sábado, 26 de marzo de 2016

EL NO-YO, EL OTRO-YO, EL CASI-YO

Dice Arturo Pérez-Reverte que lo que pasa en este país se debe a que nos echan algo en el agua desde hace algunos siglos. Igual tiene razón, pero a las tonterías habituales, incompetencia casi congénita y cainismos varios, se añade (no sé si como causa) la escasísima costumbre de escuchar.

No de hablar, porque hablamos mucho. Y casi siempre levantando el tono de voz más allá de lo razonable. Pero cuando hablar es sólo emitir sonidos con apariencia de discurso no estamos ante una genuina conversación.

Dialogar, como su etimología indica, es utilizar la razón (logos) entre al menos dos, aunque podamos incluir ese hablar con nosotros mismos que proponían muchos, desde Sócrates a Machado. Dialogar significa razonar. Sin trampas. No es una batalla contra el otro, sino a favor del otro, con el otro.

Estas últimas semanas me ha perseguido este tema. Fui a una conferencia del profesor Ángel Gabilondo, no del político, sino del filósofo. Habló de ética, claro. Pero a mí me rondaba la cabeza el único libro suyo que he leído: Alguien con quien hablar. Se trata de un conjunto de artículos de una profundidad en la sencillez como he leído pocos.

En el fondo, la tesis de Gabilondo es la misma que puede mantener cualquier psicólogo: necesitamos hablar, que nos escuchen. Por lo tanto, precisamos a los otros, no nos bastamos. Y necesitamos algo más que un simple paño de lágrimas y algo menos que un inquisidor. Consejos los justos y sólo si se solicitan. Juicios menos aún: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ya se sabe, que de soberbios morales andamos sobrados. Indiferencia de ningún modo; quién no aborrece a esa persona con la que te estás sincerando y lo único que te ofrece son frases como “No te preocupes, ya verás cómo se arregla todo” o “Eso no es un problema, mira lo que me pasa a mí, eso sí tiene importancia…”.

El otro es un no-yo. Pero lo necesitamos cuando es un otro-yo, un casi-yo, cuando nuestros problemas particulares llegan a sus problemas particulares y descubrimos que son problemas universales. Si sabe escuchar, probablemente también sabe razonar: poner las orejas no es lo mismo que poner los oídos, del mismo modo que, como decía Aristóteles, los animales tienen voz mientras que los humanos tenemos palabra.

Algunos psicólogos saben que el paciente/cliente no siempre tiene gravísimos problemas de conducta, fobias devastadoras o psicosis. Uno de esos psicólogos, muy conocido, dice que en la primera sesión pregunta siempre a sus pacientes si tienen alguien con quien hablar. Si es así, lo envía de vuelta, y sólo si el problema no desaparece al exteriorizarlo verbalmente es cuando necesita atención especializada. Muchas personas saben que pagar por hablar, para que te escuchen, para escucharte, es una buena inversión.

Antes, la gente acudía al párroco más próximo que escuchaba atentamente, perdonaba y absolvía en nombre de Dios. Es cierto que un psicólogo no juzga, ni absuelve, ni impone penitencia. Pero el principio de liberación por la palabra es el mismo.

Y la paradoja de las redes sociales es justamente ésa: producen espejismo de conversación, sucedáneo de amistad y aparente libertad para escribir. Pero ¿estamos seguros de que alguien escucha?

viernes, 18 de marzo de 2016

RAZONES DEL CORAZÓN (Y DE LA RAZÓN)

Si hay algo resbaladizo es el mundo sentimental.

Una serie de creencias nos asaltan y se instalan en nosotros. De ahí ya no hay quien las arranque, se anclan, se fijan como lapas y llegan a hacernos lo que somos.

Los psicólogos congnitivistas lo saben. Los pacientes viven presos de sus propias creencias, a las que no llaman así, sino convicciones, hechos, verdades Dicen que las cosas son así, no que nosotros las vivimos así. Pero en ese matiz está la clave: el mundo sucede, los acontecimientos se siguen unos a otros y algunos parecen afectarnos, atacarnos. Sin embargo, no es exactamente así: somos nosotros los que permitimos que entren, que nos conciernan y nos sacudan.

Muchas personas viven con baja autoestima porque saben que nadie les quiere. En realidad no lo saben, creen que nadie les quiere. Pero esa creencia es una fuerza devastadora y la tarea del terapeuta consiste justamente en hacerle salir de ella, mostrar que no es así, sino que él (ella) cree que es así.

“Si quiero, me querrán”. Esta implicación se ha interiorizado en la mente de muchas personas, especialmente en la de muchas mujeres. “Pero no me quieren, por lo que no he querido lo bastante”. Esto en lógica se denomina Modus Tollens, y su validez es implacable. Lo que no es cierto es que si pongo mi amor en juego, obtendré amor. Pero en el momento en que de por buena la implicación, la consecuencia es inexorable.

¿Y cuántas veces hemos querido sin que nos quieran? ¿Cuántas veces nos han dejado, porque sí o por otra persona? “Si quiero, me querrán”, repite machaconamente la creencia adherida sin examen crítico. “No he querido lo suficiente, soy culpable, merezco lo que me ocurre”.

Pero no es verdad. El mundo sentimental es un laberinto en el que es fácil extraviarse y no saber salir. Como, además, estamos convencidos de que la razón no interviene, estamos perdidos. Completa y absolutamente extraviados, sin brújula, sin hilo de Ariadna.

Hay razones del corazón que la razón no comprende, dijo Blaise Pascal. Lo que faltaba. No hubiera estado de más que el filósofo y matemático francés hubiera aprovechado su formación científica para añadir (que no sustituir) un poco de cordura racional. Porque nada hay más hermoso que una pasión bien conducida y gobernada. Y nada más desestabilizador y autodestructivo que una pasión mal conocida y peor gestionada. La razón no es enemiga de las pasiones, sino aliada.

Me estoy acordando de una de las escenas de la película El nombre de la rosa. Después de que Adso haya tenido su intercambio afectivo horizontal con la campesina, le confiesa a Guillermo su pecado. Pero el maestro, tan franciscano, se muestra comprensivo y finalmente le dice esto: “Qué pacífica sería la vida sin amor, Adso, qué segura, qué tranquila…, y qué insulsa”.



sábado, 12 de marzo de 2016

BELLEZA Y CENSURA

Este curso he visto en clase con mis alumnos de 1º de Bachillerato el tema de la estética. Son mayores, son buenos. Les hablo con libertad y no rehúyo temas.

Tekhné lo llamaban los griegos, sin distinguir lo útil de lo bello. Por eso nos han dejado vasijas, edificios y literatura que siguen produciendo un indistinguible vínculo de pragmatismo y hermosura. La distinción es posterior y peligrosa y sólo los adalides del diseño parecen querer retornar a esa bellutilidad.

Les hablé de museos, claro. Y la dificultad de distinguir entre erotismo y pornografía. Les dije que muchas obras que estaban destinadas a la exhibición o a la provocación (hablo de sexo, claro), las contemplamos hoy con nuestros hijos de la mano, sin temor ni temblor.

Si quiere uno ver desnudos, lo mejor es ir al Museo del Prado. Más explícitamente aún, más dionisiacamente, se yergue a pocos metros el Museo Arqueológico Nacional. Recién remodelado, maravilloso, didáctico, con un equilibrio espectacular entre la divulgación y el rigor científico.

Dioniso campa allí a sus anchas, aunque a menudo bajo la forma de Apolo. Sabemos desde Nietzsche (El nacimiento de la tragedia) que lo apolíneo y lo dinonisíaco se oponen en la misma medida en que se necesitan. El espectáculo de la vida es tan terrible que sólo sería soportable bajo las formas de Apolo.

Pero que nadie intente poner fotos de todo esto en Facebook, Instagram y demás paladines de la decencia occidental, de la pudibundez más rancia. Me temo que éstos no sólo taparían las estatuas desnudas de los museos vaticanos, sino que cerrarían las tiendas de ropa interior a poco que en ellas se mostrase una transparencia o una curva más allá de sus estrechos límites morales. De su moral, quiero decir.

Prohíben pezones, vello púbico. Y caen en el ridículo universal. Nuria Roca lo sabe, y también unos cuantos profesores de Historia del Arte, que han visto censuradas sus fotografías. Sí, fotografías de cuadros que cuelgan sin pudor de las paredes del Museo del Louvre, del Prado, del MOMA, de Orsay…

A mí, aparte del placer sensual y voyeurista que parece natural al ser humano, no me provocan ningún daño. Ni a mis allegados, ni a los más pequeños de la familia. Sin embargo, tengo una lista de tipos y tipas que visten con elegancia, que enseñan lo justo de piel, pezones y cabello rizado; sin embargo, son lo más pornográfico de Oriente y Occidente. Ellos deberían estar prohibidos, escondidos bajo piedras y mudos para la eternidad.

Exagero: que hablen para que podamos reírnos. Pero nada de permitirles que nos prohíban. No son más, ni mejores.


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sábado, 5 de marzo de 2016

EXAMEN

Escribo estas líneas, este post, mientras mis alumnos de bachillerato hacen un examen. Es tedioso. Me entretengo imaginando su futuro, que me gustaría anticipar. A la mayoría les irá bien, son despiertos y de inteligencia andan casi todos sobrados. Otra cosa son sus actitudes, que necesitarán ajustar al mundo, porque los centros de enseñanza tienden a ser sobreprotectores y las familias más aún. Y nada de esto les beneficiará.

Tienen una cultura distinta de la mía, hecha de atajos, pantallas electrónicas y alguna que otra creencia errónea respecto a derechos y deberes. Cierta pedagogía moderna no les ha ayudado.

La vida, pienso mientras paso al lado de un estudiante que obtendrá seguramente un 9 o un 10, les dará alguna que otra colleja, se tragarán unos cuantos sapos y ganarán bastante menos dinero del que creen merecer a cambio de bastantes más horas de las que imaginan. La mayor parte sobrevivirá, se adaptará bien, podrá con ello y será razonablemente dichoso.

No obstante, la mierda de mundo y sociedad que tienen en este momento ante sus pantallas/ojos no es envidiable. Y aún así rebosan energía y un talento que es potencialidad de emprendimientos varios que ojalá no se malogren. Sólo necesitan decisiones acertadas y algún cambio radical en su sociedad de referencia. O viajar.

Mañana corrijo. Me gustaría creer que esto que han estudiado será útil en sus vidas.