sábado, 28 de diciembre de 2013

BOLUCECES XVI: IMÁGENES PORTEÑAS

Las imágenes porteñas que se plasman en este post no se refieren a Buenos Aires, sino  a Puerto de Sagunto, Valencia. Unos días de relax navideño han dado más de sí que la elástica piel en el desmadre recurrente por estas fechas. Ahí van, sin grandes comentarios.

1. Sugerente invitación al socialismo bajovientrero. Todavía estoy turbado, más turbado aún que los sujetos del cartel en cuestión, sujeto y sujeta, sujetándose los asuntos.

2. Banco público con paseo ad hoc.

3. Enésima posibilidad de hacer el Camino de Santiago. Espero la próxima entrega: ruta canaria.

4.Gran duda ortográfica. Estoy por convocar en la ouija a Lázaro Carreter y que me lo aclare…

Esto sí, regresé a mi mesetaria ciudad cuando amanecía. Aquí no hay truco ni chorrada. Autenticidad mañanera, sin IVA, sin copago. 















sábado, 21 de diciembre de 2013

AÑO Y CURSO

A los profesores nos resulta raro que en el resto de los trabajos se cuenten años, dado que lo natural es contar cursos. Por eso siento que ahora mismo no es exactamente final de año, aunque lo sea, y que este tiempo que queda hasta Nochevieja constituye una semana estomacal, como un ralentí de deliciosa holganza tras el intenso trabajo con el que termina el primer trimestre.

Porque soy de los que cree que en la primera evaluación se decide gran parte de lo que sucederá en junio (hay excepciones, ya sé), y por eso hay que trabajar mucho más estos tres meses. También a mí me toca hacer balance de este año/curso(s). Y la recapitulación no es mala.

En lo personal, bien, muy bien. Tampoco voy a hacer aquí alarde de conquistas de piel ajena ni de acopio de amistades para toda hora y ocasión, pero ha ido bien y me tranquilizan la compañía y las palabras de más de una persona: tengo suerte.

En lo profesional, algo peor. Casi 200 alumnos, cuatro asignaturas distintas y el maltrato habitual de los que mandan no es lo mejor para trabajar con mínimos de dignidad y competencia. No obstante,  este septiembre pasado me propuse actuar con profesionalidad, con rigor, dando a mis alumnos lo mejor y a todo lo demás mi indiferencia, cuando no mi desprecio. Creo que lo estoy consiguiendo, aunque no puedo evitar sentir que podría hacerlo mejor. Nunca consigo librarme de esa molesta sensación.

El curso anterior fue duro. No supe acomodarme a las nuevas condiciones que nos han impuesto, ni estaba preparado para una tutoría que fue un tsunami en mi vida profesional y, lo que es peor, que salpicó mi estabilidad psíquica. Este curso he aprendido. He aprendido a no esperar apoyo, a mantener la cabeza alta y la razón despejada. A relativizar lo que es relativo. A saber hasta dónde puedo llegar y a que no me dañe lo que está más allá de mi capacidad o de mis posibilidades y conocimientos. Y a establecer horarios para mí y para las personas que quiero, cerrados a otras interferencias.

El Diazepan dormita esperando su fecha de caducidad, la tila no sé dónde la guardé. El insomnio dura más o menos 30 segundos. Voy al cine y sólo pienso en la película; mis amigos dicen que me ven más relajado, también mi hijo.

Eso sí, continúa siendo de noche aunque nos digan que es de día. Las programaciones y los informes y demás literatura oficial siguen ajenas a la vocación de verdad con que enfrento el trabajo. En esto no aprendo. Pero que nadie interprete mis palabras como un lamento cansino, aunque tenga algún rasponcillo en mi rutina diaria. Sé quién es Orwell. Y quién Sísifo.

Y si no salgo más es porque hace frío.

sábado, 14 de diciembre de 2013

EL ARTISTA Y LA MODELO

Se me escapó esta película en su momento, pero la he podido ver en casa hace unos días. La hermosa fotografía en blanco y negro me fascina al principio, apenas unos minutos. Enseguida comienzo a aburrirme. Un déjà-vu permanente que no me aporta nada.

La película de Trueba cuenta la historia de un escultor ya anciano que contrata a una hermosa joven para que pose y de la que se va enamorando casi sin darse cuenta; o tal vez sólo se enamora de la belleza: en esa confusión se edifica en gran parte la trama. Y eso es todo.

La elección de actores es desigual: Jean Rochefort, siempre grande, no necesita más que estar y mirar. Ella, Aida Folch, luce permanentemente un cuerpo estupendo pero no perfecto (ni falta que hace: ¿qué es un cuerpo perfecto?). No actúa bien y el doblaje al castellano ayuda bien poco en su caso. No me transmite nada. Y el resto de los personajes, por llamarlos de alguna manera, son levísimas presencias que ni se integran en la historia ni parecen tener función alguna. El maquis, el oficial alemán amante del arte: ¿para qué?, ¿sólo para contextualizar? Y lo peor: ¿por qué es tan insignificante el personaje de Claudia Cardinale? Es como poner al foie de guarnición en una fuente de patatas fritas.

Únicamente me divierte la irrupción de los niños en la historia, fascinados con el hecho de que en una casa del pueblo alguien pinte a una mujer que posa desnuda. Simpático.

Al contrario que la escena en la que hablan en tono supuestamente trascendente el artista y la modelo. Él le dice que dos son las pruebas de la existencia de Dios: la mujer y el aceite de oliva. Como se ve, profundo, ingenioso.

Leo en la web y me informo de que es una de las grandes obras de Trueba, su cine más personal, etcétera, etcétera. Pero yo me quedo con la fresquísima Ópera prima (1980), con la maravillosa Belle Époque (1992) y con la sensacional Chico y Rita (2010). Ya empiezo a olvidarme de El artista y la modelo. Si no fuera por estas líneas que ahora escribo.



domingo, 8 de diciembre de 2013

PEREZA


Es un pecado capital, y tal etiqueta se lleva mal. O bien, según se mire. Está al lado de la envidia, de la soberbia, de la ira, de la avaricia, de la gula… De la lujuria. Raras compañías, no sé si malas compañías. Ponerlas una al lado de la otra no me parece justo: ni son lo mismo ni son equivalentes en su contenido moral. Es más, creo que la pereza no tiene los males intrínsecos de las cuatro primeras ni la actividad estupefaciente de las dos últimas.

Una vez le pregunté a un cura qué tenía de malo la pereza. Muy sereno, respondió que nada en sí misma, a no ser que eso te impida cumplir tus obligaciones, te paralice la vida y te distraiga de lo bueno, que requiere actividad. No está nada mal el argumento. Pero yo llamaría a eso desidia, nunca pereza. Tal vez es que entendemos distintas cosas y convendría definir.

Cuando escribo estas líneas acabo de comer. Por la ventana entra un sol de invierno que entibia y enturbia mi pensamiento. Me invade un dulce sueño mientras escucho cada vez más a lo lejos no sé qué cosa de un grupo de un mundial de fútbol. Terminé el jueves todo el trabajo pendiente. La casa está limpia, la compra hecha, la plancha liquidada. No descuido ninguna obligación. La comida estaba deliciosa (patatas con chorizo y níscalos, naranja, helado).

No sé dónde está el mal de cultivar la pereza en este instante. Podría seguir argumentando, qué pereza.


(Grabado de Félix Vallotton).

domingo, 1 de diciembre de 2013

DOS PELÍCULAS COREANAS

Entre algunos amigos hay un cachondeo recurrente a mi costa (al que me presto) por mi querencia hacia el cine de Kim Ki-duk. He visto tres pelis de este director surcoreano: Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003), Hierro 3 (2004) y El arco (2005). Las tres merecen la pena si uno está dispuesto a soportar un ritmo moroso y unos temas muy alejados de la mentalidad occidental. La primera especialmente; si tuviera que señalar a una película con el calificativo de budista -y perdón por atreverme con algo acerca de lo cual tengo muy escasos conocimientos- sería ésa.

Hace unos días fui al cine-club de la ciudad en que vivo. Ponían En otro país (Hong Sang-soo, 2012), raro “experimento” de un director desconocido hasta la fecha. Un batiburrillo en el que se mezclan malamente El día de la marmota con el peor surrealismo, es decir, con el disparate. Conversaciones que sólo tienen gracia la primera vez, se repiten en un absurdo bucle. Hay una actriz (Isabelle Huppert) que parece interpretar el mismo papel, pero no, es una y es otra: un lío irrelevante que sólo produce bostezos. Recomiendo verla en un buen cine con asientos de respaldo alto para que el runrún coreano/inglés arrope nuestros mejores sueños, actividad imprescindible en esta película a menos que tengamos a nuestro lado a Charlize Theron. En la puerta, la gente hace comentarios que no entiendo acerca de una película que parece que no he visto (debí dormir mucho). Cuando llego a casa, la divinité me informa de que el director de marras ha filmado algo que está rozando la obra maestra.


El sábado me pongo a desayunar con otra rareza, Sang Woo y su abuela (Lee Jung-Hyang, 2002), recomendación de Lucía. La trama no puede ser más sencilla: una madre deja a su hijo de 7 años a cargo de la abuela sordomuda en un pueblo, sin recursos económicos, sin comodidades. El drama comienza cuando la consola del infante se queda sin pilas, y aumenta cuando no puede comer el pollo al estilo deseado. El niño dejará progresivamente de ser un caprichoso tirano para comenzar a apreciar las cosas sencillas y la difícil vida de su abuela. La película está narrada con una economía narrativa, con una naturalidad, con una honradez, que ponen patas arriba los pretenciosos artificios de la anterior. No hay experimentos, no hay aspiraciones de epatar, no hay ínfulas de intelectualidad: sólo una historia bien contada a la que nos entregamos.

Únicamente una objeción: la copia que he visto en DVD no tiene la posibilidad de subtítulos, así que he aprendido que los campesinos coreanos hablan un excelente español vallisoletano.