Que no salga de aquí. Entre mis vicios secretos están los
programas de cocina. No me pierdo un Master
Chef; también seguí irregularmente Top
Chef, así como Pesadilla en la cocina
(versión Chicote y versión Ramsey), y me sorprendo (esto algo menos) viendo fragmentos de Mi madre cocina mejor que la tuya. Me gustaba aquello de Con las manos en la masa, y aún recuerdo
las caras que ponía el recientemente fallecido Darío Barrio cuando un
concursante plebeyo le ganaba en Todos contra el chef.
Yo he resistido a Gran
Hermano, a Sálvame, a Amar en tiempos revueltos, a Farmacia de Guardia, a Los Soprano… Toíto me lo he saltado.
Pero la cocina tiene un yo que sé que qué se yo. Es que mi tele hasta huele a
orégano, a bacalao al pil-pil, a fideuà… Me llama, me pone.
En esos programas, sin embargo, echo de menos más tiempo
dedicado a la cosa culinaria y menos al pugilato verbal entre los concursantes.
Comprendo que es una competición, pero esos malos modos, groserías, gracietas,
desprecios y demás lado oscuro me
ponen de los nervios. Ni me interesan ni aportan (creo) gran cosa. Pero me
dicen que es justamente lo que sostiene esos programas. No lo creo y qué pena
si fuera así.
Lo de los jurados merece más espacio. Creo que se pasan
varios pueblos, siete autonomías y dos o tres territorios históricos con
derecho a decidir. Entiendo que hay que disciplinar a gente que no tiene
costumbre ni experiencia; entiendo que hay que hacer callar a algunos,
reconducir a otros y afear prácticas en alguna ocasión. Pero no pocas veces
traspasan ese límite y se adentran en el terreno de la burla cáustica. Algo
imperdonable y cruel: no sé cómo alguno de ellos no les lanza la sopa a la cara
o el bogavante a las partes pudendas. Porque se pasan y mucho.
Me dolió especialmente lo que hicieron con Jorge, un muchacho
voluntarioso que cocinó un plato que emulaba a las chaperoninas, una especie de
células protectoras, según explicó. Lo que tuvo que aguantar del maleducado Pepe,
muy fiel a esa costumbre de reírse de lo que ignora. Algo siempre detestable,
pero especialmente en quien debe tener los ojos y la inteligencia con las
puertas abiertas de par en par. Al fin y al cabo, ¿qué es cocinar? Biología, física
y química. Y un poco de arte, desde luego. Y también, como han dicho una y otra
vez, mucha humildad.
A mí, Jorge, me interesó más lo de tus chaperoninas y la explicación amable que te escuché que las
chanzas ad hoc de Pepe. Innecesarias,
despreciables.
Me gusta cocinar pero nada puedo decir de esos programas.
ResponderEliminarFui espectador de Elena Santonja e incondicional de Arguiñano, pero ahí me quedé. Supongo que los modos de los cuales te quejas no deben de ser muy diferentes a los de cualquier otro tipo de programas.
Éstos son tiempos (est)éticamente bajunos.
No es extraño dada la bajeza moral que los politicastros consienten, alientan y practican; no es extraño dado el destrozo que llevan inoculando en el sistema educativo desde hace décadas con la complicidad de tantos.
Chaperoninas, dices… que aproveche.
No sé cómo he podido "olvidar" al gran Arguiñano, ése que nos ha metido a todos en la cocina, sin traumas. Ése que lo mismo te cocina una reducción con espuma al aroma de nosequé que un filete con patatas. Ha hecho mucho por el comensal común, por todos los que no se atrevían. Y tiene cara de tipo bueno. Estuve hace dos años en su restaurante; mejor dicho, en su terraza que da a la playa de Zarauz. Debe mejorar la atención y selección de personal: tras larga espera nos fuimos sin que nadie viniera a atendernos.
Eliminar"Estéticamente bajunos". Gloriosa descripción. Inelegantes.
Yo es que le tengo algo (o un mucho) de manía a la tele. Y prácticamente no veo nada. Así que desconozco esos programas que mencionas. Pero todo lo que suponga divulgar la buena cocina, hacerla fácil y asequible a todos, me parece loable.
ResponderEliminarLo otro que dices, no me extraña: también la televisión es un macro o microcosmos de la sociedad en la que vivimos. Y ésta, por desgracia, deja mucho que desear.
Supongo que por eso se llama "reality" a este tipo de programas. Espectáculo en estado puro en el que, con cuentagotas, se nos dan nociones de cocinas. Y en los personajes se buscan arquetipos en los que reconocerse y con los que identificarse. Nada nuevo.
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