Pagar 8,50 € por dos horas maravillosas no es algo frecuente. Ni caro. Por el contrario, ese mismo dinero
invertido en basura prescindible y predecible produce indignación.
Hace poco fui al cine a ver Relatos Salvajes. Se trata de una película argentina de episodios,
seis en concreto, a cual mejor. Es una película que combina dos elementos tan
difíciles como el humor, la violencia y el mensaje. El común denominador es la
indignación de una persona por distintos acontecimientos.
En el primero, un individuo logra reunir en un avión a todas
aquellas personas que el pasado se las hicieron pasar canutas, incluidos sus
padres, que no están en el avión…
En el segundo, un incidente de tráfico acaba como el rosario
de la aurora. Digno del mejor Tarantino. Eso sí, después no dan ganas de
insultar a nadie al volante. Leonardo Sbaraglia acaba muy desmejorado, con lo
guapo que es…
En el tercero, una camarera ha de servir la cena al usurero
que los desahució, al causante directo de todas las desgracias de su familia.
Gore y entrañable.
En el cuarto, el grandísimo Ricardo Darín interpreta a un
ingeniero que se enfrenta a un incidente bastante común: una grúa se lleva su
coche en una calle que no estaba bien señalizada. El que más me gustó, seguramente
porque todos hemos vivido algo así, tan kafkiano, teniendo que demostrar
nuestra inocencia previo pago a la administración, impotentes, cada vez más
rabiosos y anonadados. Genial.
En el quinto, el joven hijo de una familia adineradísima
comete un delito grave. Hay que buscar un chivo expiatorio y para ello
necesitan un pobre que necesite ser sobornado. El más social de todos ellos.
Una lección sobre la corruptibilidad del ser humano, en la que hay un corrupto,
pero también un corruptor. Metáfora evidentísima sobre la consecuente
corrupción del sistema. En mi opinión, el más duro también, el menos
humorístico, el de mayor fuerza.
En el sexto, casi una película en sí mismo, una novia
descubre lo que no debe el día de su novia. Exagerado, tumultuoso, desmadrado,
cruel, maravilloso.
Es difícil aburrirse en esta película. Y es de gran mérito el
hecho de que, siendo tan explícita en su violencia, nos riamos porque
necesitamos reírnos, porque nos reconocemos, porque esa Argentina es también
España, y supongo que tantos otros países. No es una comedia, advierto, no
esencialmente.
El director, Damián Szifrón, consigue llegar al espectador
desde la primera hasta la última escena. Hacía tiempo que no veía esos rostros al
salir, sin falsas poses de puretas intelectualoides. Estoy seguro de que
seguimos dando vueltas a todo lo que nos contó ese director muchos días
después. Y se lo diremos a nuestros amigos, que es una de las mejores formas de
publicidad que se ha inventado.
Cine así es necesario. Ya está bien de basura a precio de
solomillo.
http://www.otroscines.com/festivales_detalle.php?idnota=8582&idsubseccion=148