Hoy hablaba con mi madre acerca de los muy ancianos que ya no tienen amigo, hermano o vecino de su generación a quien poder preguntar si en tal o cual esquina había un cine o era una sala de baile, una tienda de ultramarinos o una peluquería, un zapatero o un quiosco de chucherías. Y he recordado a Bukowski diciendo que uno se advierte viejo cuando empieza a preguntarse dónde diablos se ha ido todo.
Hace tiempo fotografiaba casas demolidas. Pensaba que escribiría sobre las vidas posibles de los que habitaron allí, pero nunca lo he hecho. Tengo algunas decenas de instantáneas a la espera de utilizarlas literariamente, pero creo que no lo haré. Tengo un extraño pudor. Y entiendo la desorientación de algunos cuando dicen: "Ahí había una tahona", "Ahí vivía un amigo que ya murió", "Ahí vivían los padres de mi novia, cuando aún no entraba en casa".
Es una pena que se derribe historia. Donde algunos ven un edificio cochambroso, otros pensamos lo mismo que has imaginado tú. Vidas, anécdotas e, incluso, hechos históricos han podido ocurrir en cualquiera de esos edificios. Además, tengo que decirlo, nuestra ciudad es experta en derribos. El gobernante supremo, debería apodarse " El destructor".
La casa de la que hablo no tenía de histórica más que el tiempo de sus ladrillos. Pero otras... vamos a dejar el tema, que me enciendo, vamos, que me incendio. El domingo pasado supe que hace más de 100 años se derribó un convento que quedó convertido en solar hasta que allí se hizo... ¡una gasolinera! Ahora sólo quedan unas persianas metálicas cubiertas de mugre y el correspondiente cartel de la inmobiliaria. Por cierto, a su lado hay un chalet precioso al que la vegetación le come la existencia. Como se enteré el que nombras, está perdido.
No sé si te refieres a la gasolinera que había en frente de la concatedral. Era la iglesia de San Miguel, de ahí el nombre de la cuesta. Por suerte, quedó al capilla de Luis de Lucena.
Tienes razón: ver cómo derriban una casa es una invasión de la intimidad en toda regla. A mí también me entristece la imagen al igual que cuando, tras alguna tragedia en la que se ha perdido una de las paredes, se ve el interior de un hogar. Abrazo!
Alguna vez he tenido que abandonar la casa en la que vivía. Han sido sensaciones agridulces y desiguales. Casi siempre para bien, soy optimista, creo que los cambios nos permiten mejorar. Pero también ha habido desgarros, lugares donde fui feliz, felicidades que ya no volverán; habrá otras, espero, supongo. Y otras personas ocuparan esas habitaciones y nada sabrán de nosotros. En las casas demolidas hay algo aún más definitivo y obsceno. He dicho que son una cicatriz: son mucho más, una herida abierta.
Esta reflexión tuya sobre lo que los objetos (en este caso, una casa) inciden en la vida de las personas y el apego afectivo de éstas por las cosas me ha sobrevenido también a mí en muchos momentos. Un abrazo
No soy un fetichista y los objetos no son algo de lo que me cueste prescindir. Pero una casa es mucho más, es un hogar, es un recipiente de vida y afectos.
Lugares que recuerdan a personas; personas que recuerdan a lugares... Si, yo también tengo esa sensación de erradicación de un pasado que aunque no sea el mío, pertenece a los padres, o a los abuelos de alguien. A la vida de alguien.
Si a nosotros nos ocurre esto, imagínate a nuestros padres y abuelos. Su memoria geográfica está hecha a veces de lugares que son solares, edificios de apartamentos o simples paredes en las que algún día colgaron el cuadro con la fotografía de la boda.
Me hiciste pensar en el libro "Un Casa en Bogotá" de Santiago Gamboa. Él a través de la ficción, reflexiona sobre una casa al lado del parque Portugal, el desarrollo de la vida, el trasteo y las plantas de dicho lugar. Vivo a dos cuadras del que fuera un barrio de casas de tres pisos y más de 5 habitaciones, con patio y solar. He visto como la ansiedad del cambio las devora y hace erectos edificios. Quisiera defenderlas pero al verlas tan enfermas y ultrajadas, como memorias de un buen sueño, comprendo que su destrucción da paso a una nueva ciudad.
Una nueva ciudad no es necesariamente una ciudad mejor. En España sabemos mucho de barrios enteros edificados a base de diseños arquitectónicos nefastos, colmenas más que edificios, con un espacio público inexistente y degradado.
No conozco ese libro, que apunto, pero me has hecho recordar otro que leí hace mucho y que debo releer: "La casa", de Mújica Laínez.
Puedes escribir tu comentario. Agradezco la inteligencia, la educación y el sentido del humor. Por favor, no enlacéis páginas con contenido comercial, religioso o político. Tampoco las que claramente constituyen una estafa.
Hoy hablaba con mi madre acerca de los muy ancianos que ya no tienen amigo, hermano o vecino de su generación a quien poder preguntar si en tal o cual esquina había un cine o era una sala de baile, una tienda de ultramarinos o una peluquería, un zapatero o un quiosco de chucherías. Y he recordado a Bukowski diciendo que uno se advierte viejo cuando empieza a preguntarse dónde diablos se ha ido todo.
ResponderEliminarHace tiempo fotografiaba casas demolidas. Pensaba que escribiría sobre las vidas posibles de los que habitaron allí, pero nunca lo he hecho. Tengo algunas decenas de instantáneas a la espera de utilizarlas literariamente, pero creo que no lo haré. Tengo un extraño pudor. Y entiendo la desorientación de algunos cuando dicen: "Ahí había una tahona", "Ahí vivía un amigo que ya murió", "Ahí vivían los padres de mi novia, cuando aún no entraba en casa".
EliminarEs una pena que se derribe historia. Donde algunos ven un edificio cochambroso, otros pensamos lo mismo que has imaginado tú. Vidas, anécdotas e, incluso, hechos históricos han podido ocurrir en cualquiera de esos edificios. Además, tengo que decirlo, nuestra ciudad es experta en derribos. El gobernante supremo, debería apodarse " El destructor".
ResponderEliminarLa casa de la que hablo no tenía de histórica más que el tiempo de sus ladrillos. Pero otras... vamos a dejar el tema, que me enciendo, vamos, que me incendio. El domingo pasado supe que hace más de 100 años se derribó un convento que quedó convertido en solar hasta que allí se hizo... ¡una gasolinera! Ahora sólo quedan unas persianas metálicas cubiertas de mugre y el correspondiente cartel de la inmobiliaria. Por cierto, a su lado hay un chalet precioso al que la vegetación le come la existencia. Como se enteré el que nombras, está perdido.
EliminarNo sé si te refieres a la gasolinera que había en frente de la concatedral. Era la iglesia de San Miguel, de ahí el nombre de la cuesta. Por suerte, quedó al capilla de Luis de Lucena.
EliminarTienes razón: ver cómo derriban una casa es una invasión de la intimidad en toda regla. A mí también me entristece la imagen al igual que cuando, tras alguna tragedia en la que se ha perdido una de las paredes, se ve el interior de un hogar.
ResponderEliminarAbrazo!
Alguna vez he tenido que abandonar la casa en la que vivía. Han sido sensaciones agridulces y desiguales. Casi siempre para bien, soy optimista, creo que los cambios nos permiten mejorar. Pero también ha habido desgarros, lugares donde fui feliz, felicidades que ya no volverán; habrá otras, espero, supongo. Y otras personas ocuparan esas habitaciones y nada sabrán de nosotros. En las casas demolidas hay algo aún más definitivo y obsceno. He dicho que son una cicatriz: son mucho más, una herida abierta.
EliminarEsta reflexión tuya sobre lo que los objetos (en este caso, una casa) inciden en la vida de las personas y el apego afectivo de éstas por las cosas me ha sobrevenido también a mí en muchos momentos.
ResponderEliminarUn abrazo
No soy un fetichista y los objetos no son algo de lo que me cueste prescindir. Pero una casa es mucho más, es un hogar, es un recipiente de vida y afectos.
EliminarLugares que recuerdan a personas; personas que recuerdan a lugares... Si, yo también tengo esa sensación de erradicación de un pasado que aunque no sea el mío, pertenece a los padres, o a los abuelos de alguien. A la vida de alguien.
ResponderEliminarSi a nosotros nos ocurre esto, imagínate a nuestros padres y abuelos. Su memoria geográfica está hecha a veces de lugares que son solares, edificios de apartamentos o simples paredes en las que algún día colgaron el cuadro con la fotografía de la boda.
EliminarMe hiciste pensar en el libro "Un Casa en Bogotá" de Santiago Gamboa. Él a través de la ficción, reflexiona sobre una casa al lado del parque Portugal, el desarrollo de la vida, el trasteo y las plantas de dicho lugar. Vivo a dos cuadras del que fuera un barrio de casas de tres pisos y más de 5 habitaciones, con patio y solar. He visto como la ansiedad del cambio las devora y hace erectos edificios. Quisiera defenderlas pero al verlas tan enfermas y ultrajadas, como memorias de un buen sueño, comprendo que su destrucción da paso a una nueva ciudad.
ResponderEliminar*Una Casa en Bogotá (escribí desde el celular)
EliminarUna nueva ciudad no es necesariamente una ciudad mejor. En España sabemos mucho de barrios enteros edificados a base de diseños arquitectónicos nefastos, colmenas más que edificios, con un espacio público inexistente y degradado.
EliminarNo conozco ese libro, que apunto, pero me has hecho recordar otro que leí hace mucho y que debo releer: "La casa", de Mújica Laínez.