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viernes, 1 de febrero de 2019

CONDUCTORES



Conduzco, desde hace muchos años. No soy un conductor ejemplar, tampoco un coleccionista de multas (alguna sí, pocas, merecidas todas).

Intento no ser agresivo al coger el coche y mostrarme razonablemente cortés. Soy de los que para en los pasos de cebra y de los que aparca bien, todo lo bien que sé.

Hace un par de semanas cogí el coche para ir al centro comercial. En una rotonda cercana a mi casa entró súbitamente un coche de la policía municipal, lo que me obligó a un frenazo. Iba sin luces. A 50 metros, se saltó un semáforo en rojo e inmediatamente giró a la izquierda. Insisto: sin luces, de noche. En pocos metros tres infracciones peligrosas.

Al lado de donde vivo hay una guardería. Hay mucho sitio para aparcar, lo que no impide que todos los días se concentren en segunda fila hasta media docena de todoterrenos, cuyos dueños no son capaces de caminar diez metros, a veces veinte, qué lejos. Siempre en segunda fila, incluso en segunda fila sobre un hueco importante. A menudo tengo que entrar en la guardería a pedir que salga el dueño del megacoche porque no puedo desaparcar el mío. En una ocasión me dijo una señora que lo hacía (lo de aparcar en segunda fila) para que no la bloquease nadie.

El martes fui a trabajar por otra ruta. Paso delante de un colegio. Hay dos coches bien aparcados y otros dos en segunda fila, justo delante de los anteriores. Después, unos doscientos metros de sitios libres. Me veo obligado a invadir el carril contrario. Sale una madre y se sube en su coche mal aparcado y sin luces (es aún de noche), sin despeinarse. Un poco antes de llegar al curro, en otra rotonda, entra un coche de la policía nacional… marcha atrás. Y allí dentro hace la maniobra. Como el del otro día, sin que fuera una emergencia, sin sirena.

Por la noche me sigue durante mucho rato un automóvil. Va sin luces. Está pegado a mí. Siento algo de miedo. Casi no lo veo. Le hago gestos para que encienda los faros y no se inmuta. Dos personas hablan dentro ajenas al hecho de que su coche es un objeto invisible en movimiento. Sigue pegado a mí y veo las caras de los que van dentro, pero no los faros. Me meto por una calle secundaria.

Vivo en una ciudad pequeña. En las grandes es lo mismo. Desde luego el civismo brilla por su ausencia y pensar en el otro es algo que sólo se da en la asignatura de Valores que, como en la difunta Educación para la Ciudadanía, es desmentida a diario, cada minuto, por nuestros conciudadanos, o sea, por esos que viven cerca y a los que tan ajena les resulta la noción de ciudadanía.


Procedencia de la imagen:
http://fotodenuncias.diariovasco.com/aparcar-en-doble-fila-y-entrar-en-el-super-201101090123.php


6 comentarios:

  1. No sabes cómo te entiendo, cada vez hay menos civismo en la conducción. Tengo 10 km. hasta mi centro, y veo de todo, me gusta conducir, pero antes de salir de casa me tomo una gran cantidad de paciencia y a trabajar porque si me pongo nerviosa es peor.
    Y los que usan el móvil, pienso que no son conscientes del peligro que conlleva. En fin, no pararía de contar cosas que pasan diariamente.

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    1. Me da miedo coger el coche, de verdad. Insisto en que no soy un conductor maravilloso, pero al menos no hago esa serie de insensateces que veo a diario. Ten cuidado.

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  2. ¡Hola! Yo no soy conductora pero la verdad es que cuando voy en coche con alguien veo cada cosa... Adelantamientos peligrosos, exceso de velocidad... Cosas que dan auténtico miedo.
    Besos!

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    1. Mucho, muchísimo miedo. También es cierto que me hago mayor. Y que soy muy consciente de que uno debe controlar la máquina siempre.

      Bienvenida a esta bitácora. Besos.

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  3. Sonará a tópico pero, en general, la gente conduce como es. Supongo que habrá también sorprendentes metamorfosis casi kafkianas y peatones pacíficos se conviertan en auténticas mulas al volante, lo digo por las coces que sueltan cuando van en sus bugas como si de una armadura se tratare. Una vez una chica se puso a mi altura y me pegó una bronca olímpica, no sé por qué, la dejé terminar y le lancé un piquito. Se encabritó de nuevo. En fin.

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    1. Como es... al modo psicoanalítico. No como cree que es, no como los demás dicen que es, sino como es de verdad, su eros y su thanatos. Efectivamente, el disfraz de metal nos hace otros y saca lo que hay en nosotros. Y a veces sorprende el monstruo, el tipejo (o tipeja) que habita al volante, sus frustraciones, su agresividad latente... También su bonhomía.

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