¿Cuál es el punto justo del respeto? Si nos pasamos, llega la
indiferencia, tan perjudicial que acaba encontrándose con la arrogancia, que
era lo que había si nos quedásemos cortos.
El otro, el no-yo, es radicalmente ajeno. Pese a ello, es
necesariamente un-como-yo. Esa dialéctica sustenta el conflicto y también
debería disolverlo. Debería. Si hay convivencia es porque estamos cerca y ello
supone igualmente cierta dosis de conflictvidad. Leí que si reconducimos el
conflicto a la categoría de problema es más fácil su solución. Lo malo es que
somos seres emotivos y eso es uno de los combustibles de todo conflicto.
Hablamos idiomas similares, pero no el mismo, ni siquiera cuando se llama igual. Nuestros linajes son imprecisos y en ellos nada tenemos que ver, salvo nuestro orgullo de herederos inmerecidos. El pasado es común y no: siempre podemos reelaborarlo y mentirnos.
Casi por milagro, a veces conseguimos entendernos. La
voluntad es esencial. No siempre exitosa.
Diseñamos palabras que quisieran ser caminos. A menudo hay quien
pone piedras, socavones y minas. No por eso hay que dejar de trazar esas vías
de tránsito.
Las palabras también tienen categoría de sílex, de lanza y de
barro. Su núcleo es una creencia mal digerida y contiene productos que ya
nacieron en la podredumbre. Solo los que las profieren carecen de olfato.
Los dioses no ayudan. Pocos ecuménicos y demasiados iluminados
que únicamente se unen entre ellos contra el descreído, el que ve similitudes
donde ellos ven diferencias. No las hay, solo cosmética teológica. Y no es eso.
El disidente siempre pierde, el hereje.
El otro, por supuesto, camina, viste y ama. No lo hace como
yo, claro. Desconozco si mi mirada le afecta, mis palabras cuidadosas. Quién
sabe.
Procedencia de la imagen:
https://gato-osses.com/el-otro-que-tan-extrano-es-el-extrano/
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