera prima de su director.  Vemos al comienzo que un médico, cuyo padre ha estado en Auschwitz, es testigo de un accidente en el que un simpatizante de la ideología nazi está perdiendo sangre, puede morir. Tiene tres hijos: la mayor acaba trabajando como asistenta en casa del médico. El segundo es el más activo, un skin de manual, rapado para que se vea el vacío existencial relleno con ideología de gritos y exclusión. Y luego está el niño, maleable, la página en blanco en la que todo puede escribirse. El que no puede escribir más sin destripar la película soy yo. Me impactó el final.

Algo menos me gustó la que vi ayer, Los depredadores (Pietro Castellito, Italia, 2020), aunque reconozco que tiene algo especial, un ritmo, un modo de filmar… No lo sé. Me recordó a ese estilo surrealista bajo el cual se esconde una crítica social profunda. Berlanga era un maestro. Dicen que es una comedia negra; más negra que comedia, diría yo. A veces es dispersa, pero tiene escenas antológicas, muy especialmente las que protagoniza el nietzscheano joven y su disparatado entorno. Tal vez demasiados personajes, no estoy seguro. No acabé de conectar, pero habrá gente a la que le chifle.

Y ahora, en esta mañana de domingo, mientras desayunaba he comenzado a ver Disobedience (Sebastian Lelio, Reino Unido, 2017). Llevo poco, me gusta. Y sale Rachel Weisz. Con eso me vale.



Procedencia de las imágenes:

https://www.elseptimoarte.net/peliculas/carteles/once-upon-a-time-in-anatolia-5607.html

https://www.filmaffinity.com/es/film101078.html

https://www.filmaffinity.com/es/film114875.html

miércoles, 9 de febrero de 2022

POSTUREO

Fingir lo que no es.

Disfrazar la realidad, ocultar. Ser positivo.

Mi primer contacto con el postureo docente lo tuve allá por… Ejem… Era un colegio privadísimo en el que no existía el fracaso escolar porque aprobaba todo el mundo. Que supieran o no era otra cuestión. Según el jefe, la clave estaba en la motivación. “Motivación, motivación y motivación”, nos repetía el público y en privado, nos arengaba. Uno de mis compañeros se atrevió un día a preguntarle cómo se aplicaba lo de la motivación. Sin despeinarse respondió: “Pues está muy claro, por la vía de la motivación”. Con un par, claro que sí.

Ese tipo nos organizaba cursos de supuesta formación en el que indocumentados que no pisaban un aula ni por casualidad nos decían lo que había que hacer en el aula.  Lo del cómo ya no tanto. Entrar en las condiciones materiales parecía como de marxistas.  De hecho, la explotación laboral era la norma, pero eso… Bah, pelillos a la mar, lo importante es la vocación, la entrega, la motivación…

Un momento: ¿quién motiva al motivador?

Han pasado muchos años de aquello. De hecho, estoy más cerca de la jubilación que de otra cosa. Y el postureo no ha hecho más que crecer. Seguimos con lo de la motivación. Añadimos palabros nuevos: competencia, implicación, implementación… Añadimos papeles, muchos papeles. Y los que estamos a pie de obra sabemos que hay que discutir -de nuevo- de las condiciones materiales de trabajo, de la ratio, de la carga docente, de los medios…

Y eso no.

Hacemos un curso (obligatorio) de riesgos laborales y después nada de lo que hemos visto se cumple. Protestas y se ríen. El curso y basta. Nos mean en la cara y dicen que llueve.

Esa transmutación de las palabras es una traición a la verdad. Y arrasa con todo.

Y ellos tan satisfechos. La lluvia no cesa.



Procedencia:

http://www.ahoracriticoyo.com/2015/05/10-megaclasicos-para-el-postureo.html