domingo, 30 de noviembre de 2014

UNA HISTORIA VECINAL

En el piso superior al mío han vivido cuatro familias en cuatro años: cuando llegué residían allí unos dominicanos (que me obsequiaban con música de su tierra a un volumen francamente molesto), después unos españoles (discretos hasta la sospecha: al poco de irse apareció la policía), luego unos rumanos (que tenían por costumbre llenarme la terraza de migas y ceniza) y, por último, unos marroquíes. Éstos llevan unos meses. Tienen una criatura de unos dos años que se dedica a lanzar cosas por el ventanal del salón: pinzas, juguetes, alpiste del pájaro…

Hoy, sin embargo, he dado las gracias a Alá por la maravillosa voz de la mujer. Estaba viendo los horrores habituales en el telediario, en el que detallaban la última matanza de Boko Haram, cuando me ha parecido que, bajo el sonido del televisor, alguien cantaba. Y así era. Al bajar al máximo el volumen me ha llegado la voz de una mujer cantando en árabe. Tenía frente a mí a los que matan en nombre de Alá y encima a la que cantaba sin saber que un agnóstico la estaba escuchando mientras pensaba que Alá -si existe- debe querer eso: belleza y bondad.

Después, cuando ella ha quedado en silencio, he visto al Papa en Estambul, rezando o meditando en la Mezquita Azul al lado de un líder religioso islámico. Y he pensado que ellos también la escuchaban.



martes, 25 de noviembre de 2014

CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO


Que soy un hombre es algo que los que esto leen saben de sobra. No estoy especialmente orgulloso ni avergonzado, sólo es una cuestión biológica a la que me he acostumbrado y que no tiene mayor importancia.

Hoy es el día contra la violencia de género, esa vergüenza criminal que pertenece a lo más retorcido y salvaje de esto que llamamos sociedad. No insistiré en lo evidente: es una lacra, hay que denunciar…

Simplemente me gustaría recordar algo que me pasó en una clase hace unos años y algo que ha ocurrido hoy. Esta mañana he comentado en Educación para la Ciudadanía el día que era y contra lo que se lucha, y he dicho a las chicas más jóvenes (apenas recién salidas de la niñez) que debían tener cuidado con señales inequívocas de un noviete posesivo y dominador: censura de vestuario, malas caras por seguir viendo a los amigos de antes… y obsesivo control por las comunicaciones. “Pero profe”, me ha dicho una de ellas, “si quiere ver con quien hablamos y lo que decimos, eso es que nos tiene confianza”. Les he explicado la diferencia entre confianza en una persona y control de propiedades, pero sospecho que con poco éxito. Estoy pensando que algo hemos hecho mal para que se reproduzcan y acentúen esas actitudes, para que el machismo se asuma como algo natural e incluso apreciado (pues no se toma por tal).

Hace unos años -creo que ya he contado esto- otra alumna de apenas 14 añitos me preguntó si yo había pegado alguna vez a alguna mujer. Contesté humorísticamente: dije que había tenido ganas de hacer muchas cosas con las mujeres que he querido, pero pegarles nunca. Se volvió a su compañera y le dijo en susurros: “Lo ves, tía, éste no”. Pero en su tono había desprecio.

Ojalá tengan suerte. Me duele ver de qué modo se confunden sentimientos y cómo los celos se toman por amor y la posesión por confianza.

Y deseo que alguna vez todo esto nos parezca prehistórico e inverosímil.

sábado, 22 de noviembre de 2014

MEMORIAS

Tiene miga el asunto. Porque, según dicen algunos, somos memoria. No tanto, creo yo, una exageración que suena muy bien.

Si la literatura tiene mérito sólo por ser fiel a los hechos, apañados estamos. No hemos avanzado nada. Creo, por el contrario, que si por algo destaca la literatura es por su capacidad de hacer ficción, de inventar, de retorcer las palabras hasta que ofrezcan nuevos brillos.

Las memorias no me interesan por sí mismas. Me aburre el detalle de entomólogo con el que Rousseau desgrana acontecimientos y conversaciones, vivencias íntimas, recuerdos. Sospecho que algunos son fruto de su imaginación. No conscientemente, claro. Como les sucede a los ancianos que construyen ficciones en las grietas de la memoria. Y esa mezcla no me gusta.

Aún menos interés tienen las memorias del famosete de turno, escritas casi siempre por el negro ad hoc, cuyo oficio disfraza la nadería insustancial y el postureo mediático bajo una prosa digna.

Y también hay ídolos musicales adolescentes que escriben memorias… Qué risa: contradictio in terminis.

Ya puestos, mejor las falsas memorias, como la excelente Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, casi un libro de filosofía, una novela que cabalga en la historia, un texto mestizo y fronterizo.

También me gustan las memorias como excusa. La que más, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, de Stefan Zweig, texto en el que la narrativa del yo es el hilo conductor para explicar la historia de Europa durante la primera mitad del siglo XX. También es un tratado sobre la tolerancia.

Los libros de memorias me parecen, además de indiscretos, vanidosos. El que las escribe considera que merece la pena su vida, lo que ha hecho; y nos las ofrece orgulloso. Y a menudo no tienen para los demás el interés que él cree merecer.

Otras veces son testigo de sucesos que nunca debieron tener lugar, como en Confieso que he vivido, libro en el que descubrimos que Pablo Neruda, el pasional poeta amoroso, recibió el Premio Stalin de la Paz, algo así como el Premio Hitler a los Derechos Humanos. A veces es mejor el silencio. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

RELATOS SALVAJES

Pagar 8,50 € por dos horas maravillosas no es algo frecuente. Ni caro. Por el contrario, ese mismo dinero invertido en basura prescindible y predecible produce indignación.

Hace poco fui al cine a ver Relatos Salvajes. Se trata de una película argentina de episodios, seis en concreto, a cual mejor. Es una película que combina dos elementos tan difíciles como el humor, la violencia y el mensaje. El común denominador es la indignación de una persona por distintos acontecimientos.

En el primero, un individuo logra reunir en un avión a todas aquellas personas que el pasado se las hicieron pasar canutas, incluidos sus padres, que no están en el avión…

En el segundo, un incidente de tráfico acaba como el rosario de la aurora. Digno del mejor Tarantino. Eso sí, después no dan ganas de insultar a nadie al volante. Leonardo Sbaraglia acaba muy desmejorado, con lo guapo que es…

En el tercero, una camarera ha de servir la cena al usurero que los desahució, al causante directo de todas las desgracias de su familia. Gore y entrañable.

En el cuarto, el grandísimo Ricardo Darín interpreta a un ingeniero que se enfrenta a un incidente bastante común: una grúa se lleva su coche en una calle que no estaba bien señalizada. El que más me gustó, seguramente porque todos hemos vivido algo así, tan kafkiano, teniendo que demostrar nuestra inocencia previo pago a la administración, impotentes, cada vez más rabiosos y anonadados. Genial.

En el quinto, el joven hijo de una familia adineradísima comete un delito grave. Hay que buscar un chivo expiatorio y para ello necesitan un pobre que necesite ser sobornado. El más social de todos ellos. Una lección sobre la corruptibilidad del ser humano, en la que hay un corrupto, pero también un corruptor. Metáfora evidentísima sobre la consecuente corrupción del sistema. En mi opinión, el más duro también, el menos humorístico, el de mayor fuerza.

En el sexto, casi una película en sí mismo, una novia descubre lo que no debe el día de su novia. Exagerado, tumultuoso, desmadrado, cruel, maravilloso.

Es difícil aburrirse en esta película. Y es de gran mérito el hecho de que, siendo tan explícita en su violencia, nos riamos porque necesitamos reírnos, porque nos reconocemos, porque esa Argentina es también España, y supongo que tantos otros países. No es una comedia, advierto, no esencialmente.

El director, Damián Szifrón, consigue llegar al espectador desde la primera hasta la última escena. Hacía tiempo que no veía esos rostros al salir, sin falsas poses de puretas intelectualoides. Estoy seguro de que seguimos dando vueltas a todo lo que nos contó ese director muchos días después. Y se lo diremos a nuestros amigos, que es una de las mejores formas de publicidad que se ha inventado.

Cine así es necesario. Ya está bien de basura a precio de solomillo.



http://www.otroscines.com/festivales_detalle.php?idnota=8582&idsubseccion=148

sábado, 8 de noviembre de 2014

BERLÍN Y EL OLVIDO

Algunos acontecimientos marcan a generaciones. El muro de Berlín y su caída es uno de ellos. Estuve allí hace tres años. Visité una ciudad que me pareció confortable, fácil, apacible. También herida.

Un guía nos llevó a los principales lugares, especialmente ésos que son difíciles de encontrar y parecen deliberadamente escondidos. El búnker de Hitler es uno de ellos, convenientemente oculto por tierra y ocupado en servir de aparcamiento entre horribles edificios.

Cerca de allí, la cicatriz del muro era bien visible en el asfalto, tal vez como un aviso de lo que ocurrió hace tan poco tiempo, 25 años. Y, también muy cerca, el Checkpoint Charlie, convertido en atracción turística, llama la atención y los flashes.

El recuerdo y el olvido. Tal vez los alemanes quieren recordar que vencieron muy recientemente al muro, pero quieren olvidar, desterrar de la memoria, que prestaron apoyo al nazismo (ya sé, no todos).

La primera vez que estuve en Alemania me alojé en un hermoso pueblo cerca de Trier/Tréveris. El cementerio estaba integrado en el núcleo urbano y se podía atravesar para ir de un sitio a otro, lo que hice en dos ocasiones. Pregunté por un rincón que parecía abandonado, a punto de ser devorado por los zarzales. La mujer que me acompañaba, una española con varios quinquenios, en Alemania me dijo que eran los soldados de la Segunda Guerra Mundial, que había un cierto sentimiento de culpa, que los parientes casi no los visitaban, que no ponían apenas flores. Como si el recuerdo fuera clandestino.

Por eso, en este día de aniversario, estoy dando vueltas al asunto del olvido y la memoria, que tan difícil es compatibilizar en las personas. En los países, en los pueblos, más aún, más complejo.

La culpa, el orgullo nacional, el honor… Qué palabras.

sábado, 1 de noviembre de 2014

SIEMPRE NOS QUEDARÁ

21 de junio. Era Teresa. Resultaba difícil entenderla porque llegaban con nitidez acordes de jazz. “Es el día internacional de la música y un grupo toca bajo la ventana del hotel; hoy hay música en todo París”, aclaró ella. Pero el tono de voz, si se sabe escuchar, dice más que las palabras, y las suyas eran opacas. Yo apenas le preguntaba por sus novios aunque sabía que estaba en París con el último, Alberto. “¿Todo bien?”, indagué tras alguna vacilación. Ella arrastró algunas palabras para acabar confesándome que había discutido con él, que se había marchado y que no quería llamarlo. Era media tarde y pensé que sólo se trataba de una banal discusión de pareja que se disolvería en pocas horas gracias a la sabia mezcla de frases y piel.

Pero antes de medianoche un whatsapp me informó de que seguía sola en el hotel. “No me coge el teléfono, creo que me ha bloqueado”. De nuevo tristeza y costumbre, no miedo. Estaba en el laberinto, como tantas veces, lejos de casa, insegura y varada en unos planes malogrados.

Había un vuelo muy temprano, a esas horas imprecisas en las que ni se trasnocha ni se madruga, y el precio estaba a mi alcance. De modo que poco tiempo después estaba desayunando con Teresa sin que los camareros percibieran que su pareja de ayer no era la de hoy. “¿Alguna noticia?”, pregunté en susurros, mirándola por encima de las gafas. Teresa eludió responder: “Voy a dejar la habitación, no quiero estar sola, ni deseo estar aquí si él vuelve. Anoche me senté en la cama, saqué un libro y me sentí la protagonista del cuadro de Hopper, tan abandonada como ella”.

Me llevó a los lugares a los que había pensado ir y que ahora sólo eran proyectos desbaratados. Si quería hablar de sus problemas, no lo hizo; y si quería que yo indagase, tampoco lo hice. “Siempre nos quedará París”, le dije mientras tomábamos una cerveza en la Plaza de los Vosgos. Sonrió: vimos Casablanca de adolescentes, en un cine-club que organizaba el profesor de filosofía, y volvíamos a verla juntos cuando teníamos un revés en la vida: un rito privado. “¿Tú crees que alguna vez se quedará con Rick?”. Ella me miró con toda la luz de París en sus ojos. Porque sabía que lo que le preguntaba es si alguna vez se quedaría conmigo, si abandonaría ese cúmulo de errores para elegir a alguien que desea que le quieran alguna vez, algunas horas. Estar aquí sentados tras ver la ciudad, besarnos y notar que sus labios tienen la humedad de la bebida y la promesa del deseo.

“Tal vez Ilsa tenga las cosas claras en el futuro, pero aún no. ¿Recuerdas la escena en la que Rick la espera en el tren para irse juntos? Está lloviendo y ella le manda una hoja de despedida en la que el agua va borrando las palabras”. Pensé que esas palabras, como las que ahora intercambiábamos Teresa y yo, se perderían como lágrimas en la lluvia…

Unas horas y varias cervezas después decidió que era mejor regresar. Llegamos a Madrid de madrugada. La acompañé a casa, preparé una infusión y me marché. “Llámame luego”, añadí mientras cerraba muy despacio la puerta.

Al salir, percibí con extrañeza que en la calle todo era silencio. Los músicos habían dejado de tocar.