domingo, 26 de junio de 2016

CANCIONES DEL NO-VERANO 22: DERNIÈRE DANSE

Hace apenas un año escuché por primera vez esta vigorosa canción, amarga y melódica a la vez. Hoy, elecciones no sé si inútiles una vez más, he recordado y tarareado en el desayuno sus notas. Qué poco se ha hablado de inmigrantes, de refugiados, de eso que somos todos desde que abandonamos África.

El primer enlace, el original, es toda una historia para tratar el tema. El resto son versiones. Todas me gustan.

miércoles, 15 de junio de 2016

EL ODIO

Ésta es una de esas ocasiones en las que hablo desde el desconcierto, una de ésas en las que tengo mucho que callar y poco que decir.

Veo en televisión que han matado en Orlando a 50 personas en una discoteca gay. Lo primero que pienso es que no es relevante la  orientación sexual de las víctimas. Luego me doy cuenta de que sí.

Resultaría idiota que alguien se metiese a un lugar donde la gente disfruta para liquidar a miopes, a gente con juanetes o los quintos del 87. Ridículo.

Pero hay algunos antropoides iluminados que se creen con derecho a liquidar a homosexuales, sólo porque su particular sentido del orden humano y divino parece exigírselo.

Algunos dicen que están enfermos. Yo creo que el mal existe, que es la elección consciente y deliberada de causar sufrimiento al distinto, al débil o al que no puede defenderse. Al enfermo se le puede curar, pero ¿quién cura al fanático, al que elige libremente no ser libre, al que no quiere que lo sean los demás? La moral elemental no siempre puede disolverse en la patología: desaparecería la responsabilidad en todos sus ámbitos.

Me llama la atención la fijación de algunos con la risa, la música, el sexo, el fútbol y todo aquello que signifique placer. Unos tipejos barbudos atentaron contra peñas madridistas en Irak. Otros seres ametrallaron a quienes disfrutaban de una cena o un concierto en París. Un ente liquidó a medio centenar de personas que disfrutaban en una discoteca.

Se divertían, disfrutaban de eso que tenemos entre el no-ser y la muerte. No poseemos otra cosa que la vida.

Su visión de lo bueno, de lo recto, no era la misma que los asesinados. Y como el dios de turno no dice nada (es lo que tienen los dioses, siempre hablan por persona interpuesta, y hemos de fiarnos, vaya faena), ellos se erigen en salvadores de esencias, purezas y ortodoxias.

Calvino -se nos ha olvidado- persiguió la risa, el teatro y el baile en Ginebra. Los calvinistas de la época no sólo querían no reírse, ni bailar, ni ir al teatro: querían que nadie más lo hiciera. Eso se llama fundamentalismo.

De dónde saca ese fundamentalismo su combustible (el odio) es algo que no se me alcanza. Dicen algunos que es una mezcla letal de miseria, ignorancia, resentimiento y pertenencia tribal. Puede ser.

Estoy tentado de decir que a mí los homosexuales no me han hecho nada. Sería una estupidez: tampoco me han hecho nada los gaditanos, ni los que llevan un clavel en la solapa. No hay nada que tolerar porque no tengo una posición moral dominante, no soy tan soberbio. Cuidado con esos tolerantes desde las alturas que misericordiosamente permiten (que buenos son, cuánto los debe amar su dios) otros modos de vida, por muy envenenados y retorcidos que sean (según su criterio, claro está). No son tolerantes en sentido estricto: nos miran por encima del hombro de su revelación. Se sienten superiores y buenos, pero sobre todo superiores.

Al menos no matan. Porque a los otros hay temerlos, protegernos de ellos, señalarlos y poner a la policía tras sus pasos. Porque yo no soy homosexual, pero sí miope. No he ido nunca al Ba Ta Clan, pero sí he cenado muy cerca. No soy del Madrid, ni iraquí, pero si del Atlético y circunstancialmente español. Digo esto porque no creo que haya que buscar razones en su laberíntica y alambicada moral de esclavos obedientes a voces, a palabras que tienen tantas lecturas como personas interesadas en que sea la suya la única.

Así que, tras casi dos folios de escritura, estoy como al principio: estupefacto, irritado e ignorante como al principio. Porque no conozco a ningún asesino, pero cada vez veo más engreimiento, chulería a lomos de musculación de bote, fascinación por el absoluto y rabia cuya finalidad me da miedo. Mucho miedo.


https://www.youtube.com/watch?v=XZGwHtGBZJU

miércoles, 8 de junio de 2016

LAS NOVELAS SON PARA EL VERANO



En la ciudad en la que vivo la primavera no avisa. Un día te das cuenta de que el chaquetón que te ha abrigado hay que dejarlo en el armario y ponerse la manga corta. La tarde se expande y pasadas las nueve aún luce el sol y no sabes si hacer la cena o salir a tomar una cerveza.

Es que estamos en mayo/junio.

Bajo por primera vez en meses el toldo de la terraza. Limpio mis comodísimos sillones estivales  que pasan allí el invierno, despreciados, y me doy cuenta de lo poco que queda de curso, no de año (porque los profesores no contamos por años, sino por cursos).

En mi mesa de trabajo se apilan 29 exámenes por corregir. Llegarán más en los próximos días, y trabajos, y tareas burocráticas infinitas, tan inútiles. Se terminarán pronto. Si todo va bien, a comienzos de julio quedaré liberado y podré leer sin hora, vivir a ritmo de cuerpo. Dormir cuando se me cierren los ojos.

Porque para mí el verano sirve para leer. A veces hago otras cosas, pero pocas. Sobre todo, leo.

Miro a mi alrededor y encuentro la pila de libros que tengo a medias o pendientes. Tengo ese Quijote que disfrutaba morosamente hace meses pero que quedó atascado por unos exámenes.  En el mismo atasco se quedó La fortuna de Matilda Turpin, que no me acaba, pero cuyo autor, Álvaro Pombo, me es tan simpático que acabaré leyéndolo completo.

Tengo Volver a Canfranc, de Rosario Raro, en la página 99. Necesito más tranquilidad porque me cuesta entrar en él, pese a que está muy bien construido y documentado.

Y luego, cuatro novelas de las que no he descubierto aún casi nada, salvo el olisqueo habitual de portada, contraportada y faja -si la hay-. Asesinato en la Plaza de la Farola, de Julio César Cano, parece un policíaco mediterráneo; veremos, para el final del verano. Intemperie, de Jesús Carrasco, promete, ya le tenía echado el ojo, he leído (y muy bien) sobre este texto. Estoy seguro de que me reiré mucho en playa y piscina con El secreto de la modelo extraviada, de Eduardo Mendoza, un valor seguro, siempre brillante, agudo, genial. Y tengo para terminar el Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak, ensayo gráfico de un autor que conozco por el magnífico libro sobre Nietzsche y Pavese La inmensa soledad.

Habrá más, esto es el aperitivo, la carta. Puede ocurrir incluso que cambie de plato, que no me guste uno de ellos y le pida al chef otra cosa. El verano tiene el placer de la pereza infinita y la lentitud gozosa.

Debería preparar un poco las nuevas asignaturas que tenemos. Pero, por otro lado, vivo en un país que ha pasado del gobierno a sangre y fuego al desgobierno y al singobierno. De modo que nada sabemos acerca del futuro, ni siquiera si la ley de educación cambiará, se modificará o se derogará. Y, por otra parte, me voy a declarar antikantiano, un pelín epicúreo, nietzscheano según para qué y hombre objeto a tiempo completo. Que llega el verano.



miércoles, 1 de junio de 2016

NO PENSAR COMO LOS MÍOS


Hace unos días, como es bien sabido, el Real Madrid ganó la Champions. Nada que objetar. Metió un penalti más que el Atlético y se llevó la Copa. Dejemos la épica, la justicia y las maldiciones eternas para otro momento.

He leído en la prensa que una jugadora del Atlético de Madrid Féminas, la portera más en concreto, había sido fotografiada (“cazada”, dice un periódico, enlace más abajo) celebrando la victoria del Real Madrid.

Al parecer, los jugadores han de mostrarse prudentes en su comportamiento y mensajes en las redes sociales. Vale.

Si lo entiendo bien, uno ha de ser atlético full time, colchón de los de antes (rojiblanco y rojiblando), pasta de dientes Signal (rojiblanca), fresas siempre con nata y, caso de guerra, enarbolar la bandera rojiblanca en son de paz. Vale de nuevo.

Yo pensaba que las personas trabajábamos en un lugar y luego éramos libres para distribuir nuestros afectos a voluntad. Entendería que a esta jugadora le dijeran algo si habla mal de su equipo (el que le paga), si insulta a sus compañeras o a los aficionados. Pero si se limita a mostrar simpatía por otro equipo, sin resentimientos, sin odios manifiestos, sin violencia, no sé dónde está el problema.

Me da la impresión de que no hemos salido del cuadro de Goya Duelo a garrotazos. Parece que uno en España sólo puede ser del Barcelona si es catalanista, independentista mejor. Y que sólo se puede ser de un partido político de acuerdo con la ortodoxia. De las religiones ni hablamos.

Lo malo es que somos diversos, limítrofes, mestizos y cambiantes. Se es de un equipo de muy diversos modos; ¿y por qué no de dos o de tres? Si uno es católico apostólico y romano, eso no le impide sonrojarse con muchas declaraciones de monseñor Cañizares. Del mismo modo, uno puede estar en un partido político y no comulgar con la dirección, y tiene derecho a decirlo.

En este país se piensa poco, pero los vasos comunicantes funcionan de maravilla. Y los argumentarios. Y la palabra de Dios (es metáfora).

A mí me gusta Iniesta, ya lo he dicho. Y el Chacho Rodríguez y los Gasol. Y no me gustan los toros. La filosofía alemana en gran parte me parece un bluff. No me gustan pelis y libros que algunos me dicen que me deberían gustar (piensan que me conocen mejor que yo mismo, será eso). Y me molesta que el que mejor haya entendido la esencia de lo español sea Goya.

De modo, Sara, que en el improbable caso de que leas esto, te mando un abrazo atlético sin resentimiento, todo lo contrario. Son los otros los que me molestan a mí, ésos que aprovechan las redes para arremeter a falta de capacidad para empatizar o simplemente respetar. Como dijo Umberto Eco, esos individuos dejarían su bilis y frustraciones en la barra del bar; ahora todos creen que su opinión es buena sólo porque pueden volcarla en las redes sociales: y te escriben sin saber cuál es tu proyecto de felicidad, tu corazón partío o tus querencias más privadas.

Como diría el castizo, ni puto caso. Que la vida de cada cual no pertenece a otro.