Hace poco que han empezado las clases. Doy la asignatura de
Psicología. Al igual que en otras, me gustar no limitarme al temario (que cubro
satisfactoriamente), sino chapotear en los alrededores. El miércoles, en la
introducción al tema y hablando de los tópicos de la Psicología, les dije que
había un cuadro de Sorolla (‘El padre Jofré protegiendo a un loco’) en el que
se veía al padre Jofré defendiendo a un demente de la multitud, que se burla de
esa persona o, aún peor, la demoniza. Por la tarde les remití al correo unos
enlaces con el cuadro. No es un Sorolla (¿debo utilizar aquí la mayúscula?)
habitual, mediterráneo y luminoso, pero a mí me conmueve. Veo a ese fraile que
ha entendido el mensaje evangélico, que está con los desposeídos. Sé que fundó el
primer manicomio en Europa.
Ningún alumno me dice que se detuvo en el mensaje que les
envié, que leyó los enlaces. Si les pregunto, alguno manifiesta que lo miró. Y
me parece poco. Tengo la sensación de que esto es como cualquier relación
humana: lo que esperamos del otro (de los otros) no es lo que esa o esas personas
están dispuestas a darnos. Y no lo llevo bien, no quiero ser un funcionario en
el mal sentido de la palabra. Me gustaría que hubiese más entusiasmo, más eros, más afán por saber y no sólo por
aprobar.
Voy a mirar otra vez el cuadro.
Procedencia de la imagen:
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