No me refiero al diálogo entre países, cuya ausencia
desemboca en todas las formas posibles de hostilidad. O del diálogo entre
partidos políticos, cuya alternativa es la demagogia y las mentiras de parte.
Yo estaba pensando en que hay personas con las que da gusto
hablar y otras con las que es imposible.
Entre estas hay muchas variantes. Están las que son -creen-
el ombligo del mundo, las del yo, yo, yo y después yo, las que tienen una vida
interesantísima y solo saben hablar de sí mismas, de lo que hacen, de lo que tienen,
de lo que ven y leen, de sus amigos, de sus vacaciones, de su familia…
Insufribles por plastas: al cabo de cinco minutos hay que huir.
Son igualmente insufribles las que practican el machoalfismo sabeloto:
lo saben todo de todo y solo te escuchan para machacarte con sus sentencias
rocosas. Parece que hablan contigo, pero no: en su versión más generosa te
conceden el privilegio de haberte encontrado con ellos. Siempre flotan por
encima de la plebe.
También son detestables las que hablan y hablan y hablan a
velocidades endiabladas y sin pausas, no vaya a ser que aproveches para hablar
tú. Eso sí que no. Creo que, en el fondo, es temor al otro, necesitan ocupar el
discurso para no quedar en evidencia. En todo caso, mal.
No me gustan tampoco las que nunca dicen nada, escuchan, no
se posicionan jamás, parece que no tienen sustancia, van como veletas en la
conversación… Confieso que alguna vez soy de estos mudos, pero es por no entrar
en disputa con las variantes anteriores.
Casi todos los que he nombrado son los del yatelodigoyo,
loqueyotediga, hazmecasoamí, yoestoybieninformadonocomotú
y similares.
Por supuesto, están las de la banalidad full time, estas
más que brasas son aburridas hasta la extenuación. Necesitarían mirar al otro y
ver que no le interesa nada, que no precisan tantos detalles, que ya se lo han
contado mil veces, que están fantaseando sobre un detalle, que eso puede ser
importante para quien habla, pero no para los demás…
En definitiva, cierta simetría siempre es necesaria. Dicho de
un modo más académico, hay que reconocer al otro como interlocutor válido, la
relación ha de ser lo más horizontal posible, dar al otro la posibilidad de
expresarse, de ser escuchado y atendido. Hay que hacer altos en el propio
discurso, preguntar, interesarse, aceptar que no tenemos razón o no toda la
razón, que nuestros intereses no son universales, que no somos el centro del
mundo.
¿Hay buenos conversadores? Por supuesto, tal vez debieran ser
una especie protegida; en cualquier caso, hay que protegerlos y arrimarnos a su
compañía, conocimiento y bonhomía. Y procurar ser como ellos.