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martes, 27 de abril de 2010

lunes, 19 de abril de 2010

GEOGRAFÍA DEL DESEO

“…¿por qué evocar ahora un tiempo que no existe, un tiempo que es arena sobre mi corazón?“

Julio Llamazares: La lluvia amarilla




Este post está en obras.

viernes, 9 de abril de 2010

PLASTAS QUE JUSTIFICAN UNA AMPLIACIÓN DEL CÓDIGO PENAL


Todo lo que sigue es legal. Pero no por eso deja de resultar molesto. Es por eso que propongo castigar ciertas conductas -a sus autores más bien-, que han de ser calificados (generosamente) como plastas, con penas que podrían ser incluidas en el Código Penal vigente. Propongo en concreto la lectura comentada por un catedrático de filosofía hemorroico de la Fenomenología del Espíritu de Hegel o, si se prefiere, contemplar la filmografía completa de Ingmar Bergman junto a Lars von Trier, haciendo éste jugosas aspostillas ad hoc. Comprendo que todo esto va contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Constitución y la Convención de Ginebra. Pero si al menos fuera posible poner en suspenso tales logros de la humanidad unas horitas… Sólo unas horas para después reinstaurarlos en su verdad y justicia…


Quiero decir con esto que me molestan sobremanera hechos y personas como las que describo y enumero. Advierto, de entrada, que la lista es infinita y lo que va a continuación sólo es una muestra:


1. El hilo musical. Toda música invasiva y no solicitada.


2. La religión obligatoria en todas sus formas. Las procesiones de Semana Santa especialmente, las campanadas, las llamadas a la oración, los atuendos diferenciados por sexos (aparte de la ropa interior, naturalmente).


3. Los dueños de los perros (¡perrazos!), que te dicen, cuando su sabueso se abalanza sobre ti, eso de “Sólo quiere jugar”. Pues que juegue con su señor padre. Si se trata de dueña y estoy de mejor humor que hoy, le propondría ciertos jueguecitos a ella. Es que sólo quiero jugar…


4. Los que me abordan por la calle para ofrecerme mercancías o mensajes de cualquier tipo. No me importa la bondad de su causa.


5. Las compañías telefónicas. Moscas cojoneras de la comunicación. Su incumplimiento constante y flagrante de la ley. Su impunidad. Su incompetencia. Sus servicios de (des)atención al cliente. Sus servicios de devastación del cliente.


6. Los que viven en la verdad. Los que son misericordiosos conmigo, que no comulgo con ellos. Los que enseñan a sus hijos esas verdades y nunca les dicen que eso no lo saben, que nadie lo sabe. Los que no dudan. Los que insisten en que, aunque yo no lo sepa, soy muy cristiano.


7. Los que invaden mi intimidad con llamadas a deshoras al teléfono o a la puerta. Siempre llaman a deshoras: es mi casa.


8. Ciertas sesiones y películas en el cine. Los palomiteros, los que sorben la coca-cola, los que hablan por el móvil o en voz alta, el injustificable sablazo de 10 € por unas gafas ridículas para ver (eso sí, en 3D) más de lo mismo.

domingo, 4 de abril de 2010

ALBERT CAMUS II: "CALÍGULA"


Hace unas semanas estuve en Madrid viendo este montaje teatral, más de dos horas de enorme densidad filosófica. No puedo entrar en un análisis literario, no sé. Pero me pareció una gran obra, con excelentes interpretaciones y muy hermosa puesta en escena. Y eso que el listón estaba muy alto, pues se trata de uno de los textos más conocidos de Albert Camus, que ya vi en los lejanos 80 en el Teatro Romano de Sagunto, siendo Calígula nada menos que José María Rodero.

La obra trata sobre la libertad. No es un texto histórico, no lo pretende. Calígula es el tirano de turno en Roma (lo que es lo mismo que decir en el mundo); ha renunciado a la razón, a la tradición y al sentido. Calígula quiere ser un dios: más que un hombre, casi Júpiter. Quiere la omnipotencia.

Y se tropieza con la triste ramplonería humana, las limitaciones de este mundo. Pero Calígula es el emperador, esto es, tiene poder. Y lo ejerce. Con arbitrariedad, sin limitaciones. Porque entiende que los límites son impedimentos. Calígula confunde libertad con omnipotencia. No sabe que la libertad no es poder hacerlo todo sino saber qué es lo mejor en cada circunstancia, es decir, elegir entre lo posible.

La obra es también una reflexión sobre el poder. Está escrito al final de los difíciles años 30. El tiempo del fascismo, del estalinismo. Y hay que decir que Camus fue uno de los pocos que no se dejó seducir por las palabras peligrosas (Socialismo, Patria, Pueblo, Justicia…) y vio claro, y denunció, y pagó por ello. Pero la verdad era la que evidenció en sus escritos. Lo cierto es que el mundo sigue lleno de calígulas, de tipos que, en nombre de la democracia, la seguridad y hasta los derechos humanos, no dudan en atropellar la democracia, la seguridad y los derechos humanos…

Al final de la obra, el protagonista grita: “¡A la historia, Calígula!”. ¿No nos suena? ¿No han dicho algo parecido esos tiranos contemporáneos (“La Historia me juzgará”, “La Historia me dará la razón”…)?

Por último, cuando creemos que todo ha terminado, las últimas palabras musitadas por Calígula: “Aún estoy vivo”. Confieso que las pasé por alto la primera vez que leí el texto. Ahora me dan miedo. Cualquier monstruo de siete cabezas puede hibernar, falsamente muerto, cataléptico, y rebrotar en las mentes de las nuevas generaciones. Gente de 30 años, de 20, de 15, sostiene con arrogancia que con Franco se vivía mejor, que Hitler hizo grande a Alemania, que con Stalin nada faltaba al pueblo soviético… Hay quien sigue viendo a los Castro como liberadores y adalides de la justicia universal… Campeones de la libertad, qué broma macabra.

Por eso leemos con gusto a Camus. Porque sigue vivo. Porque todos conocemos a Calígula.