jueves, 21 de febrero de 2019

APRENDER

Es difícil que alguien se emocione con lo desconocido, lo ignorado, aquello cuya existencia ni se sospecha.

Hoy es de mal tono obligar a los estudiantes a leer libros clásicos, a enfrentarse a textos de cierta dificultad, a hacer ejercicios, deberes, comentarios críticos. Mucho peor es obligarles a aprender de memoria (by heart, par coeur) datos, fechas, la tabla periódica de los elementos…
La emoción epidérmica tiene poca consistencia. Es infantil, colorista, posmoderna, explosiva como fuegos artificiales. Y luego qué.
Soy partidario de la nueva educación. Desde luego, siempre y cuando mejore a la vieja educación. No vaya a ser que la pólvora ya esté inventada y que los infantes nos salgan frágiles… e ignorantes.

Procedencia de la imagen: http://www.tuescuelavirtual.com/blog/?p=1729


domingo, 10 de febrero de 2019

DESDE EL TREN



Ayer hice un corto viaje entre Segovia y un pueblo grande cerca de Madrid. En tren. Me gusta viajar en tren y mirar el paisaje. La sierra estaba nevada, el campo comenzará a estar verde dentro de poco, aún no. Recorrer esa media hora que separa Segovia de Madrid es balsámico. Pero cuando llega la gran ciudad el paisaje cambia. Mejor dicho: el paisaje desaparece. Llegan las afueras inhóspitas y voy pensando cuántos segovianos (de tantos lugares de España) cambiaron su apacible y bella ciudad por un sueño de ladrillo y trabajo precario en una ciudad que es fea -salvando el centro, lo museos, poco más-. Estoy de acuerdo con lo que decía Sabina: una ciudad invivible pero insustituible. Sí, tiene muchas posibilidades, mucha cultura. Pero lo que se ve desde el tren es degradación, edificios-colmena pegados a las vías y muchas gente triste abismada en sus pantallas y aislada por sus auriculares. Atravesamos la capital y emprendemos la ruta del corredor del Henares. Siguen los edificios quejumbrosos y envejecidos junto a las vías. Todo está cubierto de pintadas que dicen cosas como “JOOS”, “FARLOPA”, “TOS FETOS” y un discurso indiscernible de palabras mayúsculas, casi nunca frases, que me recuerdan a esos rótulos que hacíamos en los cuadernos escolares con los rotuladores. Pero aquí no hay ningún Banski, más bien son garabatos (graffiti, graffere), expresión tal vez de una rabia que no entiendo y que okupan kilómetros y kilómetros de paredes, andenes y vagones. Paso junto a un edificio que tal vez alguna vez fue un proyecto de algo; sólo quedan las vigas maestras y trozos aislados de pared. Me sorprende una piscina a pocos metros, abandonada también a los grafiteros, con los azulejos derrotados. Un poco más allá, entre la chatarra, un inaudito almendro ha empezado a florecer. Tengo la sensación de estar ante un cementerio industrial que tiene nombre de país, de ser testigo de una derrota. Bajo del tren, casi es de noche, y trato de pensar en las montañas nevadas de la sierra, en el tránsito amable de Segovia y no me explico cómo es posible que el sueño de tantos se transformase en algo tan áspero, quién lo consintió y cómo aceptamos.




Procedencia de la imagen:
http://wwwcronicaferroviaria.blogspot.com/2011/08/espana-los-grafitis-se-suben-al-tren.html

viernes, 1 de febrero de 2019

CONDUCTORES



Conduzco, desde hace muchos años. No soy un conductor ejemplar, tampoco un coleccionista de multas (alguna sí, pocas, merecidas todas).

Intento no ser agresivo al coger el coche y mostrarme razonablemente cortés. Soy de los que para en los pasos de cebra y de los que aparca bien, todo lo bien que sé.

Hace un par de semanas cogí el coche para ir al centro comercial. En una rotonda cercana a mi casa entró súbitamente un coche de la policía municipal, lo que me obligó a un frenazo. Iba sin luces. A 50 metros, se saltó un semáforo en rojo e inmediatamente giró a la izquierda. Insisto: sin luces, de noche. En pocos metros tres infracciones peligrosas.

Al lado de donde vivo hay una guardería. Hay mucho sitio para aparcar, lo que no impide que todos los días se concentren en segunda fila hasta media docena de todoterrenos, cuyos dueños no son capaces de caminar diez metros, a veces veinte, qué lejos. Siempre en segunda fila, incluso en segunda fila sobre un hueco importante. A menudo tengo que entrar en la guardería a pedir que salga el dueño del megacoche porque no puedo desaparcar el mío. En una ocasión me dijo una señora que lo hacía (lo de aparcar en segunda fila) para que no la bloquease nadie.

El martes fui a trabajar por otra ruta. Paso delante de un colegio. Hay dos coches bien aparcados y otros dos en segunda fila, justo delante de los anteriores. Después, unos doscientos metros de sitios libres. Me veo obligado a invadir el carril contrario. Sale una madre y se sube en su coche mal aparcado y sin luces (es aún de noche), sin despeinarse. Un poco antes de llegar al curro, en otra rotonda, entra un coche de la policía nacional… marcha atrás. Y allí dentro hace la maniobra. Como el del otro día, sin que fuera una emergencia, sin sirena.

Por la noche me sigue durante mucho rato un automóvil. Va sin luces. Está pegado a mí. Siento algo de miedo. Casi no lo veo. Le hago gestos para que encienda los faros y no se inmuta. Dos personas hablan dentro ajenas al hecho de que su coche es un objeto invisible en movimiento. Sigue pegado a mí y veo las caras de los que van dentro, pero no los faros. Me meto por una calle secundaria.

Vivo en una ciudad pequeña. En las grandes es lo mismo. Desde luego el civismo brilla por su ausencia y pensar en el otro es algo que sólo se da en la asignatura de Valores que, como en la difunta Educación para la Ciudadanía, es desmentida a diario, cada minuto, por nuestros conciudadanos, o sea, por esos que viven cerca y a los que tan ajena les resulta la noción de ciudadanía.


Procedencia de la imagen:
http://fotodenuncias.diariovasco.com/aparcar-en-doble-fila-y-entrar-en-el-super-201101090123.php