
Mira, niña, arroces hay de muchos tipos.
Está el humilde arroz redondo, ese que todos tenemos en casa, proletario, plebeyo, todoterreno. Ideal para paellas, barato, omnipresente. Puede pasarse, hay que tener cuidado.
También tenemos el arroz vaporizado, que es estupendo para los que tienen la cabeza en cualquier sitio y siempre olvidan calcular las proporciones. Con él, las ensaladas nunca fallan. Ni lo que sobra debe tirarse, pues al día siguiente está como recién hecho. Al igual que algunas mujeres, es más delgado, pero aguanta bien: es elegante y tiene un toque de altivez. Como ellas, no se pasa.
Me gusta el arroz bomba, con su punto de belicismo naïf. Un lujo. Con bogavante es exquisito. Más caro, sí, pero como todo exceso. Lo vale. Es delicado pese a su nombre: ha de consumirse con rapidez; es el placer improrrogable.
Tiene su punto exótico el arroz basmati. Oriental , aromático, tan sutil que no parece arroz, sino depósito de especias de Bizancio y Samarkanda. En la proximidad, con los ojos entornados, también tiene un aire de femme fatale.
De modo que, cuando alguien te dice que se te va a pasar el arroz, ¿a cuál se refiere? No eres una proletaria, aunque te dedicas a una tarea difícil e ingrata. Sí parecería que eres como el arroz vaporizado, no es necesario que te explique por qué. También tienes tu punto bomba, ñam ñam, venga el bogavante. Y ese arroz en lengua extraña, esos aromas de tan lejos o tan próximos a la nariz… Mmmmm.
Si vuelve a las andadas, me lo mandas y le hago leer el manual del hombre elegante (quince tomos). Y que lo copie mil veces. Manca finezza.
Recuerda que, como en los arroces, en los hombres hay calidades.