"La escritura nace de la imposibilidad de la palabra, de su dificultad, de sus límites, de su fracaso. De lo que no se puede decir. Ese imposible que se lleva en uno mismo. Ese imposible que uno mismo es. (...) Hay que escribir aquello que no se puede hablar"
André Comte-Sponville: Impromptus
Silencios hay de muchos tipos. Algunos son terribles.
Un día te despiertas por la mañana y no hay nadie a tu lado. A partir de entonces vas a dormir en el mismo lado de la cama, sin ocupar un espacio cuyo dueño es el silencio. Ese tono de voz, esa cadencia, se han ido para siempre de tu vida. Te acostumbrarás, claro, pero es como clausurar una habitación para siempre, condenarla a la nada.
El silencio de la noche es polisémico. Alguien respira junto a ti, te levantas y te sientes dueño del descanso de tus hijos, recorres el pasillo, coges un libro. Pero también puedes sentir la inmensidad del universo entre tus labios, lo difícil que se hace respirar. La noche tiene un silencio entonces muy difícil de soportar. Enciendes el móvil. Naturalmente, no ha llamado nadie. El dolor no cabe en tu pecho.
Algunas tardes cojo el coche y me voy al campo. Me siento, abro un libro de poemas y leo. Me suelo olvidar enseguida de las palabras y me abismo en los trigales mecidos por la brisa. Es un silencio que amo, un silencio zen: no estoy allí, el yo desaparece. El aleteo de un pájaro sobresalta ese recogimiento. El tiempo pasa más despacio. Deseo ese silencio terapéutico.
Alguna vez me ha ocurrido, no muchas, no necesitar de las palabras. Me he entendido con la mujer que amaba, nos hemos mirado, nos hemos sonreído. Era de noche, de día, al salir del cine o en medio de una cena, mientras mis ojos la recorrían y podía sentir su piel al otro lado de la mesa. Ese silencio no puede explicarse: es la comunión absoluta, el ser que se hace uno en su multiplicidad, el deseo que no se niega, sino que se concentra para omitir toda palabra innecesaria.
Hay silencios que se transportan, como viejas maletas o cicatrices. Hay silencios frágiles como el cristal. Hay silencios sonoros como una sinfonía de Mozart. Hay silencios veloces y otros lentísimos. Hay silencios que tienen masa.
Hay silencios de domingo por la mañana. Hay silencios de vuelta del trabajo. Silencios de mirarse en el espejo. Silencios de releer palabras que caducaron hace mucho tiempo. Silencios con un mapa entre las manos. Silencios de incomprensión.
Hay silencios como el plomo cayendo sobre la vida. Hay también silencios de colores.