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viernes, 29 de marzo de 2024

‘MÁQUINAS COMO YO’

Este extraño título tiene como autor a Ian McEwan. He leído varios libros suyos: Chesil Beach, Expiación, Sábado, Ámsterdam y La ley del menor. Por cierto, de casi todos hay películas estupendas.

En ellos hay una compleja problemática humana. Son difíciles, desasosegadores, hondos y a menudo devastadores. Hablan sobre la condición humana. Son libros de hoy o casi de hoy. Mejor de siempre: tengo la impresión de que eso que llamamos condición humana cambia poco y solo se acomoda a las circunstancias espaciotemporales de sus protagonistas.

¿De qué va Máquinas como yo? Pues eso: lo dicho, personas que buscan la felicidad o al menos el bienestar. Pero también va de otras cuestiones de hondo calado. A ver si contextualizo un poco: la ficción se sitúa en Gran Bretaña, años ochenta, se acaba de perder la guerra de las Malvinas, pese a lo cual Margaret Thatcher sigue en el poder. La economía va mal, los laboristas pueden acceder al poder y prometen cosas que tal vez no puedan cumplir. Los del IRA siguen liquidando y sembrando dolor y odio. Alan Turing sigue vivo; sí, esta ficción es interesante, permite explicar el desarrollo de la inteligencia artificial en esos años.

El protagonista, Charlie, ha comprado un Adán, especie de androide (me recuerda mucho a los de Blade Runner). Puede hacer tareas domésticas, pero también especular favorablemente en el negocio bursátil (mejor que su dueño), escribir poesía, enamorarse y tomar decisiones. Muchas de estas no gustan a Charlie ni a Miranda, incluso les causan quebranto, porque Adán actúa conforme a los principios de la verdad y de la corrección moral y legal. En este sentido, parece que su software es completamente kantiano.

No puedo revelar más sin hacer spoiler. Recomiendo su lectura. Y, sobre todo, algo que he leído en varios lugares: lo aburridas que son las páginas en las que Alan Turing habla de física y de matemáticas. A mí me parece justamente lo contrario.

Acaba el libro y sigue revoloteando en la cabeza. A los problemas eternos que teníamos hay que añadir alguno más.



Procedencia de las imágenes:

https://www.casadellibro.com/libro-maquinas-como-yo/9788433980465/9853797?gad_source=1&gclid=Cj0KCQjwzZmwBhD8ARIsAH4v1gVyODhl4ajmAbZO7SrIxg4sNQ3plCTwa7qk0DfDMlhyUZ2VpaFzoTwaAiQqEALw_wcB

https://www.amazon.es/Conversations-Ian-McEwan-Literary/dp/1604734205



jueves, 21 de marzo de 2024

EMMANUEL CARRÈRE: LIBRO Y PELI

En el último mes he visto una película dirigida por Emmanuel Carrère y he leído un libro suyo.

La película es En un muelle de Normandía (2021), traducción más que libre de Le Quai de Ouistreham. Está protagonizada por Juliette Binoche, que interpreta a una escritora infiltrada entre mujeres de la limpieza. Estoy leyendo que la mayor parte de las actrices que la acompañan no eran profesionales. Desde luego, dan el pego. Creo que la película está muy bien, con ese aire francés indefinible que hace fácil identificar la procedencia de una película. Lo más interesante, creo, es el estudio de la condición humana: contemplar cómo tratan las personas a esos currantes ‘invisibles’ es un buen indicio de su catadura moral. También me interesó mucho la solidaridad entre las trabajadoras y sus desiguales procedencias y expectativas. Aunque, bien mirado, todas tienen algo en común: la esperanza de una vida mejor.

A los pocos días de verla (está en Filmin) fui a la biblioteca y en el expositor me miraba Yoga. Di la vuelta a la cubierta y lo que leí me interesó. Es un libro denso, duro, casi todo él autobiográfico. Comienza con un retiro espiritual en un centro especializado en Francia. Pero la vida lleva a Carrère a los horripilantes atentados contra Charlie Hebdo, en los que murió un amigo; después a su enfermedad mental, a su huida a una isla griega en la que toma contacto con los refugiados y, finalmente, al fallecimiento de su editor y amigo.

No es una novela, sino algo semejante a lo que he leído en los libros de Annie Ernaux: autoficción. Creo que poca ficción y mucha humanidad a la vista, descarnada, sin pudor. O tal vez sí lo hay pero Carrère lo obvia y prefiere una catarsis literaria. En alguna ocasión era mi propio pudor el que se tropezaba con el texto en esta narración tensa y un tanto difusa en su estructura, lo que no me molesta en absoluto.

Por cierto, yo, que soy poco dado a esas modas orientalizantes, he aprendido mucho sobre el yoga, el taichi y esas cuestiones que conozco poco. También me ha gustado que Carrère las practica, pero tiene dudas, críticas y no deja de ser un heterodoxo. También me ha divertido a veces, el sentido del humor aparece a menudo en estas páginas que son, sobre cualquier otra cosa, el drama de la vida: dolor y placer, que diría Nietzsche.

Es el primer libro que leo de este autor. Y me gusta. No sé cómo serán los otros. Seguiré con él. Como soy un cotilla, he visto otros libros, películas y documentales. Les hincaré el diente. También he visto que Carrère fue Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2021, dos años antes de que lo obtuviera su madre (Ciencias Sociales), la historiadora Hélène Carrère, que falleció un poco antes de la entrega. Lo recogió su hijo. Es la única vez que se ha concedido a una madre y a su hijo. Aquí el discurso de Emmanuel al recoger el suyo.

 

https://www.rtve.es/play/videos/premios-princesa-de-asturias/discurso-emmanuel-carrere-princesa-asturias/6150080/



Procedencia de las imágenes:

https://www.filmaffinity.com/es/film115715.html

https://www.elojocritico.net/emmanuel-carrere-yoga/

miércoles, 13 de marzo de 2024

NO NOSTALGIA


No soy nostálgico. Tampoco el título de este post responde a balbuceos del teclado.

Hace no demasiado volví a la ciudad en la que viví mi infancia y adolescencia. Tenía tiempo y recorrí sus calles.

Vi un barrio de casas que en el pasado fueron más que humildes. La mayor parte habían sido restauradas y parecían otra cosa. En algunas se habían instalado algunos negocios: una agencia de viajes, un negocio de uñas y un despacho de abogados, entre otros. Me gustó el cambio.

El colegio donde cursé la EGB estaba cerca. No había cambiado demasiado, aunque se veía más lustroso. El recreo había terminado hacía poco y aún se oía el estruendo de la chiquillería por las escaleras. A nosotros nos hacían formar y subíamos en silencio. Eso sí, ya no se cantaba el «Cara al sol» y se rezaba a criterio del profesorado al comienzo de las clases. O sea, poco.

Cerca de la escuela estaba mi casa, un edificio de tres portales, dos plantas con doce viviendas en total. No quedaba ni rastro. Lo demolieron hace tiempo y en el solar se yergue un espantoso edificio. Tampoco es que fuera maravilloso el que fue mi domicilio.

A pocos metros había unos chalets de gente bien. Allí seguían, incluso mejor que entonces, todos impecables. Recuerdo que en uno había un árbol con una rama gruesa de la que colgaba un columpio. Ya no hay columpio ni árbol: solo césped muy cuidado. En uno de esos vivió una novia que tuve, ignoro si sigue habitando en esa casa, sus padres seguramente habrán fallecido. Hace más de veinte años que no sé nada de ella y tampoco tengo deseos de saber.

En los alrededores vivían dos amigos de infancia, de los que tampoco sé nada desde hace décadas. En casa de uno olía siempre a sopa y a algo que no he sabido identificar pero que me desagradaba profundamente. Su madre estaba siempre enfadada y gritaba. El otro era hijo de un guardia civil y vivía en la casa cuartel. Ambos eran niños silenciosos, educados, incluso un tanto temeroso el primero.

A sus domicilios no me he acercado. He ido en otra dirección, una avenida que comienza con un bar en el que me recuerdo de niño alguna vez, con mi padre, que me mandaba enfrente a comprar el periódico en un quiosco, en el que también adquiría chicles y barras de regaliz. No hay rastro de ellos.

Más abajo estaba la gestoría donde trabajaba mi padre y que desapareció hace muchísimos años. La gestoría, también él: lo recuerdo al pasar por la calle, inclinado sobre unos papeles, concentrado. Me gustaba ver su firma.

A veces me llevaba a un bar-restaurante que había justo al lado. Recuerdo que la dueña era una mujer que entonces me parecía mayor, muy elegante, con un nombre evocador, que era el del local. Descubrí con cierta decepción que el local tomaba el nombre de la calle en la que estaba ubicado. Tampoco existe ya.

Justo enfrente hay una iglesia. A mediados de los setenta, pero con Franco aún vivo, vi las primeras pintadas de mi vida: eran elogios a Falange Española y había también un dibujo de José Antonio, el mismo que presidía, junto con el crucifijo y el retrato del caudillo, la pared de todas las aulas. Confieso que aquello me inquietó.

A unos metros había una especie de supermercado para empleados de una gran industria. Fui una vez con mi madre, con el carnet de una amiga. Era inmenso y los precios más baratos que la tienda de ultramarinos en la que comprábamos. Mi madre llevó botellas vacías para llenarlas de aceite de oliva, algo que hoy resulta raro, inconcebible, incluso ilegal. Ese establecimiento debió cerrar hace mucho; a través de alguna ventana rota se ve el interior: devastado, pintarrajeado, con el techo cayéndose.

Pared con pared había un local en el que se tomaban copas y se bailaba, en verano en los jardines. Entonces era lo más chic y supermoderno. Aún funciona, con aire muy decadente.

Veo negocios que entonces ni imaginábamos: bares de copas, de tapas, una panadería artesana, una terraza que ha reciclado sabiamente un quiosco de periódicos…

Camino de casa, paso por un local de un partido político abandonado (el local y el partido), por el BBVA que sigue al pie del préstamo hipotecario, antes solo Banco de Vizcaya, por una bodega de rancio abolengo que ha remodelado con estilo la hija del dueño, por el bar (cerrado y en venta) en el que tomé mi primer Martini, por el lugar en el que hubo un cine y hoy es una tienda de ropa, por el otro cine que hoy es un bingo…

Cuando ya estaba acabando el instituto y empezando la carrera, iba a menudo a un disco-bar. Todos acudíamos allí. Unos años después, cuando ya me había marchado de esa ciudad, me dijeron que el dueño lo había vendido porque su pareja murió. El lugar agonizó unos años. La última vez que estuve lo regentaban unos jovencitos sin la menor idea del negocio. Cambiaron el nombre y no funcionó. Iba mucho con esa novia del chalet. Allí nos besamos como si no existiera nadie más, también en un pub oscuro que ahora es un restaurante chino.

Regreso a casa. Tuve otro amigo que puso un negocio. Paso por delante: está cerrado y el cartel que propone su venta ha perdido el color. No echo de menos a ese amigo que seguramente no lo era tanto.

 

Releo lo que he escrito y parece que es un relato nostálgico de mi pasado. No es así. Me ha gustado volver y no. Se vive siempre hacia el futuro. No soy nostálgico.



Procedencia de la imagen:

https://neopraxis.mx/5-consejos-para-evitar-los-efectos-negativos-de-la-nostalgia/

viernes, 8 de marzo de 2024

ALGUNAS PELÍCULAS DIRIGIDAS POR MUJERES

Hoy es 8-M. Veo muchas expresiones de elogio hacia la causa feminista. Las comparto, desde luego. Hace poco leí a un tipo que decía que se había ido demasiado lejos en lo de la igualdad. Se me ocurre que más lejos de la igualdad está la desigualdad. Se le ve el plumero.

A la hora de comer estaba dando vueltas a algunas excelentes películas dirigidas por mujeres. Así que hoy solo escribo para recomendarlas. Solo siete, aunque hay muchísimas más.