Pertenezco a un club de lectura. Una vez por semana nos
juntamos en la Biblioteca Municipal a comentar las más o menos 100 páginas que nos
ponemos como deberes. Somos quince o veinte personas, casi todo mujeres, de
muchas edades y procedencias laborales. Reina un ambiente de amistad, de
interés por la lectura y sus alrededores. Nada academicista, ningún prejuicio:
no somos más que lectores y decimos con libertad lo que nos parece. Cuando hace
buen tiempo nos vamos a una terraza a charlar delante de una cerveza. A veces
hemos quedado para tomar unas copas por la noche. Una delicia: lo recomiendo.
Hace dos semanas, la
Jefa nos trajo el libro El olvido que
seremos, del colombiano Héctor Abad Faciolince. El olfateo que realicé
sobre la marcha no me generó un gran entusiasmo. Grave error: sólo había que
comenzar a leer. El libro es un homenaje del autor a su padre, un médico
comprometido con la medicina humanista, entendida ésta como servicio social,
como prevención, como bienestar mínimo pero imprescindible. Al ser obligado a
jubilarse, el padre se vuelca en la lucha en favor de los Derechos Humanos.
Sabemos desde las primeras páginas que Héctor Abad padre fue asesinado, como
tantos de sus compañeros de viaje.
El autor no se limita a trazar un texto hagiográfico. Tiene
grandísimo valor por lo que escribe y por lo extraordinariamente bien escrito
que está: sentimental a menudo, pero con la suficiente distancia. Podría ser
una novela de ficción, nos conmovería igual. Héctor Abad hijo no se limita a
narrar una especie de vida de santo,
sino que muestra a su padre con sus luces y sus sombras, con sus errores y
dudas, incluso descubre finalmente un secreto de él, que no acaba de revelar,
el único pudor o el máximo respeto de la crónica. Por eso, seguramente, ha
necesitado esperar tantos años para contarlo, como dice al final.
No es un texto fácil, tanto por el tema como por la
escritura, en la que se mezcla una descripción desnuda de hechos con una
reflexión más que honda sobre temas como la educación, la violencia, la
religión y las relaciones humanas. Gustará a los que no deseen sólo
entretenimiento, a los que quieran saber y al mismo tiempo tengan paladar para
un texto bien escrito.
Hacía tiempo que un libro no me arrancaba lágrimas.
CITAS:
“Debido a los profesores mal pagos y mal escogidos, agrupados
en sindicatos voraces que permitían la mediocridad y alimentaban la pereza
intelectual, debido a la falta de apoyo estatal que ya no veía en la
instrucción pública la mayor prioridad (pues las élites que gobernaban
preferían educar a sus hijos en colegios privados y el pueblo que se las
arreglara como mejor pudiera), a causa también de la pérdida del prestigio y el
estatus de la profesión docente, y la pauperización y crecimiento de la
población más pobre, por este conjunto de motivos, y muchos otros, la escuela
pública y laica entró en un proceso de decadencia del que todavía no se
recupera”. (p. 86)
“Porque si el alma equivale a la mente, o a la inteligencia,
es fácil de demostrar (basta un accidente cerebral, o los abismos oscuros del
mal de Alzheimer) que el alma, como dijo un filósofo, no sólo no es inmortal,
sino que es mucho más mortal que el cuerpo”.
(p. 93)
Yo también lo he leído (gracias, Rosa por el regalo). El libro me ha dejado una huella grande. Creo que no sólo es por el personaje homenajeado (el padre del autor), tan digno de admiración, tanto por su actividad humanitaria, como por sus ideas que sigue al pie de la letra, y por su enorme valentía para luchar contra las instituciones en un país donde lo más fácil habría sido callarse. Sino también es por la forma de narrar de Héctor Abad Faciolince: todo lo que cuenta parece que lo podamos estar viviendo y sintiendo. Especialmente entrañables me han parecido las páginas en las que el autor narra el sistema con que fue educado por su padre (cariño y comprensión en su máxima potencia) y la muerte de Marta (con cuya lectura no pude reprimir unas lágrimas). Todo el libro escrito con un sentimiento tan profundo hacia su padre, que verdaderamente lo transmite al lector. Creo que ahora leeré alguno de sus otros libros, como suelo hacer cuando me gusta un autor. Tengo el verano por delante.
ResponderEliminarSi Rosa se asomase por aquí contaría cosas. Sé que le gustó incluso más que a mí. Son libros que no se olvidan, su recuerdo persiste, aunque se diluyan acontecimientos o fechas. Coincido contigo en la fuerza de esas páginas. No es, como dices, sólo una transcripción de la vida del padre, sino una magnífica narración, independientemente de que hable de lo que ocurrió. En mi modestísima opinión le sobra el último capítulo, un tanto justificativo, que me parece innecesario.
EliminarBueno, si ha sido capaz de arrancarte unas lágrimas, debe transmitir mucho sentimiento en sus palabras. Yo soy de lágrima fácil, así que supongo que derramaré unas cuantas. Me atrae bastante todo lo que cuentas.
ResponderEliminarBesotes
A mí me cuesta un poco (aunque cada año que pasa me hago más blandito). De todos modos eso no es en sí mismo una virtud. Pero sí es un libro sobre sentimientos, y sobre la dignidad de un hombre, y sobre la educación.
EliminarCreo que te gustará. Pero nunca se sabe.
Lo leí hace un par de años, más o menos, regalo de una querida amiga.
ResponderEliminarMe gustó, el libro(también la amiga). Recuerdo poco, sí que me pareció una novela con algo que contar, narrativa sin pretensiones estilísticas.
Y recuerdo que me pregunté en algún momento dónde andaba la línea entre lo narrativo y lo biográfico.
Me gustan esas amigas que regalan libros que me gustan casi tanto como ellas.
EliminarEse límite no me importó nada. Me alegro de que te gustase también.
No lo he leído, pero me lo apunto para ya. Tengo que escoger nuevas lecturas y vuestros comentarios me están convenciendo. ¡Un abrazo para tod@s!
ResponderEliminarÉste es de los que te van a gustar. Me juego la luna que hay ahora mismo ahí fuera.
ResponderEliminarCon un título tan bello y lo que contáis, se me hace irresistible su lectura.
ResponderEliminarCreo que vale la pena. El título está tomado de un hermoso poema de Borges. Este es:
EliminarYa somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.
Las líneas que has mencionado me han recordado un poco a la situación actual: niños bien en coles privados, profes minusvalorados y una sociedad que parece que no sabe lo que es la EDUCACIÓN.
ResponderEliminarNo lo he leído, pero por la forma en que habláis del libro, debe de ser digno de lectura. Eso sí, si te hace llorar... me voy a pensar si me lo leo.
Besos
Eso es justamente lo fascinante: que está referido a la situación de Colombia en los años 60, y parece que habla de la situación de España medio siglo después. Todos esos ingenuos que han creído que el progreso era irreversible deben reformular sus creencias.
EliminarEs digno de lectura. Te hará llorar. Vale la pena.
jjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj
ResponderEliminarTu comentario me deja sin palabras. Es tan preciso, desarrolla tantos matices, argumenta con tanto rigor... Me rindo ante tan exuberante discurso.
EliminarPor cierto, y disculpa, la primera "j" debe ser mayúscula. Y al final hay que poner un punto.
Para mi fue una lectura maravillosa, pocos libros me hicieron emocionarme como con este.
ResponderEliminarMe alegro que la gente lo vaya leyendo.
Un saludo
Teresa
Creo que a todos nos pasó algo parecido.
EliminarPor cierto, dos cosas: la primera, re-bienvenida, que hacía trienios que no comentabas por aquí. La segunda, hace dos días estuve haciendo una limpieza a fondo de mi estudio, sacando todos los libros (hacía tres años) y reordenando. Apareció el que me regalaste, supongo que lo recuerdas, lo forré para conservarlo mejor con una cubierta plástica, sin adhesivos. No sé si te di las gracias lo suficiente. Tiene anotaciones de tu padre.