Hace unos días perdí las gafas en el
instituto. Pedí ayuda a través de la Plataforma que usamos los profesores y a
una compañera le hizo gracia el mensaje. Le pedí perdón por ser poco serio y le
prometí escribir algo más serio la próxima vez, no sé, algo sobre Rousseau y
Kant…
Y de esa broma ha salido este texto:
Con la tontería de las gafas perdidas y halladas (¡gracias a
quien sea, que no lo he podido averiguar!) dije que la siguiente vez que
utilizase la plataforma sería para explicar la pedagogía de Rousseau a través
del matiz kantiano. O algo así.
El caso es que una compañera me tomó la palabra y lo
prometido es duda. Sí, sé lo que he escrito: es duda, además de deuda,
porque no es un tema que domine ni que me interese sobremanera. En Rousseau hay
otros a mi juicio mucho más relevantes, filosóficamente hablando, especialmente
dos: el contrato social y el conflicto nunca del todo resuelto entre libertad y
seguridad y, corolario de este, la función de la sociedad como liberadora u
opresora, es decir, si vivir en sociedad nos mejora o nos empeora. Ya sabemos
que el ginebrino (porque nació en Ginebra, Suiza, aunque su tarea la desempeñó
en Francia) sostenía que los hombres nacen iguales y que es la sociedad -notablemente
la aparición y protección de la propiedad privada- la que los hace competitivos
e insolidarios. Pero este no es el tema.
El tema es la educación. Rousseau trató este asunto en varios
de sus libros, especialmente en el Emilio y el La nueva Eloisa.
Confieso no haber leído el último (no lleva mucho tiempo traducido) y poco el
primero. Lo digo por los críticos.
No obstante, sé lo suficiente para decir que Rousseau tenía
una concepción antropológica optimista, asombrosamente optimista; sus críticos
dicen de él que estaba fuera de la realidad, out. Decía Benedetti que un
optimista es un pesimista mal informado. Puede que tenga razón; es más, creo
que la tiene, pero también creo que el mundo lo cambian y mejoran los
optimistas. No los ingenuos, no los que están al margen de la razón y viven en
mundos de unicornios de colores y tazas buenrollistas de Mr. Wonderful. No:
hablo de aquellos que combinan ilusión y conocimiento, sueños y pies bien
plantados en la realidad. Utopías razonables, podríamos llamar a eso.
Hay una lectura rousseauniana que dice que el niño es un
trasunto del (mito del) buen salvaje, una suerte de página en blanco, de posibilidades
infinitas. Bueno, incluso algo más: sostiene Rousseau que el niño es un
conjunto de potencialidades que la educación debe vehiculizar y potenciar porque,
como sostienen estas concepciones tan optimistas, la educación está para no
estropear, para motivar y para construir sobre lo que hay.
Temo no estar en esa línea. Rousseau es el menos ilustrado de
los ilustrados. Rousseau está suponiendo demasiadas cosas y solo habla de
voluntad en términos políticos (voluntad general), nunca en términos
individuales. Y, lo siento si a alguien molesta algo tan elemental, para
aprender es necesario tener voluntad de aprender, es decir, querer. Hordas de alumnos y de padres buscan
excusitas en la motivación para justificar conductas nada estudiantiles: es que
no estoy motivado, es que el profesor me tiene manía, etc. Las variantes son
infinitas, sin que se sepa muy bien cuáles son esos elementos motivadores. Ya
nos gustaría.
Decía el escritor Ernesto Sabato que la nueva educación
consiste en facilitar que el niño que quiera tocar el piano pueda tocar el
piano, pero también consiste en impedir que el niño que desee clavar un
cuchillo a su hermano pueda hacerlo. O sea, concluye, la nueva educación se
parece mucho a la vieja educación. Pues claro.
Poco nuevo bajo el sol. Los teóricos de la novedad pedagógica
suelen olvidar que casi todos los inventores periódicos de la rueda ignoran que
todo eso se inventó ya. Un ejemplo: los de la gamificación deberían remitirse a
Platón: “Que aprendan jugando”, dijo en la Repúbica. Obviamente, nuevo y
bueno no son sinónimos y lo malo de muchísimos de estos nuevos métodos es que
no son nada nuevos, por lo que la actitud adanista y prometeica de sus adalides
no me gusta nada. Por supuesto, es inobjetable -creo- su uso periódico y no
exclusivista, como tantos otros que tienen algo que aportar.
Y llego a Kant. Kant es el boss de la razón. La Crítica
de la razón pura es una indagación sobre los límites de la razón. Pero aquí
me interesa sobre todo un tema que se desarrolla en ¿Qué es la Ilustración?
Al final del primer párrafo escribe esta frase que todos deberíamos tatuarnos
en el cerebro (en el cerebro, no en el corazón): “Sapere aude!”, es decir,
atrévete a pensar, usa la razón, no te dejes llevar por costumbres, tutores o
prejuicios.
Kant apenas habló de educación, pero su elogio de la razón es
conmovedor: atreverse a pensar es ejercer la humanidad hasta sus últimas
consecuencias y, por lo tanto, renunciar a creencias que puedan distorsionar
una visión realista de las cosas.
Eso es lo que reprocho a Rousseau: no pasa el filtro de la
realidad, pisa poco en ella, se empeña en su modelo de niño idealizado y
emocional al que priva en buena medida de racionalidad. Dicho de otro modo,
apuesta por una educación antiintelectualista, justamente lo contrario de lo
que yo pienso que debe ser la educación, justamente lo contrario de los nuevos
rumbos en los que la memoria es yuyu y lo que importa es que los muchachos
estén recogidos, controlados y felices. Lo siento, no. Como dice Kant en ese
mismo texto, tenemos la obligación como funcionarios de cumplir la ley, pero
como ciudadanos tenemos la posibilidad e incluso el deber de criticarla para
mejorarla. Aquí escribo como ciudadano, cansado de que una ley educativa tras
otra se siga profundizando en la línea rousseauniana (el peor Rousseau) y se
desprecie el conocimiento. No es mi visión de la educación y no quiero rendirme.
Un vistazo a los cursos que nos ofrece la Consejería del ramo
y los sindicatos nos dan pistas de por dónde van los tiros. Reto a cualquiera a
que busque un curso de Filosofía (sin sucedáneos) desde 2003, el año en el que
aterricé por aquí, uno solo. Y ahora leed los títulos de los que nos ofrecen,
muy rousseanianos, muy emocionales, muy integradores, muy insustanciales. Todo
lo que he aprendido de verdad como profesor en este tiempo lo he aprendido de
mis compañeros (esos expertos), de los libros (esos cursos con los que te
comunicas online con el autor) y de los cursos universitarios que, a
cambio de unos euros, han aumentado mi conocimiento en mi tiempo libre. Porque
esa es otra.
En definitiva, compañeros, que a lo mejor estoy tan perdido
que me he perdido en lo de las competencias, rúbricas y estándares (lo de las
gafas es anecdótico con todo lo que he perdido). Yo, como ilustrado que
quisiera ser, prefiero los contenidos, los conocimientos, los temas, el estudio
serio e incluso eso tan traumatizador que llamamos deberes y exámenes.
Por cierto, cuando queráis hablamos de algo tan cuantificable
como la carga lectiva, la ratio y las condiciones en las que trabajamos. Y nos
dejamos de fuegos artificiales de una vez.
Que somos profesores. Al menos algunos queremos seguir siendo
profesores.
Gracias por vuestro tiempo y paciencia.
Procedencia de la imagen:
https://www.laescaleradelzigurat.com/2020/02/11/la-politica-en-kant-y-en-rousseau/