Ésta es una de esas ocasiones en las que hablo desde el desconcierto,
una de ésas en las que tengo mucho que callar y poco que decir.
Veo en televisión que han matado en Orlando a 50 personas en
una discoteca gay. Lo primero que pienso es que no es relevante la orientación sexual de las víctimas. Luego me
doy cuenta de que sí.
Resultaría idiota que alguien se metiese a un lugar donde la
gente disfruta para liquidar a miopes, a gente con juanetes o los quintos del
87. Ridículo.
Pero hay algunos antropoides iluminados que se creen con
derecho a liquidar a homosexuales, sólo porque su particular sentido del orden
humano y divino parece exigírselo.
Algunos dicen que están enfermos. Yo creo que el mal existe,
que es la elección consciente y deliberada de causar sufrimiento al distinto,
al débil o al que no puede defenderse. Al enfermo se le puede curar, pero
¿quién cura al fanático, al que elige libremente no ser libre, al que no quiere
que lo sean los demás? La moral elemental no siempre puede disolverse en la
patología: desaparecería la responsabilidad en todos sus ámbitos.
Me llama la atención la fijación de algunos con la risa, la
música, el sexo, el fútbol y todo aquello que signifique placer. Unos tipejos
barbudos atentaron contra peñas madridistas en Irak. Otros seres ametrallaron a quienes disfrutaban de una cena o un concierto
en París. Un ente liquidó a medio
centenar de personas que disfrutaban en una discoteca.
Se divertían, disfrutaban de eso que tenemos entre el no-ser
y la muerte. No poseemos otra cosa que la vida.
Su visión de lo bueno, de lo recto, no era la misma que los
asesinados. Y como el dios de turno no dice nada (es lo que tienen los dioses,
siempre hablan por persona interpuesta, y hemos de fiarnos, vaya faena), ellos
se erigen en salvadores de esencias, purezas y ortodoxias.
Calvino -se nos ha olvidado- persiguió la risa, el teatro y
el baile en Ginebra. Los calvinistas de la época no sólo querían no reírse, ni
bailar, ni ir al teatro: querían que nadie más lo hiciera. Eso se llama
fundamentalismo.
De dónde saca ese fundamentalismo su combustible (el odio) es
algo que no se me alcanza. Dicen algunos que es una mezcla letal de miseria,
ignorancia, resentimiento y pertenencia tribal. Puede ser.
Estoy tentado de decir que a mí los homosexuales no me han
hecho nada. Sería una estupidez: tampoco me han hecho nada los gaditanos, ni
los que llevan un clavel en la solapa. No hay nada que tolerar porque no tengo
una posición moral dominante, no soy tan soberbio. Cuidado con esos tolerantes
desde las alturas que misericordiosamente permiten
(que buenos son, cuánto los debe amar su dios) otros modos de vida, por muy
envenenados y retorcidos que sean (según su criterio, claro está). No son
tolerantes en sentido estricto: nos miran por encima del hombro de su
revelación. Se sienten superiores y buenos, pero sobre todo superiores.
Al menos no matan. Porque a los otros hay temerlos,
protegernos de ellos, señalarlos y poner a la policía tras sus pasos. Porque yo no soy homosexual, pero sí miope. No he ido nunca al Ba Ta Clan, pero sí he cenado
muy cerca. No soy del Madrid, ni iraquí, pero si del Atlético y
circunstancialmente español. Digo esto porque no creo que haya que buscar
razones en su laberíntica y alambicada moral de esclavos obedientes a voces, a
palabras que tienen tantas lecturas como personas interesadas en que sea la
suya la única.
Así que, tras casi dos folios de escritura, estoy como al
principio: estupefacto, irritado e ignorante como al principio. Porque no
conozco a ningún asesino, pero cada vez veo más engreimiento, chulería a lomos
de musculación de bote, fascinación por el absoluto y rabia cuya finalidad me
da miedo. Mucho miedo.
https://www.youtube.com/watch?v=XZGwHtGBZJU