martes, 24 de mayo de 2011

NÉMESIS

Hace tiempo que Olenska no se pasa por aquí, por lo que tal vez no lea este post y no se entere de que el libro que me recomendó, Némesis, ha pasado por mis ojos sin pena ni gloria. Y, peor aún, con cierta sensación de déjà vu.

Némesis, de Philip Roth, es un buen libro, qué duda cabe, bien narrado, ágil, interesante. Pero, como en el cine, me molesta esa sensación de que la historia ya me la han contado antes. En el caso de Némesis, el original que recuerdo es, indudablemente, La peste, de Albert Camus. Y de verdad, de verdad lo digo, no me ciega la pasión, no le llega a la obra de Camus ni a la suela del zapato... bueno, a la rodilla, no concedo más. Es eco de sombra.

¿Por qué contar otra vez lo mismo? En Camus era la metáfora del nazismo, frente al cual un hombre solo, que sabe que la batalla está probablemente perdida, ofrece toda la resistencia de la que su humanidad es capaz. En Roth, la enfermedad es la poliomelitis, pero la metáfora política desaparece para reorientarse al tan judío concepto de la culpa. Porque el protagonista es un joven judío sobre el que pesa una doble culpa: no haber podido luchar por su país en la Segunda Guerra Mundial (es gravemente miope y de escasa estatura) por un lado; por el otro, una culpa difusa, social, que tiene que ver con el deber hacia la comunidad pero que hunde sus raíces en una culpa religiosa. No resisto evocar a Nietzsche cuando exclamaba algo así: ¡una deuda impagable! Porque el hombre, bajo la concepción judeocristiana es portador de una culpa por un acto no contraído por él (el pecado original), lo que genera una deuda, tan extraña en su formulación como de imposible resolución: una deuda impagable con Dios.

Ahora que no hace tanto que terminó la Semana Santa tengo esto aún más claro. Folklores aparte, todas estas procesiones son la punta del iceberg de la deuda que ha de ser satisfecha en forma pública, pero como expresión de una culpa que genera la conciencia, la mala conciencia.

Bucky Cantor, el protagonista, se siente culpable desde las primeras páginas. Su acción es insana porque no brota afirmativamente, sino reactivamente. Sus convicciones le atenazan, no le impulsan, es un destino al que no puede sustraerse. Lo que va a suceder lo sabemos desde las primeras páginas, pese a que en la solapa que acompaña al volumen que he leído diga Coetzee que posee “un audaz giro al final”. ¿Audaz? Aún lo estoy esperando. Cantor es arrastrado por el curso de los acontecimientos y no muestra mayor resistencia: el condicionamiento religioso-moral es tan abrumador que deviene determinismo, nada puede hacer distinto de lo que nos cuenta Roth, nada hace que no se espere de él en su condición cultural de judío. Es llevado, pero no conduce la novela, no guía su vida.

Por eso, y perdonadme los fans, no veo novedad, ni atrevimiento, ni creatividad. Veo un estupendo libro, un buen guión de película, oficio a raudales y nada que se salga de lo previsible y esperable. Es decir, muy poco para alguien como Philip Roth.

El doctor Rieux tiene una talla moral que no tiene Bucky Cantor: Rieux se atreve; Cantor ni siquiera intenta subir la roca a la montaña.

POSTDATA: “En esta esfera, es decir, en el derecho de las obligaciones es donde tiene su hogar nativo el mundo de los conceptos morales ‘culpa’ (Schuld), ‘conciencia’, ‘deber’, ‘santidad del deber’, -su comienzo, al igual que el comienzo de todas las cosas grandes en la tierra, ha estado salpicado profunda y largamente con sangre. (…) Ha sido también aquí donde por vez primera se forjó aquel siniestro y tal vez ya indisociable engranaje de las ideas ‘culpa’ y ‘sufrimiento’”.

Friedrich Nietzsche: Genealogía de la moral, II, § 6.

jueves, 12 de mayo de 2011

ELOGIO DE LOS PARTIDOS PEQUEÑOS


"La democracia no es la ausencia de conflictos; es una manera de asumirlos y de resolverlos –sin abolirlos- de otra forma que con la violencia. Una elección vale más que la guerra civil. Un parlamento, más que un tirano. Hace falta además que existan varios partidos distintos, que no se oponen más que por naderías. ¿Para qué sirve, si no, el sufragio universal?"

André Comte-Sponville: El alma del ateísmo


La Democracia tiene como propietarios a los ciudadanos. Por eso, parece de sentido común que no es cierto que haya partidos que tienen más oportunidades que otros. Sin embargo, actuamos como así fuera: sólo PSOE y PP parecen erigirse en formaciones con posibilidades. Y los demás, comparsas chapuceros de una función en la que únicamente pueden ejercer de coristas.

Y no. Esos partidos vienen enseñoreándose de la vida pública española desde hace tiempo. Vienen mangoneando, mintiendo, mostrando su ineptitud y chalaneando con los periféricos por un quítame allá esas competencias. Los votantes votan más o menos con la nariz tapada o argumentan (?) que, siendo malo aquél al que votan, con el otro sería peor. O sea, que admiten el mal, pero prefieren lo malo a lo malísimo. A esto se le llama democracia de calidad

Hay por ahí rondando ciertos partidos que, especialmente en las elecciones municipales, dan la nota. No por pintorescos (que algunos lo son, y mucho), sino porque no cejan en su empeño convocatoria tras convocatoria. Algunos tienen una implantación muy local, sus miembros son personas cercanas a las que te encuentras en el bar o en un banco de la Plaza Mayor. Me molesta que se menosprecie a estos tipos que no piensan bajo siglas, sino bajo los soportales de su pueblo. Muchos de los candidatos no tienen formación universitaria, ni másteres en relaciones internacionales ni el apoyo de más aparato que el de su familia y amigos; y no siempre. Pero su pueblo o su ciudad son ellos. Las elecciones les pertenecen a ellos también. Se presentan, y es de justicia tenerlos en cuenta: no son un exótico invitado.

Por cierto, y añado esto a modo de apostilla: ¿por qué mantenemos unos parlamentos autonómicos especializados en crear problemas y no resolver ninguno?, ¿por qué no nos han preguntado a buena parte de los españoles si queríamos estas autonomías de la señorita pepis en lugar de imponerlas por las bravas?

Dicho de otro modo: servidor de ustedes votará a su ayuntamiento, pero no a ese engendro autonómico que no me representa. Del mismo modo que voto al Congreso, pero no al Senado, cámara inútil y prescindible de origen patricio y reconvertida ahora en cámara de representación territorial. Léase bien: “representación territorial”. Yo creí que los sujetos de la democracia eran los individuos, los ciudadanos, no las hectáreas.

No necesitamos un día de reflexión. Necesitamos reflexión.

domingo, 1 de mayo de 2011

TERROR(ISMO)

“El que mata o tortura sólo conoce una sombra en su victoria: no puede sentirse inocente. Necesita, pues, crear la culpabilidad en la víctima misma para que, en un mundo sin dirección, la culpabilidad general no legitime más que el ejercicio de la fuerza”.

Albert Camus: El hombre rebelde

A las pocas horas del atentado de Marrakech una amiga me manda un correo electrónico, apenas una línea, y un enlace con la noticia. Había estado en ese mismo lugar hace pocas semanas.

No sé qué decir, qué contestar. Cuando hay un atentado, la habitual letanía de palabras de condena y condolencia nos suena de otras muchas veces, y por ello parece que esas palabras han perdido fuerza y contundencia.

He recordado los atentados del 11 de Marzo. He recordado que compré los periódicos al día siguiente y que aún no he sido capaz de leerlos. Un muerto vale lo mismo que otro desde el punto de vista moral, pero psicológicamente no nos tocan igual unos que otros: el hecho de haber estado allí, de haber tomado un café en un lugar que ahora es sólo escombros… eso nos golpea más. No porque los asesinados de un lugar remoto sean menos personas, por supuesto que no. Repito que no se trata de una cuestión moral, sino psicológica: esta sacudida se debe a que de repente somos especialmente conscientes de la fragilidad de la vida y de lo azaroso que es todo lo que acontece en ella, lo expuestos que estamos.

Leí que tras el 11-S el mundo se había vuelto inseguro. No es que antes lo fuera, es que súbitamente abrimos los ojos: no hay países invulnerables ni ciudades seguras: todo lugar es incierto. Nadie está a salvo.

Por aquí creímos que las bombas eran algo que sucedía a los vascos y, de vez en cuando, a madrileños, a policías y militares, luego a los concejales más batalladores. Pero nosotros, como en el poema falsamente atribuído a Brecht, tranquilos, porque no éramos vascos, ni madrileños, ni fuerzas armadas, ni concejales. Y un día descubrimos que también se puede matar a profesores y cocineros, a trabajadores camino del trabajo, a curas y a niños a punto de entrar al colegio.

Alguno, empapado de ese narcótico letal que puede ser el progresismo romántico, pronunciaba no hace mucho (hay quien aún lo hace) insensateces como ésta: ah, que sí, que matan, pero si no les oprimieran, si les dejasen decidir, si hubiese diálogo… En España sabemos mucho de esto; ojalá que no fuera así, pero conocemos el paño. Demasiado.

La versión islámica (que no islamista) tiene alguna similitud: como los etarras, matan en nombre de un absoluto, es decir, de una idea, inconcreta y vaporosa: el pueblo vasco, Dios, Alá… Al igual que ellos, estos iluminados (mal iluminados: cegados más bien) distinguen entre buenos y malos musulmanes, como los etarras distinguen entre buenos vascos (o sea, vascos) y malos vascos (o sea, españolistas).

Un atentado como el de Marrakech tiene dos tipos de víctimas: las primeras, las más importantes, los muertos: indiscutible e injustificable crimen. En segundo lugar, esos otros marroquíes o musulmanes del mundo, a los que se advierte de que no se tolerarán tibiezas: hay unos enemigos, y el que no es un radical bombardero es un traidor o un colaboracionista. Esto es, se tensa la cuerda y el miedo se instala: el magrebí, el árabe, pasa a ser sospechoso y, como consecuencia, él mira con recelo al occidental que lo rechaza por su radicalidad que no tenía, pero que empieza a tener. La espiral es perversa y genera un venenoso efecto dominó.

Y produce miedo, ese aliado tan natural del terrorista: sólo con producir miedo, ya ha triunfado. No han conseguido nunca sus objetivos políticos, pero sí han conseguido que vivamos con la sospecha y el terror en el cuerpo. También, en algunos casos, que crezca el odio donde nunca antes había germinado.

Debemos pensar con claridad. Ellos no, no pueden: el fundamentalismo, la doctrina de la verdad única es incompatible con el pensamiento.