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jueves, 19 de septiembre de 2019

UN CUADRO DE SOROLLA



Hace poco que han empezado las clases. Doy la asignatura de Psicología. Al igual que en otras, me gustar no limitarme al temario (que cubro satisfactoriamente), sino chapotear en los alrededores. El miércoles, en la introducción al tema y hablando de los tópicos de la Psicología, les dije que había un cuadro de Sorolla (‘El padre Jofré protegiendo a un loco’) en el que se veía al padre Jofré defendiendo a un demente de la multitud, que se burla de esa persona o, aún peor, la demoniza. Por la tarde les remití al correo unos enlaces con el cuadro. No es un Sorolla (¿debo utilizar aquí la mayúscula?) habitual, mediterráneo y luminoso, pero a mí me conmueve. Veo a ese fraile que ha entendido el mensaje evangélico, que está con los desposeídos. Sé que fundó el primer manicomio en Europa.

Ningún alumno me dice que se detuvo en el mensaje que les envié, que leyó los enlaces. Si les pregunto, alguno manifiesta que lo miró. Y me parece poco. Tengo la sensación de que esto es como cualquier relación humana: lo que esperamos del otro (de los otros) no es lo que esa o esas personas están dispuestas a darnos. Y no lo llevo bien, no quiero ser un funcionario en el mal sentido de la palabra. Me gustaría que hubiese más entusiasmo, más eros, más afán por saber y no sólo por aprobar.

Voy a mirar otra vez el cuadro.



Procedencia de la imagen:
https://www.pinterest.es/pin/352054895852913104/

domingo, 8 de septiembre de 2019

IMPLORAR LA INMORTALIDAD


“I want more life, father”

(Nexus 6 en Blade Runner)
                       

Hoy me toca un post algo trascendente. No mucho, que nadie tema. Pero es que me he levantado, he abierto el periódico y me he enterado de que Camilo Sesto ha muerto. 72 años. O sea, joven. Lo menos añosos que yo probablemente ni lo recuerden: amuebló el tiempo libre de la juventud de los 70 y 80 con unas melodías que entonces me parecieron una mezcla insoportable de azúcar y vinagre. Pero en eso llegó Jesucristo Superstar, la célebre ópera rock, que se iba a representar en los escenarios españoles. Y eligieron a Camilo Sesto. Me eché estúpidamente las manos a la cabeza y, claro, me equivoqué: fue Jesucristo, nadie mejor que él. No vi la obra, pero sí le escuché cantar en muchos programas de televisión. Ahora, con YouTube es fácil. Hace pocos años escribí sobre esto en este blog (al final el enlace de la entrada).

Hoy me estoy acordando de otro actor que interpreta a alguien que también implora al Padre. Es Rutger Hauer, es decir, Nexus 4. Va a ver a Tyrell, su creador, es decir, Dios, y le pide no morir. En mi opinión es una escena parecida a la anterior, en la que Jesucristo sabe que va a morir, que debe morir, pero su naturaleza humana no quiere. Nexus 6 sólo tiene naturaleza humana y quiere lo mismo. Nexus 6 es ráfagas de Jesucristo, especialmente ahí y en la conocidísima última escena en la que busca el dolor de los clavos para hacerse humano, más humano, demasiado humano.

Ambos imploran, ambos inútilmente. El destino ha de cumplirse y la inmortalidad no va a pasar por la materialidad de este valle de lágrimas.

Rutger Hauer murió hace poco. Ahora Camilo Sesto. Ambos imploraron en vano en sus interpretaciones maravillosas. No es por su especial obsesión individual, sino por la universal naturaleza humana.





Procedencia de las imágenes:



domingo, 1 de septiembre de 2019

EDUCACIÓN

He hablado alguna vez de mi manía por la puntualidad. A finales del curso pasado mi evaluación era la primera. Llegué antes de tiempo y preparé las cosas. A las 16:00 dije: “Bien, vamos a empezar”, consciente de que faltaban cuatro profesores. El jefe de estudios me pidió cinco minutos de cortesía, a lo que me negué: la cortesía es no hacer esperar a los demás. Empezamos sin ellos. Uno llegó 15 minutos tarde, no se disculpó.

Este verano me he fijado en muchas faltas de educación elementales. He visto coches en un párking público ocupando una plaza… Esto, dos plazas. He visto coches, por supuesto, en plazas de minusválido, coches en pasos de cebra, coches encima de la acera… He visto hacer adelantamientos estremecedores y ay de ti si les dices algo, un gesto reprobatorio, un breve toque con el claxon. He visto un coche meterse en dirección prohibida para pillar una plaza de aparcamiento, no como esos pringaos que cogen la calle correctamente para encontrarse con que alguien más listo que ellos ha ocupado la plaza a la que se dirigían. Y luego esa mirada chulesca.

He visto niños muy maleducados. Como suelo decir, hijos de padres maleducadores o simplemente ineducadores, de los de la escuela de la felicidad. Ayer mismo, mientras hacíamos trámites en correos, un par de infantes campaban con patinete y monopatín por la estancia, mientras que diez personas se amontonaban al lado de la puerta. La vocecilla de su madre decía: “Pepito, estás molestando”, “Kevin, salid fuera tu hermano y tú”. Os podéis imaginar el caso que hacían los muchachos: ninguno, ignoraban completamente a la madre. Los chavalines ni siquiera dijeron que no, siguieron salvajeando y la mami a lo suyo. Cuando tenga problemas de verdad con ellos qué hará. Hablo de niños que  no son capaces de respetar normas de convivencia. Que, naturalmente, se aprenden. Y alguien ha de enseñarlos. Es cansado, lo sé.

Una tarde en la piscina, mientras me ausentaba unos minutos de mi toalla, un grupo de niñas (menores todas de 10 años) se puso a nuestro lado. Cuando digo a nuestro lado, digo a cinco centímetros. Son niños, claro, jugaban, gritaban… Y, por cierto, miraban el móvil, casi todas llevaban su móvil. Se metieron al agua. Al salir se persiguieron entere la gente. Al pasar a mi lado una de ellas me salpicó y protesté: “¡Haz el favor de tener más cuidado, me has mojado!”. La niña ni se inmutó, pero oí a la madre decirle: “Ve y pide perdón al señor”. A lo que su criatura respondió: “¿Por qué? ¿Sólo por mojarle? Por eso no pido perdón”. Y ahí quedó la cosa, la niña no pidió perdón, la madre tampoco y yo me quedé pensando que pobrecita madre, lo que le espera.

Porque la educación es una regulación trabajosa que conviene que se convierta en costumbre. Es un conjunto de normas por las cuales nos respetamos unos a otros mínimamente: llegando a la hora, no gritando en lugares inadecuados, aparcando donde se debe, no molestando. Cuando nos equivocamos (quién no lo ha hecho) pedimos disculpas, eso tan fácil y tan facilitador. Tenemos cuidado del otro, de no-yo, del que necesita la plaza de aparcamiento, del que ha de usar silla de ruedas. El caso es que, pensándolo bien, tampoco es tanto esfuerzo, especialmente si lo hemos interiorizado y convertido en costumbre. Y lo malo es cuando hemos interiorizado lo contrario, que la hijoputez avasalladora es lo mejor en este mundo en el que la convivencia se fundamenta en que unos respetan las normas (y las enseñan a sus hijos) y otros se aprovechan de los débiles en su propio beneficio, pues son seres de derechos y no de deberes. Hasta ahí podíamos llegar.



Procedencia de las imágenes: 
https://www.pinterest.es/pin/547680004671510695/
https://www.eldiariocantabria.es/articulo/espanha/desfachatez-ocupar-plazas-aparcamiento-tiene-castigo/20171113134342036981.html
https://paginasdemujeremprendedora.net/anna-conte-pedir-disculpa-un-acto-dificil-y-al-mismo-tiempo-deseado/