A mí esto de los aniversarios literarios, como que me deja frío. Leo cuando me apetece. Y a veces coincide con ciertos números redondos de la muerte, nacimiento o publicación. Me acabo de enterar de que hace 50 años se publicó la novela Matar un ruiseñor (To kill a mockingbird), cuya autora, Harper Lee, no dio a la imprenta ninguna novela más.

Los niños, sus hijos en la ficción, no volvieron a actuar, que yo sepa. Pero sobrecoge su naturalidad e intensidad. De hecho, es Scout quien narra, pero Jem, su hermano, es el contrapunto necesario, porque es un varón y porque está abandonando la niñez, a veces con dolor. Es también la fuente de información (la evocación más bien) de Scout sobre otro de los personajes poderosos: la madre muerta y ausente, que Scout quiere recordar sin conseguirlo.

La película contiene una escena que siempre me pone los pelos de punta. Atticus Finch ha perdido el juicio y Robinson es condenado. El público abandona la sala. Todos menos la comunidad negra, en la planta alta: no se mueve nadie. Cuando Atticus se dispone a irse, ellos se ponen de pie. Y el reverendo le dice a Scout: “Levántese, señorita Jean Louise, su padre se marcha”. Nunca se ha rodado tan bien a un héroe que, pese a ser derrotado, ha triunfado. Sólo ellos saben qué es el bien y la verdad.
Pero hay un mensaje de esperanza en toda la devastación y tristeza que destila la historia. Somos así: crueles, falsos, despiadados y de fácil olvido. Sin embargo, gente como Atticus Finch, como sus hijos, hacen que no todo esté perdido y que la Justicia -con mayúscula- sea algo más que una palabra.
Y también está Boo Radley. La inocencia. El bien sin artificios. La ley natural.
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