domingo, 26 de marzo de 2017

MÉTODOS

Dice su etimología que ‘método’ proviene del griego y que quiere decir camino. Es decir, un método es un procedimiento más o menos reglado de acceso a algún conocimiento o habilidad.

Cuando empecé a trabajar de profesor, el primer año, tenía 35 horas de clase, más el internado, pues se trataba de un cole exclusivo (sólo en el precio, doy fe, el último lugar al que llevaría a mi hijo a estudiar). El método que utilizaba allí era el de sobrevivir a la explotación laboral, al incompetente jefe de estudios, al negrero dueño (no puede llamársele director, no tenía estudios) y a su señora, cuya ignorancia en cualquier campo era oceánica, pese a que asistía a las reuniones y se permitía hacernos indicaciones didácticas. Según ella, era miembro del staff docente…

Estuve poco más de un año y me fui al amparo de una interinidad que me permitió ser profesor y no empleado, tener autonomía y respeto por mí mismo y por mi trabajo.

En mi primer instituto público me trataron bien, los estudiantes eran estupendos. Eran estudiantes. El método…, muy raro, muy moderno.  No me sentí cómodo, pero mis compañeros más antiguos insistían en él y no quise batallar: era del tipo de “Filosofía para niños” y ese tipo de cosas.

Después hubo de todo, años en que me moví con libertad en el aula y otros en los que circunstancias o compañeros más ortodoxos que yo me obligaron a procedimientos con los que no estaba muy a gusto. Recuerdo una fan del Philips 66 (siempre pensé en el Anticristo) y también a otros militantes de diversos métodos de ésos que rozan lo religioso. Lo digo por lo de la fe, la liturgia, los libros sagrados…

La experiencia me dio criterio y empecé a ser consciente de la heterodoxia didáctica. Y, sobre todo, llegué a la conclusión de que la educación es un arte borroso, hecho de conocimientos y buenas intenciones, de deber y estrategias, de experiencia y un sólido acervo de conocimientos. Pero no es una ciencia. Lo siento, pero no es una ciencia, pese a lo que digan puristas y descubridores de todo método definitivo y salvador. No es una ciencia, a menos que con eso quieran referirse a un saber que se quiere riguroso, no arbitrario y que pueda argumentar sus propuestas.

Últimamente escucho (es un decir) a mucho gurú predicar cosas como el currículum cero, la gamificación, la flipped classroom, la distribución proactiva del aula, la inteligencia emocional como remedio a todos los males y demás ungüentos amarillos (mi abuela dixit). Algunos dicen verdaderas gilipolleces, fruto de lo atrevida que es la ignorancia, esto es, de que no se ha pisado un aula de secundaria obligatoria desde que se abandonó el instituto. También hay quien da consejos atinados, fruto de la reflexión, la experiencia y el sentido común. Y del realismo, porque en educación hacen falta quintales de realismo. Son pocos, insuficientes, de inconsciente valentía.

Tengo compañeros que me cuentan historias para no dormir mientras el pedagogo de turno sigue ahí, dale que te pego con la matraca, culpabilizando, insistiendo que con su método se arreglarían las cosas. Yo, cuando me dicen algo así, los invito a mi clase. El año pasado vino la orientadora que teníamos, iba a comenzar una serie de sesiones con ellos en la tutoría… No volvió. Me quedé sólo ante el peligro. Hice lo que pude.

A la de este curso directamente la ignoro. Su fundamentalismo es tan grande como su ignorancia de la realidad. Y digo esto con dolor, porque en toda mi vida académica sólo dos orientadores me han ayudado, J. y E., siempre al pie del cañón, siempre dispuestos a echar una mano con los casos más difíciles, sin pretender que la realidad se acomode a sus platónicas teorías de otro mundo. Ojalá hubiera más como ellos y no como ésos que sólo salen de su escondrijo para culpar al profesorado o enterrarlo en un montón de papeles inútiles. Su irrelevancia es menor que su peligro.

Son muchos años con muchos métodos, con muchos tipos de alumnos, con muchos institutos en lugares que nada tienen que ver entre sí. Y, como he puesto este curso en la programación, se trata de ajustar la materia a lo que tenemos, al número indecente de alumnos por aula y por profesor, a materias que tienen ¡una hora a la semana!, a una ley movediza y novata. Eso no es muy científico, pues no. Yo hago lo que puedo, lo que sé, con todo el entusiasmo de que soy capaz (no es poco, no soy ningún escaqueado, al contrario: me dejo la piel y la salud), pero la educación no es una ciencia, lo repito: es un arte. Cualquiera que pretenda hacer ciencia de lo que no lo es se engaña y nos engaña. Y es un peligro.


Coda: mientras repaso el post estoy recordando a un compañero de Lengua, mi primer curso como profesor (hace tanto…). Me dio el mejor curso de pedagogía que he recibido: 1. La clase no es democrática y el que la dirige eres tú. 2. Prepara bien las clases. 3. Trata a tus alumnos con equidad y justicia, lo que no quiere decir que seas blando ni duro, sino que trates a todos con el mismo criterio. Después de estos tres elementales consejos, todo lo demás me suena a chino mandarín.

viernes, 17 de marzo de 2017

EL CIUDADANO ILUSTRE

El ciudadano ilustre es una coproducción hispano-argentina. Parte de la narración se sitúa en España (en Barcelona) y otra, el grueso de la película, en Argentina.

Un premio Nobel de literatura, natural de un pueblo argentino, está en una crisis creativa más o menos voluntaria. Es un tipo áspero, misantrópico, que rechaza con vehemencia su participación en cualquier tipo de acto público, para desesperación/resignación de su secretaria. Pero un día, inexplicablemente, decide aceptar la invitación a su pueblo natal, Salas, que quiere nombrarlo ciudadano ilustre.

Va solo, se deja llevar de un sitio a otro, en un tono que al principio es divertido, después desconcertante y más adelante esperpéntico.

Hay escenas delirantes, como la exhibición en coche de bomberos por el pueblo, flanqueado por la reina local de belleza y por el alcalde. También lo es la entrevista en la cutrísima televisión local, interrumpida ocasionalmente por el anuncio de zumo que hace el propio entrevistador en directo. Lo del concurso de pintura es una traca que solo se comprende viéndola.

Pero no es exactamente una comedia, sino una mirada nada amable hacia ciertas formas de conducta humana ancladas en tradiciones inexplicables, en atavismos y en costumbres que determinan roles sociales de los que es casi imposible desprenderse.

Tenemos al cacique, primario y más apegado a la tierra que una piedra. También al antiguo amigo que envidia/desprecia la suerte de quien se fue a tiempo. A la novia de juventud (casada con el amigo) que envidia/recuerda pero no se atreve a dar un paso más, que justifica su triste existencia sin que nadie se lo pida. A la hija de ambos, que sí se atreve, que envidia ese otro mundo más allá de los límites del pueblo, que transgrede. Tenemos a personajes que rozan el cociente intelectual mínimo y lo suplen con un servilismo bovino (el novio, el empleado municipal que lo recoge en el aeropuerto, los matones…).

Y la película, que termina dramáticamente, tiene una especie de epílogo en el que ya no sabemos qué ha ocurrido, si ha ocurrido o si todo es una ficción -parafraseando a Borges, presente siempre en la película- de las palabras con las que el ciudadano ilustre recuerda y cuenta, inventa y cuenta.

Si Luis García Berlanga fuese argentino, sin duda le atribuiríamos la autoría de El ciudadano ilustre.




viernes, 10 de marzo de 2017

CAMUS VI: 'EL HOMBRE DE LAS DOS PATRIAS'

Hace mucho tiempo que no traigo al blog a Albert Camus. Pero hace pocos días alguien me regaló un libro sobre él. La verdad, dicho sea de paso, prefiero que me obsequien con tiempo,  del que todos andamos algo escasos.

Una buena amiga me regaló El hombre de las dos patrias. Tras las huellas de Albert Camus, cuyo autor es el escritor Javier Reverte.

Es un bello libro, tapa dura, buen papel, bordes redondeados. No soy un fan del libro como objeto de colección, pero aprecio la intención de la editorial por hacer un objeto hermoso. Se deja tocar, no solo leer.

Comencé con algún prejuicio: una biografía más de Albert Camus. Pero no, no es eso, no exactamente eso. Es un libro que busca los lugares en los que transcurrió la vida de Albert Camus,  Argel, Mondovi, la Orán de La peste, la playa de ese lugar en la que se inspiró para la escena del crimen de El extranjero

Javier Reverte lo cuenta con placidez, con una construcción que parece (supongo que es premeditado) hecha a retazos, no sé explicarlo mejor, como el viajero que planifica vagamente su viaje y al que se le van ocurriendo cambios de itinerario sobre la marcha. Me gusta ese modo de escribir, casi de flashback, comparando los espacios actuales con los que habitó Camus, su Argelia natal, la escuela, los barrios… De paso, nos cuenta Reverte la historia de Argelia, los años terribles de la independencia y  los igualmente terribles del terrorismo, la llamada “década negra”. Camus aparece en los primeros, en tierra de nadie o en tierra de todos, como un pied-noir que no era tal (un pied-noir es un francés que puede permitirse llevar zapatos, aunque el término tiene connotaciones negativas).

Me ha sorprendido que Reverte insista en varias ocasiones, cuando pregunta por el escritor a varias personas, que no se le considera “uno de los suyos”. La explicación que dan -dice Reverte- es que hablaba de “los árabes”, sin darles nombre ni, por lo tanto, entidad. No conocía tal detalle, pensaba que era reconocido allí al igual que en Europa.

He terminado pronto el libro, tiene pocas páginas. Me gusta y me sabe a poco, muy poco. Echo de menos más texto, más detalle.

Repaso el libro y encuentro estas palabras: Reverte habla con un vecino de la casa de Belcourt en la que vivió Camus (página 109):

-¿Lo ha leído?
Miró hacia los lados.
-Claro, pero a las gentes de por aquí no les gusta. Creen que no era de los nuestros.
-¿Y usted qué cree?
-Que un gran escritor nos pertenece a todos.

Me parece, sin embargo, que la frase clave que resume este libro se encuentra en la página 155. Está narrando la propuesta de “tregua civil” de Camus en 1954. Todos se opusieron, suele ocurrir: La soledad suele ser el territorio del destierro para el hombre verdaderamente libre.

Siempre tengo ganas de releer a Camus. Gracias por el libro, GreenEyes.