Si
tuviera que decir de qué va esta película diría sin dudarlo: sobre el deber. Es
una película kantiana a lomos de un BMW.
Es
una rara película. Sé que hay otras de personaje único en situación opresiva (Buried, entre otras), pero aquí hay algo
muy original. Apenas unos minutos para darnos la información precisa: en una
gran obra se termina la jornada. Alguien se quita la ropa de trabajo y se mete
en su todoterreno. Y empieza el drama. Siempre dentro del coche, un sólo personaje en pantalla.
Ivan
Locke no conduce hacia su casa, sino hacia Londres, a hora y media de donde
está. Allí hay una mujer a punto de parir, él es el padre. Mientras las
angustiadas llamadas de una amante ocasional se suceden al mismo tiempo que
aumenta la dificultad del inminente parto, van entrando a través de su manos libres otras relacionadas con
trabajo. Es el jefe de obra y debe estar a primera hora de la mañana
comprobando la descarga del hormigón. Nadie puede hacerlo por él, le dicen.
Pero
Locke prioriza, tasa los valores y decide: ha escogido lo correcto, no lo
bueno, no lo que le satisface y le hace feliz, sino lo que debe hacer. Lo que
se debe hacer.
El
tercer foco de problemas es su familia. Dos hijos adolescentes (parece) y una
mujer a la que no tiene más remedio que decir lo que ocurre. Ella se desmorona
y posteriormente transita hacia el resentimiento a través de otras llamadas.
Locke quiere hablarlo, le explica, pero las palabras no bastan en un discurso
tan teñido de emoción que hay un derrame sentimental sin sutura posible. Sin embargo,
Locke sigue haciendo lo correcto: le propone discutirlo al día siguiente, porque
debe estar con la amante de una sola noche en el momento de dar a luz, es lo correcto. Y después intentará
arreglarlo todo.
Su jefe
le llama, su subordinado también. Tiene que estar en la obra en unas horas, de
madrugada, pero Locke les explica sin alterarse que su compromiso es con el
bebé que va a nacer: ha de estar allí. Es lo correcto. No es preciso ser
adivino para saber que va a ser despedido. Pese a lo cual, sigue dirigiendo telefónicamente
la recepción del hormigón (nada de C5, ha de ser C6). Su subordinado está
recibiendo no una lección de arquitectura o albañilería, sino de honradez y
coherencia. Locke está despedido, pero se lo debe al trabajo bien hecho, al
edificio, a lo que ha de hacer. Lo correcto.
Le
reprocha su mujer que siempre ha amado más a sus edificios que a su familia. Se
equivoca. Locke es un perfeccionista no patológico sino moral. Lo correcto: me
gustaría contar las veces que aparece esa kantianísima expresión en la
película, en sus escasos 85 minutos.
Y lo
correcto es lo que no hizo su padre, cuya figura aparece ausente pero con el
que discute: Locke dará a ese hijo su apellido, estará, no será un hijo
bastardo como fue él. Ese padre con el que habla es el único que le hace
alterarse. Su padre no hizo lo correcto, pero él sí lo va a hacer. La película tiene también una lectura psicoanalítica.
Se
quedará sin familia, sin casa y sin trabajo. En poco más de una hora lo ha
perdido todo. Pero es un héroe moral, una persona coherente que sólo ha hecho
lo que cualquiera debería hacer.
El
final es grandioso. Por su sencillez, por su cierre poético y lógico a la vez.
Bella
música, hermosa fotografía, guión muy sólido, buen ritmo. Una lección de cine.
Aburrirá
a muchos, desde luego. Y qué me importa.