martes, 24 de octubre de 2023

MUEBLES VIEJOS

Ayer por la noche saqué a la calle tres muebles viejos. Naturalmente, había avisado antes al ayuntamiento de mi ciudad, que me indicó lugar, día y hora. Vi, por cierto, en su página informativa, que tienen más de 2400 recogidas anuales, de las cuales poco más de 800 son comunicadas. Es decir, hay aproximadamente 1600 vecinos que dejan muebles rotos, colchones inservibles y demás trastos en la calle, sin más. Quiero creer que se trata de simple ignorancia, al menos en muchos casos, porque la diferencia es una llamada telefónica. Sé que podrían ser multados; de hecho, yo me enteré porque vi a un empleado de limpieza muy enfadado ante un montón de cochambre que alguien había abandonado en la calle. Le pregunté y me habló de ese servicio gratuito y de que me podían sancionar por abandonar muebles en la vía pública.

Así que llamé, es la segunda vez que lo hago. La primera saqué una antigua cama de adolescente que me regaló un familiar hace años y que nunca usé, así como un tablero de madera que alguna vez formó parte de una mesa. Lo hice por la noche. Antes de acostarme ya no quedaba nada, a alguien le había venido bien lo que yo descartaba. Pues, oye, mejor casi que en un vertedero.

Anoche saqué un tendedero al que se le habían roto dos varillas (no sé soldar), un sillón de escritorio y un silloncito del salón. En el primero ha estudiado mi hijo muchos años, pero el asiento estaba bastante hundido y el tapizado resquebrajado. El silloncito del salón tiene más historia: lo compré hace casi nueve años, tras una visita de mi madre, a la que costaba mucho sentarse y levantarse del sofá. Adquirí uno más bien barato, pero que cumplía la misión de darle acomodo a mayor altura sin tener que agacharse. Mi madre, sin embargo, entró en picado en la recta final de su vida, nunca volvió a mi casa y de ese mueble me apropié yo, todos y cada uno de los días, hasta que empezó a ser incómodo porque el asiento estaba desfondado y el tapizado estropeado por el uso. Intenté llevarlo a reparar, pero en todos lados me decían que valía más el collar que el perro y que perfecto no iba a quedar. Incluso fui a la tienda donde lo compré, que había cerrado.

De modo que opté por bajarlo al trastero, donde ha estado un par de meses hasta ayer.

Fui al cine y, al volver, saqué esos muebles y los puse junto a los contenedores, como me habían indicado. Eras las 22:30. Me acosté casi a las 12 de la noche y, al bajar la persiana, vi que el tendedero y el sillón de escritorio ya no estaban. Esta mañana he comprobado que efectivamente, alguien los había cogido. El silloncito sigue, aunque vandalizado, veo que le han quebrado las patas y tronchado uno de los brazos. Me cuesta entenderlo, no comprendo ese afán por descargar ira o violencia sobre las cosas; menos aún por los seres vivos, claro está.

Me dijeron que pasarían a por ellos sobre las 7:30. Han pasado dos horas y veo ese mueble ya destrozado que aún sigue al lado de los contenedores. Ese silloncito en el que he leído tanto y desde el que he visto tantas películas. Lo compré para mi madre, que ya no está.

 

 

Procedencia de la imagen:

https://es.dreamstime.com/foto-de-archivo-muebles-rotos-viejos-image60564856

martes, 17 de octubre de 2023

CITAS DE 'RAYUELA'

Llevo un tiempo pergeñando unos relatos. Confieso que soy lento lentísimo. Y también que, una vez he concluido la tarea más o menos creativa, comienza la fase de mejora, poda y algo de chapa y pintura.
 
En uno de ellos se nombra la novela Rayuela. Se me ha ocurrido incluir una cita de ese texto, así que he ido a mi biblioteca. He cogido el ejemplar, una edición baratísima de Seix Barral (la de la imagen), que compré en esa época en la que debía poseer los libros. Ahora me arrepiento: la tapa es una cartulina sin apresto, las páginas están amarillentas y las hojas se sujetan con dificultad en un encolado que cumplió su función hace tiempo.

Leo cosas así:

«…y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor… (…), pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos» (p. 115).

«–No tiene nada que ver dijo la Maga. No sé hablar de la felicidad pero eso no quiere decir que no la haya tenido» (151).

«Pobre amor el que de pensamiento se alimenta» (163).

«Todo muy incitante, muy vertiginoso, pero siempre a partir del sillón donde estamos cómodamente sentados» (192-193).

«Cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo» (236).

«…a Talita le parecía que también era bueno acumular pruebas tangibles de la inexistencia de Dios o por lo menos de su incurable frivolidad» (305).

«…sos capaz de encontrar metafísica en una lata de tomates» (501).

«Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre tampoco» (610).

Así hasta el infinito. Tengo subrayados en varios colores y, lo que es peor, anotaciones y comentarios. Creo que debería comprar otra edición. En primer lugar, porque la que tengo no es decente. Pero, además, para evitarme la vergüenza de repasar mis apostillas a la enrevesada y fascinante creación de Cortázar.

Diré en mi descargo que tenía 21 años, unos cuantos menos de los que me acompañan ahora. Por eso he dejado de escribir en los libros, para soslayar ese rubor que ahora tengo. Os ahorraré lo que he escrito, tengo pocos seguidores y no quiero que escape ninguno más.

Por cierto, tengo que rehacer el testamento y pedir a mis deudos que destruyan todos aquellos libros en los que haya escrito alguna tontería. Son muchos, tal vez lo mejor sea dejarlos para alimentar la chimenea.

domingo, 8 de octubre de 2023

BIBLIOTECAS (ALGO MÁS)

Hace poco escuché una entrevista a Antonio Muñoz Molina, a partir de su último y maravilloso libro, No te veré morir, pero no solo habló de él, sino de una serie de cuestiones en estupenda armonía con Laura Fernández. Vi otras entrevistas más bien lamentables, en la que el autor intentaba dar empaque en sus respuestas a una serie de preguntas chorras, tales como «¿El amor todo lo puede?». No insistiré mucho en el autor, al que ya dediqué hace tiempo un post (abajo el enlace).

Me interesó mucho su reivindicación de las bibliotecas públicas. Es bien sabido que nació en Úbeda, en una familia campesina, habla de ello en varias de sus novelas. En su casa apenas había libros, como en las de muchos españoles de la época (mejor no romantizar el pasado). Cuenta que llevó a sus hijos, aún niños, a una biblioteca, a hacerse el carnet, y alucinaban con el hecho de que pudieran llevarse a casa libro gratis.

Efectivamente, no prestamos atención a eso. En mi casa sí había libros, bastantes menos de los que tengo yo ahora en la mía, más de medio siglo después de haber aprendido a leer. Mis padres compraban libros y tebeos, bendito Ibáñez, bendita Enid Blyton, benditos comics del Príncipe Valiente… Luego llegaron Hesse, Hemingway, Neruda y di el salto. La verdad es que apenas vagabundeé por eso que se llama literatura juvenil. Para mí todo fue natural, paso a paso, sin planificar. De hecho, sigo siendo errático en mis lecturas; salvo los imperativos laborales, leo lo que me apetece y cuando el azar o el capricho me indican un título.

Entre todo aquello a lo que he llegado tarde están algunos autores y libros, que he leído de adulto con gran placer: Frankenstein, Drácula, Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo

También debo confesar que algunos clásicos se me han atragantado: 29 páginas del Ulises me miran con reproche desde la estantería. Abandoné El idiota. Moby Dick se me hizo tan largo que hacia la mitad lo devolví a su balda, aunque la traducción era tan cochambrosa que no pude seguir leyendo. Tampoco me he puesto con Proust, ni con los tochos de Thomas Mann.

Ya dije que lo mío no es el orden ni el canon.

En cambio, trasteo mucho por la magnífica biblioteca de la ciudad en que vivo, me llevo muchos libros y hojeo todo lo que puedo. De ese modo he descubierto autores y libros sensacionales. Gratis.  

Debo decir que estuve mucho tiempo sin pisar ninguna biblioteca. Con 18 años comencé a dar clases particulares y con el dinero que me pagaban compraba libros. Acumulé unos cuantos cientos. Luego llegaron las mudanzas, los problemas de espacio y retorné a la biblioteca; también me compré un e-reader, del que hago uso frecuente. Me sigue gustando el papel, ha sido mi educación literaria, pero desde luego no soy un romántico de la celulosa. Soy tan poco romántico que de vez en cuando hago purga en mis estanterías y llevo a la biblioteca alguno, o los ofrezco a amigos y familiares.

Estaba escuchando a Antonio Muñoz Molina y pensé que en esa ola de privatizaciones (escuela, sanidad, pensiones…) aún no ha llegado el turno a las bibliotecas. Lo escribiré en voz baja, no vaya a ser que alguno se le ocurra…

Y a ver si me atrevo con En busca del tiempo perdido. Para el Ulises creo que no estoy preparado.

 

 

https://nomadassquare.blogspot.com/2013/01/antonio-munoz-molina.html

 

 

Procedencia de las imágenes:

https://www.comunidadbaratz.com/blog/algunas-razones-favor-de-la-necesidad-de-las-bibliotecas-publicas/

https://www.casadellibro.com/libro-en-busca-del-tiempo-perdido/9788466360999/12777961?campaignid=16502813214&adgroupid&feeditemid&targetid&matchtype&network=x&device=c&devicemodel&ifmobile%3A%5Bmobile%5D&ifnotmobile%3A%5Bnotmobile%5D=%5Bnotmobile%5D&ifsearch%3A%5Bsearch%5D&ifcontent%3A%5Bdisplay%5D&creative&keyword&placement&target&adposition&gclid=Cj0KCQjwpompBhDZARIsAFD_Fp9f6vjHeKEPNMuKXDttvTd97C_CpU8pNtlmzUJ5gyizbMw9wN6CDNgaAmktEALw_wcB