Némesis, de Philip Roth, es un buen libro, qué duda cabe, bien narrado, ágil, interesante. Pero, como en el cine, me molesta esa sensación de que la historia ya me la han contado antes. En el caso de Némesis, el original que recuerdo es, indudablemente, La peste, de Albert Camus. Y de verdad, de verdad lo digo, no me ciega la pasión, no le llega a la obra de Camus ni a la suela del zapato... bueno, a la rodilla, no concedo más. Es eco de sombra.
¿Por qué contar otra vez lo mismo? En Camus era la metáfora del nazismo, frente al cual un hombre solo, que sabe que la batalla está probablemente perdida, ofrece toda la resistencia de la que su humanidad es capaz. En Roth, la enfermedad es la poliomelitis, pero la metáfora política desaparece para reorientarse al tan judío concepto de la culpa. Porque el protagonista es un joven judío sobre el que pesa una doble culpa: no haber podido luchar por su país en la Segunda Guerra Mundial (es gravemente miope y de escasa estatura) por un lado; por el otro, una culpa difusa, social, que tiene que ver con el deber hacia la comunidad pero que hunde sus raíces en una culpa religiosa. No resisto evocar a Nietzsche cuando exclamaba algo así: ¡una deuda impagable! Porque el hombre, bajo la concepción judeocristiana es portador de una culpa por un acto no contraído por él (el pecado original), lo que genera una deuda, tan extraña en su formulación como de imposible resolución: una deuda impagable con Dios.
Ahora que no hace tanto que terminó la Semana Santa tengo esto aún más claro. Folklores aparte, todas estas procesiones son la punta del iceberg de la deuda que ha de ser satisfecha en forma pública, pero como expresión de una culpa que genera la conciencia, la mala conciencia.
Bucky Cantor, el protagonista, se siente culpable desde las primeras páginas. Su acción es insana porque no brota afirmativamente, sino reactivamente. Sus convicciones le atenazan, no le impulsan, es un destino al que no puede sustraerse. Lo que va a suceder lo sabemos desde las primeras páginas, pese a que en la solapa que acompaña al volumen que he leído diga Coetzee que posee “un audaz giro al final”. ¿Audaz? Aún lo estoy esperando. Cantor es arrastrado por el curso de los acontecimientos y no muestra mayor resistencia: el condicionamiento religioso-moral es tan abrumador que deviene determinismo, nada puede hacer distinto de lo que nos cuenta Roth, nada hace que no se espere de él en su condición cultural de judío. Es llevado, pero no conduce la novela, no guía su vida.
Por eso, y perdonadme los fans, no veo novedad, ni atrevimiento, ni creatividad. Veo un estupendo libro, un buen guión de película, oficio a raudales y nada que se salga de lo previsible y esperable. Es decir, muy poco para alguien como Philip Roth.
El doctor Rieux tiene una talla moral que no tiene Bucky Cantor: Rieux se atreve; Cantor ni siquiera intenta subir la roca a la montaña.
POSTDATA: “En esta esfera, es decir, en el derecho de las obligaciones es donde tiene su hogar nativo el mundo de los conceptos morales ‘culpa’ (Schuld), ‘conciencia’, ‘deber’, ‘santidad del deber’, -su comienzo, al igual que el comienzo de todas las cosas grandes en la tierra, ha estado salpicado profunda y largamente con sangre. (…) Ha sido también aquí donde por vez primera se forjó aquel siniestro y tal vez ya indisociable engranaje de las ideas ‘culpa’ y ‘sufrimiento’”.
Friedrich Nietzsche: Genealogía de la moral, II, § 6.