lunes, 1 de marzo de 2010

ESTAMBUL


"Sabía que tenía en su corazón un deseo racional de caer enloquecidamente enamorado de ella".
                                                                                                                                 
                                                                                                                                   Orhan Pamuk: Nieve

Hace unos días que volví de Estambul. Aún estoy resacoso, con ese leve malestar que no es más que un desajuste a la realidad. Quiero volver a sus calles.

Miro las fotografías que hice. Recuerdo la gente con la que estuve. La mayor parte de ellos compañeros de trabajo, pero en otro contexto; los mismos pero distintos. Se descubren en estos casos afinidades que sorprenden: con algunos quieres ver mezquitas, paisajes, el devenir del mar y la vida en sus orillas. Su ritmo es el tuyo, ven casi lo mismo, quieren detenerse morosamente en el mismo azulejo que tú, en la calle que nadie más mira.

Estambul es una ciudad de sensaciones. No se puede comparar con nada porque no se parece a nada. Es una urbe de sensaciones elementales y también de vivencias intensas. Hay que aspirar el aire y conservar para siempre el aroma de las especias, la sal y las algas que el Bósforo tatuará en la memoria. Hay que mirar los colores de los mercados, de los escaparates inverosímiles. Hay que contemplar el atardecer desde la Torre Gálata. Hay que escuchar el encadenamiento sonoro de ese idioma críptico.

Hay que dejar que la gente hable, que te hable. En un bar del barrio de Galatasaray el dueño y camarero nos dijo que amaba la poesía española: García Lorca, Aleixandre, Rubén Darío. Añadió: “Los jóvenes deben leer poesía”. Yo pensé: si leyeran algo, no sería poesía. Después de cenar volvimos: mojitos y whisky. Hablamos más. Se interesó por poetas actuales, tomó nota. Yo le dije que me gustaba Orhan Pamuk (no conozco más autores de ese país). “Sí, está bien, pero hay otros que no tienen el premio Nobel, que son mejores”. Habló de un anciano de 83 años, apuntó su nombre y me tendió el papel. Es Yasar Kemal, y estoy leyendo El halcón; ignoro si tiene más libros en español. No puedo concebir esta conversación en Madrid.

También vi cosas que no me gustaron. Vi niños limpiando zapatos por las calles. No es una imagen romántica, es una tradición intolerable que habrá que desterrar algún día; pronto. Vi mujeres con la cabeza cubierta, algunas casi invisibles. Las miré, con educación y disimulo, desde luego. Y vi belleza, ojos tristes, capacidad de sonreír, facciones armoniosas. Pensé que ocultar todo eso sí es blasfemo. Privar al mundo de un don de Dios es despreciar ese regalo. Honrar a Alá es también decirle ésta es tu obra. ¿Qué tienen de malo el pelo, la risa y el lápiz de labios?

Me hacía gracia la llamada a la oración. Varias veces al día, como una banda sonora. Pero eso sólo es porque soy un turista; aquí me molestan las campanas, invadiendo mi paz y mi vida cotidiana obligatoriamente. También me pareció divertido ver a mis compañeras de trabajo con pañuelo en la cabeza, pero es por la misma razón: no tiene fundamento más allá de las obligaciones de los de siempre y ellas volverán a su aspecto habitual. Me gusta su pelo, su risa y su piel, que me miren a los ojos, la deliciosa confusión que se produce entre iguales tan distintos.

Tengo algunas mezquitas instaladas desordenadamente entre mis neuronas. Recuerdo el sabor del kebap, el frío de la noche de febrero y la omnipresencia de Atatürk. No olvidaré el recorrido que hicimos por los barrios griego y judío, el Estambul que no visitan los tur
istas, las casas que se derrumban, la bolsa de basura que sobrevoló nuestras cabezas, la señora que bajaba cosas a la calle con una cesta y una cuerda. Las calles llenas de gente que va a comprar, regenta su negocio o simplemente habla.

A la vuelta perdieron mi maleta. Con la hoja que llevaba escrito el nombre de Yasar Kemal. Un día después la recuperé: la ropa tenía el frío y la humedad de Estambul. Creí recobrar el aroma de las especias, pero seguramente fue una trampa de la memoria y del deseo. Dos días después volví a ver Hamam, una maravillosa película que me hizo regresar durante muchos minutos.

Estoy recordando, viendo fotografías. Tengo la peor de las resacas, y no es de raki: es la enfermedad de la melancolía, el deseo de volver, de hablar de entonces. Pues ¿de qué vale todo esto si no hay nadie con quien hablar, alguien a quien contarlo, alguien con quien recordar?

11 comentarios:

  1. Estambul tiene la pregnancia glamourosa de ciudades como Samarkanda, Córdoba, Berlín, Tánger, Buenos Aires o Alejandría. Yo no he estado en la mitad de ellas, así que debe de ser la literatura la que inyecta en mi espíritu esa poética.

    Las estampas de Estambul desde el Bósforo son una delicia.

    Así que mojitos y whisky…, ya veo, vaya unos guiris descastaos y herejes. No he leído a Pamuk, tengo ahí su “Estambul”. Le daré bola uno de estos meses.

    Lo del camata amante de la poesía española parece literario. Lo es. Recuerdo la belleza de aquella película turca de los ochenta: “Yol” (Camino). Bellísima. La que no recuerdo es aquélla que vimos en un cine enorme de los de antes y en cuya inmensa sala estábamos solos. ¿O había algún pirao más?

    Yo también vi niños currando. Uno de ellos esmerilaba sin protección alguna en los ojos o en las manos; le pegué la bronca a su jefe, que se hizo el sueco y el loqueras.

    El pelo, la risa, el lápiz de labios, los ojos otomanos de las mujeres turcas no tienen nada de malo. Lo malo es la estupidez, la clerigalla, el gorilazo ancestral que nos gobierna los intestinos.

    En Estambul conocí a una familia sefardí, les llamó la atención mi español, que era el suyo, el sefardita. Ya no recuerdo si regalé a aquella señora que iba con sus hijos mi pañuelo o si tuve la intención de hacerlo.

    Hablas, poeta, del “deseo de volver”... “Volverás a deshora,/ por un camino viejo,/ a la ciudad antigua donde duermen/ tus recuerdos” (Dámaso Alonso).

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  2. Sí.La verdad es que Estambul tiene algo. ¿ es quizá porque es la antigüa Constantinopla?
    Yo también he estado en Estambul y vas viendo su encanto según pasan las horas. El olor a especias impregna las calles y la brisa del Bósforo impregna la piel.
    Cada viaje es una historia que contar. Una anécdota más en la vida.
    Estambul, era una ciudad que desde bien pronto quise conocer, y hoy a edad adulta, he disfrutado y he valorado con toda intensidad.
    Qué gran imperio construyó, Atatürk.
    Saludos Constantinoplos.

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  3. La película de la que hablas es “Un puñado de paraíso”, y la vimos en el cine Paz, al que fuimos porque en los cines Martí no quedaban localidades. Es que ponían un ciclo de cortos de guerra palestinos, en árabe, con subtítulos en francés: “no quedan localidades”, leímos, y nos fuimos al cine Paz, en el que no éramos más de doce personas. La peli fue deliciosa, no he sabido nada más de ella. Se agradecen noticias.

    El guía que nos llevó al hotel hablaba un buen español En un cartel urbano leí “Yol”. Le pregunté. Me dijo que significaba “Camino”, pero no había oído hablar de una película con este título.

    Otra curiosidad cinematográfica es la siguiente: en un restaurante me preguntó un señor si el idioma que hablábamos era español. Le dije que sí, y siguió hablando: era iraní, hablaba inglés mal, casi tan mal como yo, era productor de cine. Seguimos hablando y dijo conocer a Abas Kiarostami, director que asocio al nacimiento de mi hijo (la noche anterior estaba viendo en televisión “A través de los olivos”). “Kiarostami, my friend”, añadió. Luego vi como sacaba una petaca y echaba un chorro de whisky en su té, Alá sea misericordioso con las debilidades humanas…

    Tienes razón en lo de las ciudades. Pura literatura. Yo no he ido a casi ninguna de las que dices. Pero anoto y planifico. Bueno, no es cierto del todo: en Buenos Aires he estado muchas veces: Borges, Sabato, Cortázar, Mújica Laínez, Manuel Puig. Hace poco dije a una amiga argentina que hay ciudades de las que te enamoras sin haber estado allí, sólo por los libros. Esperaba su burla, pero no lo hizo, al contrario.

    Deseo de volver. Tal vez aún no me he marchado.

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  4. Hola, illy Fogg. Adivino por tu nick que eres de esos (¿o esas?) que creen que como fuera de casa en ningún sitio. Bienvenido, en todo caso. No sé si te conozco.

    Estambul no es una anéctota, sino un pilar importante de la vida del que esto firma. Por razones que podéis leer y por otras que pocas personas conocen.
    Me gusta el nombre: Estambul. Y también Constantinopla. Y Bizancio. Qué gozosos sonidos.

    El Bósforo. Torre Gálata...

    Soy el mismo y soy otro.

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  5. Te conozco Atticus, sé por cómo escribes que Estabul te ha sacudido las entrañas, algo profundo e importante ha sucedido en ti; de pocos lugares te he oido hablar así ( o de ninguno). No conozco- todavía- Estambul.Una sutil envidia me corroe y me pierdo en tus descripciones con anhelo de saber más. Me mandas alguna escena de vida?
    Y si, qué pena algunas cosas, los niños, las mujeres, qué ignorancia y que pobreza de respeto y de personas.
    Propongo Estocolmo, fascinante de modo completamente diferente, nórdica, pero no fría, ordenada, cabal. Tiene un encanto especial, entre islas y lagos.
    Y sigue siendo el mismo, aunque con matices de otro. Brixia

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  6. Me gustan los suecos. Iré a Estocolmo. Tiendo hacia esas ciudades ordenas y cabales, a lo mejor por eso el otro lado de mí es Estambul.

    Pero soy otro. Acabo de explicar a Hume, que insiste en que la identidad personal no existe. En lo básico estoy de acuerdo. Un Atticus fue a Estambul; volvió el mismo pero era otro. Esa paradoja existencial es comprensible si alguien la ha sentido. Damos nombres a lo diverso y cambiante. Ni siquiera somos los que acabamos de ser. Es la vida: nos empeñamos en fijar lo que no puede ser detenido ni acuñado en conceptos. Somos volátiles nombres: la mujer que hemos amado es la misma pero ya no, le somos infieles con un recuerdo, con una trampa de la memoria. Y eso no tiene nada de malo: lo que no cambia, retrocede. No podemos ser los mismos.

    Viajar es una metáfora del ser. Existimos y conocemos paisajes nuevos: cielos en los ojos, barrios en el alma.

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  7. el jefe de todoesto te lee y siente los aromas que describes: ESTÁN BULL
    seguiré jugando con las palabras
    En los países nórdicos se congelarán

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  8. No esperaba menos de ti, q2, pero mejor es "están bull" que "están ful", o cualquier otro juego de lenguaje (Wittgenstein dixit). Ojo con esas reminiscencias vontrierinanas, que no es bueno para las meninges.

    Hay algo, q2, que te vincula a Brixia: Bergen.

    Bienvenido, espero seguir contando contigo (y con frau, natürlich). Este blog se enorgullece de sus lectores, no siempre de su escribidor.

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  9. El azar nos conduce a menudo de la mano. Estoy en la Biblioteca municipal, esperando que quede libre algún ordenador. Entretengo la espera leyendo poesía y veo un autor que no conozco: Henrik Norbrandt, una antología poética que lleva por título "Nuestro amor es como Bizancio". Pese a la dificultad de las traducciones, la recomiendo, los pocos versos que he podido leer. Ahí va una muestra, del poema "Conquistar Bizancio":

    "A veces y desde muy lejos tienes que conquistar Bizancio./ -Para ser capaz de expulsarte tú mismo de Bizancio/ para guiarte más allá de ti mismo con ayuda de sus calles/
    para hacerte forastero frente a sus cuerpos extraños/ para hacerte objeto de sus intrigas/ para poder arrancar tu rostro de sus iconos/ para saborear tus huesos con sus tumbas desmoronadas./ Es Bizancio lo que tienes que conquistar para liberarte tú mismo".

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  10. ¡Ah!, tal vez esa manía mía de mirar siempre hacia el Norte cuando viajo hace que me esté perdiendo muchas cosas. No es la primera vez que alguien me habla de Estambul. Tal vez eso quiera decir algo.

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  11. No le des vueltas ni consultes la cábala: es que quieres ir. No indagues el significado de las cifras y el mensaje críptico de las palabras: corre a la agencia de viajes.

    Y cuéntanos luego.

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