Circula abundantemente la idea de que toda opinión es
respetable, confundiendo el respeto moral que merecen las personas con la
verdad (o no) de sus opiniones, esto es, se confunde una cuestión moral con
otra epistemológica.
La opinión es uno de los ídolos contemporáneos. Las redes
sociales no han hecho más que agrandar su alcance y su soberbia. Cuanto más
breve el mensaje, más opinable parece. Un libro precisa de tiempo, dedicación,
documentación, argumentos… Un tuit es una ocurrencia, habitualmente nada más
que eso, una opinión sin reflexionar en la mayor parte de las ocasiones, un
aforismo en el mejor de los casos.
Lo malo no es tener opinión, lo malo es no tener más que
opinión. Dicho de otro modo, si la mitad del tiempo que el personal dedica a
opinar lo emplease en buscar información, cotejarla, escribirla y reescribirla,
lo que leeríamos sería una maravilla, se llama conocimiento o aspiración al
conocimiento. Rara avis.
Lo de Twitter es de traca, qué digo, un festival de fuegos
artificiales, mucho ruido… y pocas nueces. Hay algunas cuentas maravillosas
(las sigo); otras, francamente ingeniosas (también sigo alguna). Otras,
muchísimas, son el vomitorio amparado por el anonimato. Hace poco leí un tuit
que decía más o menos esto: hay unanimidad en Twitter sobre lo malo que es el bullying, pese a que el 80% de los tuits
son insultantes, despectivos, machistas, homófobos, xenófobos, etc., es decir, ciberbullying. Pero el que tuitea cosas
así sostiene que es su opinión, algo elevado y respetable en lo que nadie debe
meterse. Libertad de expresión, lo llaman ellos.
No es cuestión de jóvenes o adultos: se da en todas las
franjas de edad. Lo único que suelen tener en común es un resentimiento sin
causa, una cultura de derechos sin deberes y unos conocimientos lingüísticos
que no van más allá de las 500 palabras.
Me dan miedo. Además, se indignan cuando alguien les bloquea,
hasta los moños de recibir improperios e insultos del opinador, como si uno no
tuviera derecho a impedir que le insulten.
Cuando deja de haber opinión y hay conocimiento, la dosis de
prudencia y de modestia aumenta. Normalmente, quien sabe algo, por poco que
sea, sabe que la infinitud se abre ante él, sólo está seguro de su ignorancia,
de sus dudas en muchos ámbitos. Pero se apresura a escribir con fundamento
sobre lo poco que conoce y a no confundir opinión con verdad.
Con los blogs me ocurre lo mismo. Sigo alguno, pocos. Son
aquellos en los que puedo aprender o cuyos escribidores
(casi siempre escribidoras) tienen
algo que decir o que discutir. Los exhibicionistas no me interesan; los que posturean
o alardean de algo (que sólo es ignorancia), menos aún. Pero hay algunos ante los que me quito el
sombrero -porque tengo sombrero-: hay cultura, preparación, tiempo dedicado a
la escritura, conocimiento de aquello de lo que hablan… Y prudencia.
Platón ya advirtió contra la opinión (la doxa). Pero, claro, hay tantos que se atreverían hoy a discutir con
Platón de igual a igual… Titánica tarea que ni siquiera se permitió Aristóteles.
Y, ante eso, no tengo ningún sombrero que quitarme; al contrario, me cubro la
cabeza y me voy a tomar el aire, al menos podré pensar en silencio, sin la
estúpida cháchara del que sólo hace ruido y empantana el mundo con su
palabrería.
No descarto ser uno de ellos. Debería entonces huir de mí.