Me han dicho hace poco que conoces de verdad a una persona
cuando te divorcias de ella. No estoy seguro de que eso sea siempre verdad
porque a menudo empiezas a conocerla mucho antes. Pero en un caso de ruptura
sentimental (no digo ‘dolorosa ruptura’ porque todas lo son) nos encontramos
con rostros y conductas inesperados, inimaginados, con capas, subterráneos y
buhardillas que ni sospechábamos. Nuestras y de la otra parte, porque por mucho
que se empeñase Sócrates, nunca nos conocemos a nosotros mismos.
Casi parece más fácil conocer al otro, especialmente si la
cosa se complica o llega a situaciones límite. Las relaciones humanas son
complejas, ya lo sabemos. Al principio todo son mariposas en el estómago,
estrellitas flotando alrededor y un agradable traqueteo en el corazón. Planes
hacia la luz. Pero luego llegan los problemas y a ver qué hacemos.
Para una copa, cine e intercambio de sonrisas y fluidos
valemos todos. Para buscar las palabras justas en cada situación, ya no tantos.
Y cuando las cosas vienen torcidas, ahí sí que se conoce el temple y la valía,
quién es quién y cómo es cada uno.
Dicen las estadísticas que en España se divorciarán seis de
cada diez matrimonios, unos 100.000 al año, somos los cuartos en Europa en esta
escala de fracaso sentimental con papeles. Pero si no hablamos de relaciones
firmadas (o sea, ‘contratadas’, aunque suene raro), la cosa es aún más explosiva.
Cuando se llega a la treintena es muy común haber pasado por alguna que otra
relación tipo montaña rusa, del ‘para siempre’ al ‘hasta nunca’. De ésas que te
dejan el cuerpo del revés, la cabeza hecha unos zorros y el ánimo a temperatura
antártica. A partir de los cuarenta llega el big bang; mediada esa década se produce estadísticamente la ruptura
definitiva, a menudo con hijos, hipoteca y un proyecto de vida hecho añicos.
Fin de la luz.
Las rupturas nunca son fáciles. Bueno, sí, en ciertas
películas y en las novelitas sin sustancia. Claro, ni los fotogramas ni las
páginas padecen. Otra cosa somos los humanos, tan mal diseñados afectivamente,
como hechos para sufrir queriendo gozar. Alguien ha puesto mal las
instrucciones; las personas religiosas ya pueden ir pidiendo explicaciones al
de lo alto...
Leí alguna vez que hay que ser elegante en la derrota. Suponiendo que podamos aplicar ese lenguaje un tanto belicista a las relaciones amorosas, me parece que sí es cierto, que hay que serlo. De una relación fallida hay que salir entero, con la dignidad intacta; es posible que herido, pero nunca más desorientado ni sufriente que lo preciso.
Estamos tan contaminados por la literatura y las canciones
que nos parece hasta bonito que alguien tararee eso de “Sin ti no soy nada”
(Amaral) o tontunas similares. Deberíamos cogerlo por las solapas, zarandearlo
y replicar: ”¿cómo que nada?; contigo soy mucho y sin ti también”, ninguna
pasión debería generar dependencia, culpa o baja autoestima.
Comprendo que es más fácil decirlo que hacerlo. Comprendo que
el laberinto sentimental no es precisamente un mar en calma. Pero las personas
que han sido queridas merecen al menos ser respetadas cuando el amor ha
terminado: se negocian los términos de la separación o el divorcio, pero no la
dignidad de quienes están involucrados en él. El respeto de quien ha querido y ya
no quiere se merece siempre; también al revés, desde luego. Y después, que cada
cual escoja su camino y lo haga con quien le plazca; o solo, que tampoco es
mala solución.
Cierto, cierto... La convivencia es difícil. últimamente he conocido varios casos de parejas que deciden no vivir juntas, en plan "novios" y mira, así seguro que no se divorcian nunca, se ahorran el convivir. Pero la verdad es que eso no va conmigo, yo si tengo una pareja que sea para compartir mi día a día, en lo bueno y en lo malo.
ResponderEliminarPero vamos, que eso de "sin ti no soy nada" tampoco es que vaya conmigo. Como tú dices, ¿cómo que nada?. Tanto sin ti como contigo lo soy todo, soy yo misma.
Besos
Lo que más. Que somos distintos es una obviedad. Pero tiene consecuencias. Si no estamos dispuestos a ceder en algo, es imposible convivir. Pero si solo es uno el que cede, entonces hay una vida cerca, pero no una convivencia; es más, a eso no se le puede llamar vida, sino dependencia, cuando no cosas peores.
EliminarYo también conozco algún caso. Y les va bien, de modo que nadie es quién para imponer modos de vida o de relaciones si a los interesados les gusta su situación.
Ayer le decía a una amiga que hay parejas en las que son más de dos, porque han creado algo nuevo. Pero otras no son más que uno... y su florero (por decir algo); esto es incluso peligroso. Al menos dos, para que (si la cosa no va bien) sigan siendo dos.
En el campo sentimental soy un escandaloso. Todo es teatral, lloro hasta ahogarme cual Alicia deprimida. Me río sin parar, hasta perder la conciencia. Me entrego. Y sí, cuando rompo hago tipo de pataletas, extraño en la cocina, bajo la lluvia de octubre y el sol de enero. Y un día me levanto y me doy cuenta que no es tan grave, entonces suelo reír. En temas de sentimientos no existe la dignidad, vale más un buen sentido del humor que una armadura de hormigón.
ResponderEliminarCreía que eras una mujer, Vicky. Lo digo porque tu comentario está escrito es masculino.
EliminarNo sé qué decirte, salvo que hay que tener cuidado con las pasiones, que no deben arrastrarnos, sino nosotros ser dueños de ellas, como en el mito del carro de Platón.
Temo que no puedo estar más en desacuerdo contigo en lo que dices al final: la dignidad ha de estar siempre a salvo. Y el sentido del humor que no falte, desde luego.
No me gusta el vocablo "divorcio".
ResponderEliminarEs gris obscuro (hecho a lápiz), húmedo, tiene sabor a algo feo y un tacto rugoso molesto. Sin embargo, "divorcista" tiene glamour; y "divorciada" es sensual.
Esto me sopla mi sinestesia (ella es así, Atticus, despreocupada e irreverente). En lo demás me parece bien lo que dices.
No sé si voy a ser capaz de dormir después de lo que has escrito. Glamour y sensualidad..., ya te digo. Por cierto, recuerdos a tu sinestesia, que tiene aún más glamour y sensualidad. ¿Ves cómo así no hay manera de pegar ojo?
EliminarWow Atticus, no te sobra ni una coma. ¡Bravo! Completamente de acuerdo. Creo que el hecho de que existan las rupturas y/o las crisis parejiles sólo indica que a pequeña escala somos más diferentes de lo que parece a gran escala. No hay dos personas iguales y por tanto, no hay nunca entendimiento absoluto.
ResponderEliminarDe todas formas, creo que estamos viviendo una etapa de cambio en ese sentido, de libertades inexploradas. Somos la primera generación en que todo vale, y no sabemos como llevarlo. Así que con cuadernillos de instrucciones hay que andarse. ¡Ánimo!
Muchas gracias, Timonera. Tú siempre tan amable. Y un poco exagerada, todo hay que decirlo.
EliminarLo maravilloso, el milagro, de toda relación amorosa es que se intenta construir algo nuevo a partir de dos identidades irreductibles. Precisamente porque somos dos aparece el peligro: que se construya lo que uno quiere con los materiales del otro. Es decir, la disolución de uno en el otro.
A mí lo de las nuevas reglas me pilla un poco mayor, aunque supongo que tienes razón. Improvisar es difícil y en esto no tenemos más remedio que improvisar. Aunque no sé si todo vale, me temo que más en la teoría que en la práctica. En cualquier caso todo vale si hablamos de personas libres, conscientes y dueñas de su vida.