Qué grandes es el desconocimiento. Hemos pasado por la
universidad, tenemos un título, leemos, viajamos. Pese a eso, nuestra
ignorancia en muchísimos campos es oceánica.
He visto Mandarinas,
película de producción estonia que cuenta una historia ambientada en la guerra
que tuvo lugar en Abjasia a comienzos de los noventa. No sabemos (yo, desde
luego, no) donde está Abjasia, a quién se enfrentó, cuáles fueron las razones…
Es una película sencilla, con una cierta sensación de déjà-vu, y, al mismo tiempo
absolutamente novedosa. Una narración sin grandes pretensiones, modesta incluso
en sus 83 minutos, sobre lo que somos las personas en situaciones de
intoxicación por odio que desembocan en guerras.
Dos amigos viven en una aldea que está en la zona de paso -y,
por lo tanto, de conflicto- entre georgianos y abjasos, con mercenarios metidos
en medio; y chechenos, rusos, estonios. Un complicado puzzle para un
occidental.
Sin embargo, no es una película de guerra, aunque lo es. Esos
amigos asisten a un enfrentamiento entre facciones, a consecuencia del cual dos
heridos son recogidos y cuidados en casa de uno de ellos mientras el otro no
encuentra ayuda para recoger sus mandarinas, mudos testigos, vida y color en
medio de la sombra y la sangre.
Los convalecientes son enemigos. Se odian, se matarían. Sólo
la convivencia necesaria y la palabra dada al dueño de la casa lo impiden. El
final de la película, tenso, sorprendente, les unirá en la rueda del destino y
en la condición humana.
Hay en esta película mucha ingenuidad y buenas intenciones;
algún diálogo chirriante y mucho buenismo (en el mejor sentido de la palabra). Nada
de esto me molesta. Hay una fotografía espectacular, una brillante banda sonora
y, sobre todo, unos actores fuera de serie, de esos que llenan la pantalla con
una mirada, con un gesto, que no sobreactúan, que están. Si la película es creíble no es por el guión (bueno, pero en
absoluto novedoso), sino porque los actores le dan sentido y verdad.
Ahora que vivimos tiempos de maniqueísmo, de nacionalismo, de
ellos y nosotros, de sectarismos, de identidades asesinas, de morir/matar en
nombre de Dios, recomiendo vivamente la visión de Mandarinas.
En el Cáucaso hay mandarinas, quién lo diría, que ignorantes
somos. Y en Estonia hacen cine, maravilloso (al menos esta muestra). Y hay
actores y directores que no conoceríamos si no fuera por los festivales, por
los cineclubes.