sábado, 28 de diciembre de 2013

BOLUCECES XVI: IMÁGENES PORTEÑAS

Las imágenes porteñas que se plasman en este post no se refieren a Buenos Aires, sino  a Puerto de Sagunto, Valencia. Unos días de relax navideño han dado más de sí que la elástica piel en el desmadre recurrente por estas fechas. Ahí van, sin grandes comentarios.

1. Sugerente invitación al socialismo bajovientrero. Todavía estoy turbado, más turbado aún que los sujetos del cartel en cuestión, sujeto y sujeta, sujetándose los asuntos.

2. Banco público con paseo ad hoc.

3. Enésima posibilidad de hacer el Camino de Santiago. Espero la próxima entrega: ruta canaria.

4.Gran duda ortográfica. Estoy por convocar en la ouija a Lázaro Carreter y que me lo aclare…

Esto sí, regresé a mi mesetaria ciudad cuando amanecía. Aquí no hay truco ni chorrada. Autenticidad mañanera, sin IVA, sin copago. 















sábado, 21 de diciembre de 2013

AÑO Y CURSO

A los profesores nos resulta raro que en el resto de los trabajos se cuenten años, dado que lo natural es contar cursos. Por eso siento que ahora mismo no es exactamente final de año, aunque lo sea, y que este tiempo que queda hasta Nochevieja constituye una semana estomacal, como un ralentí de deliciosa holganza tras el intenso trabajo con el que termina el primer trimestre.

Porque soy de los que cree que en la primera evaluación se decide gran parte de lo que sucederá en junio (hay excepciones, ya sé), y por eso hay que trabajar mucho más estos tres meses. También a mí me toca hacer balance de este año/curso(s). Y la recapitulación no es mala.

En lo personal, bien, muy bien. Tampoco voy a hacer aquí alarde de conquistas de piel ajena ni de acopio de amistades para toda hora y ocasión, pero ha ido bien y me tranquilizan la compañía y las palabras de más de una persona: tengo suerte.

En lo profesional, algo peor. Casi 200 alumnos, cuatro asignaturas distintas y el maltrato habitual de los que mandan no es lo mejor para trabajar con mínimos de dignidad y competencia. No obstante,  este septiembre pasado me propuse actuar con profesionalidad, con rigor, dando a mis alumnos lo mejor y a todo lo demás mi indiferencia, cuando no mi desprecio. Creo que lo estoy consiguiendo, aunque no puedo evitar sentir que podría hacerlo mejor. Nunca consigo librarme de esa molesta sensación.

El curso anterior fue duro. No supe acomodarme a las nuevas condiciones que nos han impuesto, ni estaba preparado para una tutoría que fue un tsunami en mi vida profesional y, lo que es peor, que salpicó mi estabilidad psíquica. Este curso he aprendido. He aprendido a no esperar apoyo, a mantener la cabeza alta y la razón despejada. A relativizar lo que es relativo. A saber hasta dónde puedo llegar y a que no me dañe lo que está más allá de mi capacidad o de mis posibilidades y conocimientos. Y a establecer horarios para mí y para las personas que quiero, cerrados a otras interferencias.

El Diazepan dormita esperando su fecha de caducidad, la tila no sé dónde la guardé. El insomnio dura más o menos 30 segundos. Voy al cine y sólo pienso en la película; mis amigos dicen que me ven más relajado, también mi hijo.

Eso sí, continúa siendo de noche aunque nos digan que es de día. Las programaciones y los informes y demás literatura oficial siguen ajenas a la vocación de verdad con que enfrento el trabajo. En esto no aprendo. Pero que nadie interprete mis palabras como un lamento cansino, aunque tenga algún rasponcillo en mi rutina diaria. Sé quién es Orwell. Y quién Sísifo.

Y si no salgo más es porque hace frío.

sábado, 14 de diciembre de 2013

EL ARTISTA Y LA MODELO

Se me escapó esta película en su momento, pero la he podido ver en casa hace unos días. La hermosa fotografía en blanco y negro me fascina al principio, apenas unos minutos. Enseguida comienzo a aburrirme. Un déjà-vu permanente que no me aporta nada.

La película de Trueba cuenta la historia de un escultor ya anciano que contrata a una hermosa joven para que pose y de la que se va enamorando casi sin darse cuenta; o tal vez sólo se enamora de la belleza: en esa confusión se edifica en gran parte la trama. Y eso es todo.

La elección de actores es desigual: Jean Rochefort, siempre grande, no necesita más que estar y mirar. Ella, Aida Folch, luce permanentemente un cuerpo estupendo pero no perfecto (ni falta que hace: ¿qué es un cuerpo perfecto?). No actúa bien y el doblaje al castellano ayuda bien poco en su caso. No me transmite nada. Y el resto de los personajes, por llamarlos de alguna manera, son levísimas presencias que ni se integran en la historia ni parecen tener función alguna. El maquis, el oficial alemán amante del arte: ¿para qué?, ¿sólo para contextualizar? Y lo peor: ¿por qué es tan insignificante el personaje de Claudia Cardinale? Es como poner al foie de guarnición en una fuente de patatas fritas.

Únicamente me divierte la irrupción de los niños en la historia, fascinados con el hecho de que en una casa del pueblo alguien pinte a una mujer que posa desnuda. Simpático.

Al contrario que la escena en la que hablan en tono supuestamente trascendente el artista y la modelo. Él le dice que dos son las pruebas de la existencia de Dios: la mujer y el aceite de oliva. Como se ve, profundo, ingenioso.

Leo en la web y me informo de que es una de las grandes obras de Trueba, su cine más personal, etcétera, etcétera. Pero yo me quedo con la fresquísima Ópera prima (1980), con la maravillosa Belle Époque (1992) y con la sensacional Chico y Rita (2010). Ya empiezo a olvidarme de El artista y la modelo. Si no fuera por estas líneas que ahora escribo.



domingo, 8 de diciembre de 2013

PEREZA


Es un pecado capital, y tal etiqueta se lleva mal. O bien, según se mire. Está al lado de la envidia, de la soberbia, de la ira, de la avaricia, de la gula… De la lujuria. Raras compañías, no sé si malas compañías. Ponerlas una al lado de la otra no me parece justo: ni son lo mismo ni son equivalentes en su contenido moral. Es más, creo que la pereza no tiene los males intrínsecos de las cuatro primeras ni la actividad estupefaciente de las dos últimas.

Una vez le pregunté a un cura qué tenía de malo la pereza. Muy sereno, respondió que nada en sí misma, a no ser que eso te impida cumplir tus obligaciones, te paralice la vida y te distraiga de lo bueno, que requiere actividad. No está nada mal el argumento. Pero yo llamaría a eso desidia, nunca pereza. Tal vez es que entendemos distintas cosas y convendría definir.

Cuando escribo estas líneas acabo de comer. Por la ventana entra un sol de invierno que entibia y enturbia mi pensamiento. Me invade un dulce sueño mientras escucho cada vez más a lo lejos no sé qué cosa de un grupo de un mundial de fútbol. Terminé el jueves todo el trabajo pendiente. La casa está limpia, la compra hecha, la plancha liquidada. No descuido ninguna obligación. La comida estaba deliciosa (patatas con chorizo y níscalos, naranja, helado).

No sé dónde está el mal de cultivar la pereza en este instante. Podría seguir argumentando, qué pereza.


(Grabado de Félix Vallotton).

domingo, 1 de diciembre de 2013

DOS PELÍCULAS COREANAS

Entre algunos amigos hay un cachondeo recurrente a mi costa (al que me presto) por mi querencia hacia el cine de Kim Ki-duk. He visto tres pelis de este director surcoreano: Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003), Hierro 3 (2004) y El arco (2005). Las tres merecen la pena si uno está dispuesto a soportar un ritmo moroso y unos temas muy alejados de la mentalidad occidental. La primera especialmente; si tuviera que señalar a una película con el calificativo de budista -y perdón por atreverme con algo acerca de lo cual tengo muy escasos conocimientos- sería ésa.

Hace unos días fui al cine-club de la ciudad en que vivo. Ponían En otro país (Hong Sang-soo, 2012), raro “experimento” de un director desconocido hasta la fecha. Un batiburrillo en el que se mezclan malamente El día de la marmota con el peor surrealismo, es decir, con el disparate. Conversaciones que sólo tienen gracia la primera vez, se repiten en un absurdo bucle. Hay una actriz (Isabelle Huppert) que parece interpretar el mismo papel, pero no, es una y es otra: un lío irrelevante que sólo produce bostezos. Recomiendo verla en un buen cine con asientos de respaldo alto para que el runrún coreano/inglés arrope nuestros mejores sueños, actividad imprescindible en esta película a menos que tengamos a nuestro lado a Charlize Theron. En la puerta, la gente hace comentarios que no entiendo acerca de una película que parece que no he visto (debí dormir mucho). Cuando llego a casa, la divinité me informa de que el director de marras ha filmado algo que está rozando la obra maestra.


El sábado me pongo a desayunar con otra rareza, Sang Woo y su abuela (Lee Jung-Hyang, 2002), recomendación de Lucía. La trama no puede ser más sencilla: una madre deja a su hijo de 7 años a cargo de la abuela sordomuda en un pueblo, sin recursos económicos, sin comodidades. El drama comienza cuando la consola del infante se queda sin pilas, y aumenta cuando no puede comer el pollo al estilo deseado. El niño dejará progresivamente de ser un caprichoso tirano para comenzar a apreciar las cosas sencillas y la difícil vida de su abuela. La película está narrada con una economía narrativa, con una naturalidad, con una honradez, que ponen patas arriba los pretenciosos artificios de la anterior. No hay experimentos, no hay aspiraciones de epatar, no hay ínfulas de intelectualidad: sólo una historia bien contada a la que nos entregamos.

Únicamente una objeción: la copia que he visto en DVD no tiene la posibilidad de subtítulos, así que he aprendido que los campesinos coreanos hablan un excelente español vallisoletano.

domingo, 24 de noviembre de 2013

DESAVENENCIAS



Mis desavenencias con las palabras no son irrelevantes. Ni definitivas.

Están hechas de ignorancia y de impotencia, de eternidad, de espacios desérticos.

En ocasiones, las palabras rompen unilateralmente un contrato que alguna vez suscribimos. Pero no recuerdo sus cláusulas. Después quieren volver: no se lo permito. Dibujo su aspecto y no me agrada.

Alguien me susurra instrucciones en un idioma que no conozco. Tiene bellos ojos y sonríe despacio.

viernes, 15 de noviembre de 2013

LE TIROIR DES REFUSÉS

Acabo de terminar un librito, poco más que un entretenimiento, titulado El perfeccionista en la cocina. El narrador británico Julian Barnes cuenta con humor sus cuitas culinarias. El volumen es chispeante, pero no se justifica, ni mucho menos autoriza los inmerecidos elogios de la contraportada.

No obstante, tiene algunas observaciones muy ingeniosas. Por ejemplo, en la página 116 dice que algo “fue a parar al cementerio de elefantes de los chismes desechados, el tiroir des refusés”. Un poco más adelante habla de ese cajón: cuando el autor se decidió a hacer inventario y tirar lo inútil “vomitó ochenta y dos adminículos”. Al leer esto no he podido evitar soltar unas sonoras carcajadas. Porque a todos nos ha ocurrido algo parecido. Yo ahora atravieso una etapa más minimalista que barroca, y además tengo un buen trastero en el que sobra mucho espacio (o conservo escasas pertenencias), pero en otras épocas de mi vida fue una pesadilla el asunto de los cacharros inútiles. En el pasado compartí mi vida con una pareja con la que convivía en una casa pequeña y sin trastero. En el armario de la entrada había un altillo en el que se acumulaban todo tipo de trastos en perfecto estado: una pesada vajilla de inspiración china, un cuecehuevos para seis servicios, tres o cuatro fuentes de ponche (una de ellas con borde de plata), dos jarrones que con generosidad llamaríamos espantosos, una pequeña escultura presuntamente étnica de una mujer con turgentes y abundantes pechos (que vi a la venta en un chino unos años después), un horror de cristal tallado destinado a servir cacahuetes, galletas y otros aperitivos, un almirez herencia de alguna abuela, un par de manteles sobre los que no debería posarse plato alguno, una pieza de la lavadora…

Un mes de julio me dio la ventolera del orden, o la angustia vital, o la crisis de los cuarenta, quién sabe. Y, tras unas horas de limpieza y orden, decidimos que casi todo el contenido del altillo debía abandonar la casa. Me costó convencer a mi pareja, y seguramente aproveché algún momento de debilidad, pero el contenedor acogió toda esa basura que nunca utilizamos. Jamás me he arrepentido ni volvimos a mencionar el altillo de los horrores, como lo llamábamos. Es como esos hechos vergonzosos de los que es mejor no hablar, a ver si así hacemos como si no hubieran sucedido…

Hoy no hay en mi vida ningún tiroir des refusés. Incluyo en ese cajón que no existe alguna relación, muchas palabras, malos recuerdos, expectativas frustradas, libros no escritos…

Menos mal.

jueves, 7 de noviembre de 2013

CAMUS: 100 AÑOS

El 7 de noviembre de 1913 nacía el hijo de un pied-noir en Mondovi (Argelia). Su madre, Catalina Elena Sintes, de origen menorquín, era una mujer de escasa cultura, próxima al analfabetismo, casi sorda.

Menos de un año después, en octubre de 1914 murió su padre en Saint-Brieuc, en Bretaña. Había sido movilizado en la Primera Guerra Mundial. La madre tuvo que cuidar de Albert y de su hermano Lucien, sin recursos.

Tuvo un buen maestro de escuela y fue amparado por un sistema educativo que no dejó que se perdiera un talento como él. Y eso que hablamos de un tiempo en el que no había recortes porque no había nada que recortar. Su profesor de filosofía fue Jean Grenier. Tuvo amigos como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Discutió con ellos en el Café de Flore. Se reunió con políticos y les aconsejó respecto a la guerra colonial, que vivió con desgarro, como todos aquellos que no están ni con unos ni contra otros, sino con la verdad y la justicia. Muchas de esas conversaciones tuvieron lugar en Lipp’s, frente al Café de Flore.

Con sólo 44 años le dieron el Nobel. Su discurso de agradecimiento puede escribirse hoy casi sin cambiar una coma.

Tres años después, en 1960, el coche que conducía Michel Gallimard se estrelló en Villeblevin, muy cerca de París. Está enterrado en Lourmarin, en la Provenza, pueblo en el que tuvo su último domicilio. Lo que no pudo la tuberculosis lo consiguió el más absurdo de los accidentes.

Ni una palabra en los telediarios. Nada. Es muy importante, según parece, que Messi recupere su instinto goleador, que Diego Costa sea llamado por Del Bosque. No es baladí, según dicen, que los tipos de interés bajen, que Twitter se estrene en Wall Street. Son esenciales para el futuro de España las conjuras palaciegas psocialistas y los últimos libros de Aznar y de González. Hoy; tenía que ser hoy. Cuando estas excrecencias cesen en su ruido fatuo seguiremos buscando las palabras de Albert Camus.

viernes, 1 de noviembre de 2013

LAS PELIS DE ZHANG YIMOU

Hay directores de cine cuyas obras se nos pegan al cuerpo desde el momento en que trabamos contacto inicial con ellos. Un día fui a los cines Aragón, en Valencia. Ponían Ju Dou (Semilla de Crisantemo) (1990), de un realizador chino del que no conocía nada: Zhang Yimou. La película llega al corazón desde los primeros fotogramas; es exótica pero golpea del mismo modo que si estuviera hecha por un director culturalmente más próximo. No cuenta más que una historia de amor imposible, un adulterio. Como se ve, nada nuevo: argumentalmente muy próxima a El cartero siempre llama dos veces, por ejemplo. Aún recuerdo los fogonazos de color cuando los tejidos recién teñidos eren descolgados. Y la protagonista, Gong Li, de la que estoy enamorado desde entonces, con su pasión prohibida, su dolor fingido…

Después llegó La linterna roja (1991), historia en la que varias mujeres se disputan la atención (y el poder, y el amor, y la relevancia social) de un rico terrateniente que distingue con una linterna la casa de la mujer con la que va a pasar la noche. Una historia feminista, pensé, de dolor, de existencia. Otra vez Gong Li.

Sorgo rojo (1987), aunque anterior, la descubrí después y en televisión. Tal vez por eso, me gustó menos. Me pareció menos universal, si se puede decir así. Pese a ello, es estupenda, pero claro, tras las dos anteriores. Gong Li, desde luego. Se sufre mucho.

Qiu Ju, una mujer china (1992), ¡Vivir! (1994), Ni uno menos (1999) y El camino a casa (1999) son las siguientes que fui a ver, según llegaban a la cartelera. De ellas tengo buen recuerdo, pero soy incapaz de evocar la historia que contaban. Siempre Gong Li, debe ser que empezaba a nublarme las entendederas en exceso.

Hero (2002) y, sobre todo, La casa de las dagas voladoras (2004), marchan una inflexión: se trata de cine… ¿épico? No sé cómo decirlo. La primera, indudablemente. La segunda tiene algo de mágico, otro poco de coreografía de artes marciales, mucho de poesía. Algo parecido ocurre con La maldición de la flor dorada (2006): gran despliegue visual, rencillas palaciegas, conjuras, batallas. Hermosa, un festival para los ojos.

Amor bajo el espino blanco (2010) la vi tras una manifa. Necesitaba mi dosis de buen cine. Y, aunque ya sin Gong Li, me maravilló que el director hiciese una apuesta tan arriesgada, jugándose toda la película con las cartas del sentimentalismo, siempre al borde de lo cursi, de lo no creíble. Y lo asombroso es que lo consigue tras caminar casi dos horas por el alambre, con unos prodigiosos minutos finales de sentimiento puro. Derramamiento de lágrimas, en absoluto sentimentalismo barato. Hay que verla. Y darse cuenta de que, tras la delicada historia de amor, se esconde una carga de profundidad: es también una película política. Muy política.

No ha llegado a la ciudad en la que vivo ahora Las flores de la guerra (2011), pero la he visto en casa, en una copia maravillosa en la que los apagados grises y marrones del paisaje de la batalla contrastan con los vivísimos colores de los vestidos, de las banderas, de las vidrieras. Una historia muy dura, con escenas casi insoportables. Y también una de las narraciones más puras que conozco de la heroicidad. Final impecable: no necesitamos saber más. En las guerras damos lo que somos y acabamos convirtiéndonos en lo que seguramente siempre fuimos.

El director tiene algunas otras que no conozco, pero creo que puedo recomendarlo a cualquiera con un poco de sensibilidad. Incluso a aquellos que aprecian especialmente la fotografía y la música. También a los que gusten de un cine algo menos al uso, pero no insoportablemente lento y tedioso. Zhang Yimou también dirigió la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, pese a que muchas de sus películas no se han visto en China por la visión que da del país y de su historia, no precisamente apologética.

En el debe hay que anotar su divorcio de Gong Li. Nobody is perfect




http://www.youtube.com/watch?v=4j4FW-uF-UU

sábado, 26 de octubre de 2013

LA IGNORANCIA

No sé si estudiar nos hace más inteligentes. Pero estoy seguro de que la ignorancia voluntaria (por lo tanto culpable) nos hace más estúpidos. Y, lo que es peor, más bestias. Si el que estudia lo hace con empeño y cierta dosis de desconfianza, supongo que aumentará su inteligencia; si sólo quiere apuntalar sus convicciones, entonces da lo mismo que estudie los textos sagrados de turno que la guía telefónica.

Acabo de leer un brevísimo texto de Zweig: Montaigne, biografía de ese raro pensador francés. No es un gran libro, ni siguiera está terminado (Zweig se suicidó antes de concluirlo), pero sí tiene la suficiente información como para que yo esté ahora escribiendo estas líneas en lugar de estar disfrutando en el bar. Es decir, da que pensar, o al menos me da que pensar a mí.

Montaigne quiso desarrollar sus razonamientos al margen de las luchas tribales entre hugonotes y católicos, güelfos y gibelinos, franceses y el resto del mundo. Podría decir algo parecido de su biógrafo, al que, por cierto, le fue bastante peor. Todo el mundo sabe que son pocos los pensadores de verdad, aquellos que se han atrevido a decir no en todas direcciones, al margen de argumentarios de fe, ideología, pertenencia o tradición.

Tales modos de emitir palabras (pensar es otra cosa) me parecen una modalidad depravada de la ignorancia. El que amuralla su cerebro no tiene derecho a discutir con los demás. Pero hemos de actuar con cuidado porque ignorancia y fanatismo son tan compañeros de viaje que el primero suele ser el antecedente causal del segundo.

Por eso me gusta Zweig. Y también por eso tengo deseos de meterme de lleno en Monaigne. Lo poco que sé de él me promete una línea de pensamiento en la línea vital de mis maestros. Espero que los pocos que esto leen perdonen mi ignorancia, pero ni es deliberada ni mis carencias hacen que esté seguro de lo poco que sé.

viernes, 18 de octubre de 2013

EL NOBEL DE LITERATURA (Y YO)

Para Lucía. Te dejo pistas con las que ocupar el tiempo en la convalecencia.


Alice Munro. La Academia Sueca se complace en dejarme mal. Ni la menor idea de quién es ni de lo que ha escrito.

Pero no puedo decir que los que deciden sean unos extravagantes sin posible redención. En el 57 premiaron a Camus y pocos años antes a Russell, lo que sí es una rareza porque su obra es indiscutiblemente filosófica y, salvo un par de textos, para especialistas.

Repaso la lista de los premiados desde entonces y me encuentro con que no me son tan desconocidos. Aunque hay de todo.

50: Bertrand Russell. Tres libros leídos. Recomiendo La conquista de la felicidad: el mejor libro de autoayuda que me he echado a los ojos.

51: Pär Lagerkvist. Desconozco quién es y qué ha escrito.

52: François Mauriac. No he leído nada.

53: Winston Churchill. Una excentricidad. Dicen que lo premiaron por sus libros sobre política e historia. Será por eso.

54: Ernest Hemingway. No es santo de mi devoción, lo que no me ha impedido leer cuatro o cinco libros suyos. El viejo y el mar, el único que me ha gustado, no me parece suficiente bagaje. Creo que tiene más leyenda que literatura y que su figura agiganta falsamente su obra.

55: Halldór Laxness. No tengo el placer.

56: Juan Ramón Jiménez. Grandísimo poeta. Muy merecido. Lo conozco poco. Platero y yo justifica cualquier premio; su poesía aún más.

57: Albert Camus. Qué decir. Creo que es el único del que he leído casi todo. Aprovecho para recomendar la lectura del discurso de agradecimiento, ahora que va a cumplirse un siglo desde su nacimiento.

58: Boris Pasternak. No he leído nada de él. Autocapón.

59: Salvatore Quasimodo. Esto… tampoco.

60: Saint-John Perse. Uf: ¿quién es?

61: Ivo Andric. Véase año 60.

62: John Steinbeck. Leí con agrado varios libros suyos y he visto algunas adaptaciones al cine. No los recuerdo bien, excepto la agradabilísima sensación que me dejó La perla.

63: Giorgos Seferis. Como en el 61.

64: Jean-Paul Sartre. Filósofo de prestigio tras la Segunda Guerra Mundial. Importante obra ensayística y coyuntural teatro y novela. Rechazó el premio, aunque años después reclamó el importe (que no le fue abonado). Lo he leído abundantemente, pero no es de los autores que relea. Recomiendo El muro.

65: Mijaíl Shólojov. Me dicen que debo leerlo, pero hay mucho antes.

66: Nelly Sachs y Shmuel Yosef Agnon. Baúl de los desconocidos. Ambos.

67: Miguel Ángel Asturias. En el debe. Me avergüenzo.

68: Yasunari Kawabata. He disfrutado recientemente con País de nieve. Lo recomiendo. Tengo deseos de profundizar. Advertencia: ritmo moroso, muy oriental en temas y tratamientos. Sin embargo, no sentí que la historia me resultase ajena.

69: Samuel Beckett. Me lo hizo descubrió una novia de juventud. Tengo buen recuerdo (mejor del escritor que de la novia, pero sólo por eso mereció la pena: ella, él más).  Tiene una extensa obra, de la que sólo he leído Sin y el clásico Esperando a Godot.

70: Aleksandr Solzhenitsyn. Conozco el significado de su obraza (por el tamaño) Archipiélago Gulag, pero no me atrevo a hacer un juicio literario. No obstante, le reconozco un valor testimonial cuando tantos miraban hacia otro lado.

71: Pablo Neruda. El poeta de la juventud de todos nosotros. No es mi poeta preferido, pero supongo que lo merecía.

72: Heinrich Böll. Me encantó Memorias de un payaso y no tanto El honor perdido de Katharina Blum.

73: Patrick White. Lo ignoro todo.

74: Eyvind Johnson y Harry Martinson. Como en el 73.

75: Eugenio Montale. 73, 74…

76: Saul Bellow. No lo he leído.

77: Vicente Aleixandre. Uno de los indiscutibles. Aún me pregunto cómo pudieron llegar a premiar a este genio del lenguaje con su poesía difícil de más difícil traducción. Lo frecuento con pasión.

78: Isaac Bashevis Singer. He leído un libro de relatos sin que llegase a entusiasmarme ninguno de ellos.

79: Odysseus Elytis. Entre los pendientes.

80: Czeslaw Milosz. Igual que en el 79.

81: Elias Canetti. Véase el año 80.

82: Gabriel García Márquez. Magnífica elección de un escritor del que ya había leído media docena de novelas. Un esguince de tobillo me inmovilizó seis semanas ese verano, lo que me permitió seguir leyéndolo con fruición. Cien años de soledad (20 horas consecutivas de lectura) es uno de ésos que han de colocarse en cualquier top ten de la literatura. El otoño del patriarca es droga dura.

83: William Golding. Sólo he leído El señor de las moscas, que me sigue estremeciendo. Dicen de él que es el Hobbes de la narrativa del siglo XX.

84: Jaroslav Seifert. Grandísimo poeta checo que, lamentablemente, leemos traducido. Cómo debe ser en versión original, sin subtítulos…

85: Claude Simon. Deberes para cuando sea mayor.

86: Wole Soyinka. Tengo en casa desde hace muchos años El hombre ha muerto. He de leerlo, todos los años lo acaricio, paso unas páginas… y acabo yéndome con otro. Sin embargo, presiento que me gustará. Necesito un psicoanalista.

87: Joseph Brodsky. Ver año 85.

88: Naguib Mahfuz. He leído una novela (El callejón de los milagros) y un libro de relatos (Historias de nuestro barrio). Muy recomendable. Más aún ahora.  Fue objeto de un atentado por los fundamentalistas.

89: Camilo José Cela. Sólo por Viaje a la Alcarria y La familia de Pascual Duarte se le podría dar cualquier premio. No me interesa nada su narrativa final. Su personaje menos aún. Pero lo que ha escrito es mayúsculo, y eso es lo que importa. Recomiendo una rareza: Oficio de tinieblas 5.

90: Octavio Paz. Salvo unos poemas sueltos, no lo conozco. Espero la reprimenda a la que me he hecho acreedor.

91: Nadine Gordimer. En la reprimenda anterior se puede incluir a esta mujer, de la que me cuentan maravillas, pero que no está en el disco duro de este ignorante.

92: Derek Walcott. Absoluto desconocimiento.

93: Toni Morrison. Véase años 90 y 91. Recuerdo que, cuando le dieron el premio, se dijo que ya era hora de que premiaran a una mujer negra, como si eso fuera un mérito literario. No la he leído (aún).

94: Kenzaburo Oé. No he podido con Una cuestión personal. Dicen que es el padre de toda la narrativa japonesa actual. Debo intentarlo de nuevo.

95: Seamus Heaney. He disfrutado con unos pocos poemas traducidos. Los que saben inglés dicen que es maravilloso.

96: Wislawa Szymborska. Vale lo mismo que en el 95, pero en polaco.

97: Darío Fo. Polémico. Conozco su obra dramática y me interesa, aunque también me parece coyuntural en muchas ocasiones.

98: José Saramago. Sólo había leído un par de libros suyos. Cuando le dieron el Nobel leí los demás. A mi juicio, Ensayo sobre la ceguera es el mejor, aunque hay otros más característicos de su personalísimo estilo. Aún no me he puesto con los últimos que escribió antes de morir. Se me cayó de las manos La caverna.

99: Günter Grass. Diré una herejía: lo leí en la época en la que te impones deberes y no cejas hasta la última página. Y me aburrí. Probablemente no era la edad. El tambor de hojalata es el más conocido y tocho. Hace poco ha escrito una autobiografía muy polémica.

2000: Gao Xingjian. Me dijeron que no dejase de leer La montaña del alma, pero aún no me siento capaz.

01: V. S. Naipaul. Una entrevista con él en El País Semanal es mi único conocimiento. Y no me empujó a comprar sus libros.

02: Imre Kertész. He leído Sin destino, que recomiendo a los que gusten de la literatura concentracionista. Imprescindible, casi a la altura de Si esto es un hombre.

03: John Maxwell Coetzee. Otro grandísimo que no deben leer los depresivos. Esperando a los bárbaros está entre esos libros que te hieren para siempre, al igual que Desgracia. Hubo cierto enfado entre aquellos que consideran que los premios literarios han de darse por razones extraliterarias (justo lo contrario de lo que ocurrió en el 93): un varón blanco en Suráfrica… Naturalmente, quienes dicen esto no lo han leído. Coetzee no escribe libros sino puñetazos al alma.

04: Elfriede Jelinek. Desconocido.

05: Harold Pinter. Ver años 95 y 96.

06: Orhan Pamuk. Valiente escritor que no es precisamente ágil en su estilo. He leído dos novelas; ambas recomendables, especialmente Nieve. Si uno va a Turquía, Pamuk es un excelente guía. Los fundamentalistas lo odian.

07: Doris Lessing. Me autoflagelo: todavía no la he leído.

08: Jean-Marie Le Clézio. Sólo conozco una novela suya, de la que no recuerdo ni el título. Escaso bagaje para hacer un juicio.

09: Herta Müller. Lo mismo. Tomé de la biblioteca un libro de relatos, leí unos pocos, y lo devolví sin terminar.

10: Mario Vargas Llosa. Palabras mayores. Me pongo en pie. Creo que es el único autor del que me había leído todo lo publicado hasta entonces. Sin embargo, su primer libro tras el Nobel me pareció menor, aunque excelentemente escrito: hablamos de Vargas Llosa, eso siempre es un placer. Muy recomendable (como en Camus) su discurso de agradecimiento.

11: Tomas Tranströmer. Ver años 95 y 96.

12: Mo Yan. La literatura china me es ajena. Sin embargo, sé que se han utilizado sus textos para llevarlos al cine. Por ejemplo, Sorgo rojo, que dirigió Zhang Yimou. Curiosamente, su nombre es un pseudónimo que significa “No hables”.

13: Alice Munro. Nueva desconocida. Muñoz Molina habla maravillas de esta anciana canadiense.


Cualquier lista es discutible. Hay fantásticos narradores, maravillosos poetas, dramaturgos soberbios. Y falta Borges entre los olvidos objetivos y unos cuantos más entre los subjetivos (Sabato, Zweig, Cortázar, Delibes, Murakami, Machado…). Y mira que Borges se lo puso fácil, viviendo eternamente a ver si algún día se acordaban esos suecos imprevisibles… 

sábado, 12 de octubre de 2013

LA INVENCIÓN DE HUGO

Uno de esos fines de semana que paso en casa, casi sin salir, me regalé La invención de Hugo.

Visualmente fascinante. Ambientada en el París de los años 20, merece la pena sólo por su luminosa fotografía, que no por eso deja de ser de época. Casi toda la acción transcurre en una estación de tren, ubicación que siempre queda muy bien en las películas.

Los actores son espléndidos, especialmente los niños, y también el siempre eficaz Ben Kingsley y el maravilloso Sacha Baron Coen, que muchos recordarán prejuiciosamente por Borat. Un par de minutos de Jude Law saben a poco.

127 minutos son demasiados. Este es uno de sus defectos. La peli quiere ser un homenaje al cine, y especialmente a Georges Méliès. Pero Scorsese se empeña en un despliegue de personajes y lateralidades que no aportan gran cosa y sí distraen. Incluso creo que es excesivo el protagonismo de Hugo, que va en detrimento de la genuina historia.

La película da un extraordinario giro en el momento en que los niños encuentran un libro sobre cine y las fotografías que aparecen en él se convierten en los fragmentos de las películas. Excelente escena, a mi juicio  la mejor de la película y una de las que mejor homenajean al cine. Me hace evocar la de Cinema Paradiso, claro.

Hay también unas cuantas lecciones de cómo hacer cine, de planos de todo tipo, de movimientos de cámara. Y sólo falta el agradecimiento final a los maestros, con cuya ingenuidad entusiasta se ha hecho posible seguir filmando.

No tuvo el éxito que merecía. Me gusta ver pelis dos o tres años después de su estreno, cuando ya ha pasado la marea obligatoria y se muestran más puras, cuando las expectativas y las prevenciones se han disuelto.

Y me gustó. Creo que querría volver a verla.