El palabro en cuestión lo acabo de inventar. Pero creo que se entiende bien.
La conversación es un bien preciado, algo que valoro sobremanera. Hablo de conversación en sentido genuino, diálogo en el que los intervinientes tienen algo que aportar y/o aprender. No es lo habitual: en muchos casos permanezco callado y solo respondo con monosílabos (y huyo en cuanto puedo) de esos intercambios verbales en los que no se cumplen esas condiciones que mencionaba antes.
Esos tipos (y tipas) no escuchan. Creo que es uno de lo principales problemas.
En algún caso se trata de machoalfismo (también hay variante femenina): ese que todo lo sabe, de lo suyo y de lo tuyo, de astronomía, de montar muebles y de la reproducción de los caimanes en los afluentes del Duero. Deberían poner una universidad o fundar una escuela con prosélitos. Saturan.
Otro caso es el del fundamentalista sectario, en sus variantes política y religiosa. Ellos saben la verdad, son la solución, el bien y la única posibilidad. Son peligrosos, además de enormemente plastas. No hay modo de hablar con ellos de otra cosa que no sea su tema, su obsesión. Por supuesto, tú estás equivocado porque tienes opinión, mientras que ellos tienen todas las certezas. Iluminados, conspiranoicos. Hay que evitarlos.
Una variante curiosa de esos logokupas es la de aquellas personas que no hacen pausas, que casi no respiran al hablar. Tienen esa rara cualidad, igual toman aire por las orejas. Por eso, como no hay espacio entre una frase y otra, es imposible intervenir. Lo suyo es un monólogo explosivo, una catarata, una ametralladora de frases. Tú solo eres un despreciable decorado.
Otra variante deleznable son los cotillas y enmedadores. Hace poco leí un tuit en el que alguien decía que si estás en una conversación en la que se está poniendo a caldo a alguien ausente, si te marchas el objeto del escarnio serás inmediatamente tú. A estas alturas de mi vida esto me importa una higa y más viviendo de esta gente que se dedica a hablar mal de alguien porque no son capaces de hablar bien de nada. Triste existencia la suya.
No obstante, he aprendido a tolerar a un grupo de personas que repiten machaconamente unas historias del pasado que tan solo interesan a ellos en su evocación infinita. Normalmente son gente mayor (ay: yo cada vez más) y se les debe perdonar y escuchar como si fuera la primera vez que te lo cuentan. La soledad suele ser su compañera cotidiana. Tampoco escuchan más que a sus recuerdos y te pueden preguntar lo que les acabas de decir, pero no importa, en este caso no.
Podría seguir. Dicen algunos que me conocen que soy un poco misantrópico. Creo que no es del todo cierto (algo sí): simplemente huyo de esos logokupas porque prefiero la compañía de un buen libro.