“Yo no podré quejarme
si no encontré lo que
buscaba:
pero me iré al primer
paisaje de humedades y latidos
para entender que lo
que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele
mezclado con el amor y las arenas”.
Federico García Lorca:
”Poema doble del Lago Edem”, incluido en el libro Poeta en Nueva York
Algo que hay que ver,
sin la menor duda, es una misa gospel. Mi amiga cordobesa, que es chica lista y
había estado hace un año, nos recomendó ésta: The Abyssinian Baptist Church (132 Odell Clark Place, W 138th St, NY). En
Harlem, of course.
Un
taxi te pone rápidamente allí. Conviene estar a las 9 de la mañana, aunque la
misa empieza a las 11 porque el espacio para visitantes es limitado, aunque conté
casi 300. Una vez en la cola no paran de aparecer negros elegantemente vestidos,
diciendo a los que esperamos que no se puede entrar en pantalón corto, ni
con tirantes, ni enseñando los talones. A mí el tono me pareció un tanto
imperativo, pero de lo demás… al fin y al cabo es su casa. A una de las chicas
le dijo en voz más suave que iba muy adecuada para la casa de Dios, no como las
demás, que parece que van a la playa.
En
el rato que estuvimos esperando me di una vuelta por los alrededores: la
población es de raza negra con algún que otro latino; los blancos (wasp), brillan por su ausencia, excepto
en las inmediaciones de la iglesia. Nos hacen ponernos en fila de a dos.
Mientras esperamos vemos pasar a los vecinos, absolutamente endomingados,
camino de la iglesia. Entran ellos; después nosotros. Ellos van a la planta
baja, nosotros en la parte alta. Me
recuerda, pero al revés, esa escena de Matar
a un ruiseñor de la que ya he hablado. La misa es algo rara para un
católico: se ofrecen un par de recién nacidos a la comunidad (lo más parecido
es lo que se hace en El rey león, que
tal vez tomó de aquí su ejemplo). Los que entienden inglés dicen que el sermón
está muy bien, conciliador, dialogante, todas las personas tiene algo bueno,
todos somos hermanos… A mí lo que me interesa es el coro que, tras los
oficiantes, canta divinamente (nunca mejor dicho).
Prohibido
hacer fotos, prohibido filmar. Si alguien es sorprendido será expulsado. Por
eso no tengo ninguna imagen propia del evento, así que pongo algo de gospel que no corresponde al coro de esa iglesia.
Pero es mejor verlo y escucharlo en directo, con unas maravillosas voces
solistas masculina y femenina y un nutrido grupo de todas las edades. La gente
baila en la misa, da palmas. Poco católico, de obligada visita. Y gratis, apenas
el óbolo que hay que dar cuando pasan la bandeja, que aquí es una gran fuente
dorada. Vamos, un regalo.
Al
terminar, corriendo a Silvia’s, restaurante de comida sureña, estupendo, en el
que los turistas nos dejamos conducir por los dueños (negros, claro). Sigo
teniendo la impresión de que aquí mandan ellos, que los blancos somos la
rareza, que ellos están orgullosos de su música, de su comida, de su barrio de
casas bajas y amplias avenidas. Y que nos dejan venir.
Así
que acudid en cuanto podáis.