
Hace unas semanas estuve en Madrid viendo este montaje teatral, más de dos horas de enorme densidad filosófica. No puedo entrar en un análisis literario, no sé. Pero me pareció una gran obra, con excelentes interpretaciones y muy hermosa puesta en escena. Y eso que el listón estaba muy alto, pues se trata de uno de los textos más conocidos de Albert Camus, que ya vi en los lejanos 80 en el Teatro Romano de Sagunto, siendo Calígula nada menos que José María Rodero.
La obra trata sobre la libertad. No es un texto histórico, no lo pretende. Calígula es el tirano de turno en Roma (lo que es lo mismo que decir en el mundo); ha renunciado a la razón, a la tradición y al sentido. Calígula quiere ser un dios: más que un hombre, casi Júpiter. Quiere la omnipotencia.
Y se tropieza con la triste ramplonería humana, las limitaciones de este mundo. Pero Calígula es el emperador, esto es, tiene poder. Y lo ejerce. Con arbitrariedad, sin limitaciones. Porque entiende que los límites son impedimentos. Calígula confunde libertad con omnipotencia. No sabe que la libertad no es poder hacerlo todo sino saber qué es lo mejor en cada circunstancia, es decir, elegir entre lo posible.
La obra es también una reflexión sobre el poder. Está escrito al final de los difíciles años 30. El tiempo del fascismo, del estalinismo. Y hay que decir que Camus fue uno de los pocos que no se dejó seducir por las palabras peligrosas (Socialismo, Patria, Pueblo, Justicia…) y vio claro, y denunció, y pagó por ello. Pero la verdad era la que evidenció en sus escritos. Lo cierto es que el mundo sigue lleno de calígulas, de tipos que, en nombre de la democracia, la seguridad y hasta los derechos humanos, no dudan en atropellar la democracia, la seguridad y los derechos humanos…
Al final de la obra, el protagonista grita: “¡A la historia, Calígula!”. ¿No nos suena? ¿No han dicho algo parecido esos tiranos contemporáneos (“La Historia me juzgará”, “La Historia me dará la razón”…)?
Por último, cuando creemos que todo ha terminado, las últimas palabras musitadas por Calígula: “Aún estoy vivo”. Confieso que las pasé por alto la primera vez que leí el texto. Ahora me dan miedo. Cualquier monstruo de siete cabezas puede hibernar, falsamente muerto, cataléptico, y rebrotar en las mentes de las nuevas generaciones. Gente de 30 años, de 20, de 15, sostiene con arrogancia que con Franco se vivía mejor, que Hitler hizo grande a Alemania, que con Stalin nada faltaba al pueblo soviético… Hay quien sigue viendo a los Castro como liberadores y adalides de la justicia universal… Campeones de la libertad, qué broma macabra.
Por eso leemos con gusto a Camus. Porque sigue vivo. Porque todos conocemos a Calígula.